El susurro de las luciérnagas

Capítulo 16 — Las llamas del último pacto

El aire olía a ceniza y miedo.

Daniel avanzaba entre la niebla con la linterna temblando en su mano, pero no era por el viento: era por el peso de lo que estaba a punto de hacer. El bosque ardía en pequeños puntos rojos; las luciérnagas habían cambiado de color, como si cada una de ellas llevara dentro un fragmento del infierno.

A lo lejos, el altar brillaba débilmente. Las piedras estaban cubiertas de símbolos que antes eran solo marcas, pero ahora respiraban como si tuvieran vida. En el centro, Valeria. Su cuerpo se desvanecía entre destellos dorados y azules, mitad humana, mitad luz. Su voz era un eco que dolía.

—Daniel… no me dejes sola… —susurró, y cada palabra se convirtió en una chispa que se perdió entre los árboles.

Él corrió hacia ella, dejando atrás las raíces que intentaban retenerlo. El suelo ardía con una luz que no quemaba, pero pesaba como una maldición. Al llegar al altar, vio que el cuaderno del sacerdote estaba abierto en la página que nunca había podido leer. Las letras, ahora encendidas, decían:

“Solo un pacto de fuego puede romper el ciclo.”

Daniel comprendió. No bastaba con encontrar las luciérnagas. No bastaba con desear liberar las almas. Tenía que entregar algo a cambio.

—¿Qué significa eso? —preguntó, mirando el cielo que se abría en una grieta de luz roja.

La voz de Lucía —la tía de Valeria, ahora solo un suspiro flotando entre las llamas— respondió:

—Significa que el bosque pide una vida. Para cerrar el pacto, alguien debe quedarse aquí… para siempre.

El corazón de Daniel se detuvo por un instante. La noche se volvió más oscura.

Valeria lo miró con los ojos llenos de fuego y lágrimas.

—No… no puedes hacerlo.

Pero él ya había decidido.

—Tú fuiste la que murió sin poder despedirse —dijo con voz quebrada—. Tú mereces volver.

Las luciérnagas comenzaron a girar alrededor de ambos, formando un torbellino dorado. Cada una emitía un grito ahogado, una voz que venía de siglos atrás. Las almas pedían libertad, y el bosque rugía, impaciente por cobrarse su deuda.

Daniel colocó sus manos sobre el suelo.

El fuego lo reconoció.

Las llamas subieron por sus brazos, envolviéndolo como un manto sagrado. El dolor era insoportable, pero su mirada seguía fija en Valeria, que ahora recuperaba su forma humana, cada vez más nítida, más real.

—Daniel, ¡no! —gritó, intentando alcanzarlo—. ¡No quiero volver sin ti!

Él sonrió.

—El pacto se cumple con amor, no con miedo.

El bosque entero pareció suspirar. Las llamas se elevaron hasta el cielo, mezclándose con el viento. Por un instante, el mundo se quedó sin sonido. Luego, las luciérnagas comenzaron a apagarse una a una, dejando atrás una luz tenue que caía como lluvia.

Cuando el fuego se extinguió, Valeria cayó de rodillas.

El altar estaba vacío.

Solo el cuaderno quedó sobre las piedras, abierto, con una última frase escrita con ceniza:

“Cuando las llamas callen, las almas recordarán su nombre.”

Valeria lo tomó con las manos temblorosas.

El silencio del bosque se llenó de murmullos suaves, como si todas las almas liberadas agradecieran en un idioma que ya nadie recordaba.

Ella miró al cielo, donde una última luciérnaga flotaba, solitaria y brillante.

Su luz era azul.

Daniel aún estaba allí, en alguna forma que escapaba a lo humano.

Y esa noche, por primera vez desde la maldición, el bosque durmió.



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En el texto hay: misterio, suspenso, terror

Editado: 16.10.2025

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