El bosque estaba en calma.
Las luciérnagas flotaban sobre el lago, suaves, como un suspiro que nunca se había apagado.
Valeria caminó entre ellas, sonriendo.
El fuego, la lluvia y el tiempo habían cumplido su promesa: todas las almas atrapadas ahora podían descansar.
Daniel estaba allí, en cada chispa, en cada reflejo de luz, y su presencia llenaba el aire de paz.
—Está todo bien —susurró Valeria—. Ahora pueden brillar.
Y mientras el sol comenzaba a filtrarse entre los árboles, las luciérnagas se elevaron, dibujando un cielo nuevo.
El fin de la oscuridad había llegado.
El bosque, las almas y ella finalmente estaban libres.
Editado: 16.10.2025