El susurro de las luciérnagas

Capítulo 17 — El murmullo de la lluvia

La primera lluvia después del incendio cayó una semana más tarde.

No era tormentosa ni fría, sino suave, como si el cielo pidiera perdón por haber guardado silencio tanto tiempo.

Valeria caminaba entre los árboles húmedos, descalza, con el cuaderno de Daniel contra su pecho. Había dormido en la cabaña del guardabosques desde aquella noche, pero cada amanecer sentía que el bosque la llamaba otra vez, susurrando su nombre entre el viento y las hojas nuevas que comenzaban a brotar.

El lugar del altar había cambiado.

Donde antes hubo ceniza, ahora crecía hierba.

Donde hubo fuego, había pequeñas flores blancas que brillaban con gotas de lluvia.

Y en el centro, justo sobre la piedra donde Daniel se desvaneció, una luciérnaga azul seguía encendida, inmóvil, como si esperara algo.

Valeria la observó durante largo rato.

—Volví, Daniel… —murmuró, con la voz apenas audible—. El bosque está vivo otra vez. Pero no sé si tú también lo estás.

Las gotas cayeron sobre sus mejillas, confundidas entre lágrimas. El viento se movía en círculos, como una caricia. Por un instante, creyó escuchar su voz en la brisa:

“El pacto no termina hasta que la última alma recuerde quién fue.”

El cuaderno tembló entre sus manos. Al abrirlo, encontró nuevas palabras escritas con tinta fresca, aunque nadie lo había tocado desde su muerte:

“Valeria, si lees esto, significa que las almas comienzan a despertar. Pero el fuego no destruyó el bosque, solo lo transformó. Lo mismo ocurrirá contigo. Escucha el murmullo, y sabrás dónde encontrarme.”

Ella presionó el libro contra su pecho.

El bosque, silencioso durante siglos, empezó a cantar.

Las ramas crujían como cuerdas viejas afinándose, los ríos murmuraban nombres y las luciérnagas se encendían de nuevo, una a una, con un brillo suave, casi humano.

Valeria cerró los ojos. Cada sonido era una memoria: risas, llantos, promesas. Todo lo que el fuego había arrebatado ahora volvía con la lluvia.

Entonces lo vio.

Entre los troncos húmedos, una silueta caminaba despacio. No era un cuerpo, sino una figura hecha de luz azulada, como el reflejo del agua bajo la luna. Daniel.

Su presencia no era triste, sino serena.

—Cumpliste tu promesa —dijo él con una sonrisa casi humana—. Las almas me recuerdan, y pronto recordarán su camino.

Valeria intentó acercarse, pero cada paso lo hacía desvanecerse un poco más.

—No quiero que desaparezcas —susurró—. No otra vez.

Daniel extendió una mano, o lo que quedaba de ella, y la lluvia pareció detenerse solo para ese gesto.

—No desapareceré. Solo cambiaré de forma. Cuando el bosque vuelva a cantar completamente, estaré en cada luciérnaga, en cada chispa.

El fuego me quitó la carne, pero la promesa me dio raíz.

La lluvia arreció, cubriendo todo de un brillo plateado.

Valeria lo miró hasta que se deshizo en el aire.

Y, por primera vez, no sintió miedo. Sintió paz.

El bosque estaba sanando.

Ella también.

Pero al voltear, en la base del altar, una nueva frase apareció grabada en la piedra:

“El último amanecer traerá la elección final.”

Valeria levantó la vista al cielo gris.

Sabía que aún faltaba una noche.

Una última decisión.



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En el texto hay: misterio, suspenso, terror

Editado: 16.10.2025

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