El mundo está lleno de apariencias. Naces llorando y de adulto lloras igual pero a escondidas. El mundo lo percibimos desde el lugar donde estamos y el como lo vivimos. Nuestra única herramienta para entrelazar con los demás es el habla. Del resto sabemos poco y nada, uno nunca termina ni terminará de entender al resto.
De pronto, un ruido rompió el silencio detrás de ellos.
— ¡¿Quién anda ahí?! — A Alya le temblaba la voz.
Antes de que pudieran reaccionar, un leproso saltó, directo hacia la rubia, con la intención de devorarla.
El impacto nunca llegó. Fue detenido por un batazo certero, y el leproso cayó de bruces al suelo.
— Por poco y te come viva — dijo un hombre que apareció en la escena, sosteniendo el bate con firmeza.
— ¿Quién eres? — preguntó Mac, firme, retrocediendo y el grupo automáticamente se escondió tras ella, mientras Mac no perdía el tono desafiante.
— ¿Quién soy? ¿por qué me pondría una etiqueta que me reduce conteste lo que conteste?
—¿Se supone que dé gracia?
— Que pi-das... las gracias.
— ¿Y eso... por qué?
El hombre miró por encima del hombro de Mac.
— Esa chica, la rubia ─ dijo señalándola con un movimiento de cabeza—, estaba a punto de ser devorada. ¿Eres la que dirige este grupo? Si la pierden... sabes en quien caería la culpa
— Si eso es lo que desea, gracias. Ahora, si nos disculpas, tenemos que irnos.
— ¿Cuál es la prisa? — John se interpuso entre Mac y el desconocido. — Oiga, usted debe saber algo sobre esos tipos, ¿no?
— Sí, ¿y qué con eso? — El hombre contestó sin emoción.
—¿Nos podría informar sobre la situación? ¿Por qué hay muertos deambulando sin rumbo? ¿Es posible sobrevivir a esto? ¿A dónde podemos ir? — Por cada pregunta, John se acercaba más al hombre, su sonrisa torcida no desaparecía.
— Podría responderte, pero todo tiene un costo— el hombre contestó, como si nada le impresionara.
—¿De cuánto dinero estamos hablando? — preguntó Alya, con desesperación en su voz.
— Oh, pequeña. ¿Crees que lo que quiero es tu dinero? — El hombre sonrió con desdén— Olvídate de la plata. Lo que necesito es refugio, comida, abrigo... y determinación. Además de alguna que otra arma. ¿Son conscientes de lo que les estoy pidiendo?
—¿Cómo empezó todo esto? — John volvió a preguntar.
— ¿Esto de los "zombis"? No se engañen, no es que los muertos revivieran para vengarse. Esto es una infección, no ficción.
—¿Un virus, tal vez?
— Tus guantes... — el hombre se fijó en ellos.
— ¿Algún científico a quién mencionar?
— Se me ocurren unos cuantos.
— ¿Alguna cura? ¿Alguien inmune?
— Hm... el gorro de la rubia se ve cálido.
— ¿Herencia? ¿Un búnker? ¿Y qué sabe el gobierno?
— Es difícil saber qué piensa el gobierno. La gente rica está bajo tierra, en refugios de oro... o están huyendo. Esa es su especialidad. Quizá algún pariente de un famoso. ¿Por qué no crees que esto se dio tan naturalmente?
— Algo me lo dice.
—¿Eso es todo?
— No... ¿quién eres?
— Quizá mueran hoy mismo... ¿Por qué no me dan la comida que llevan?
— Hay cajas de frutas y bebidas detrás de usted, podrá sobrevivir un par de semanas─ dijo Mac, cortante.
— Bien. Pueden llamarme James.
— ¿Nombre de pila?
— Si fuera así, no te lo diría.
— Listo, listo, suficiente ─ Mac los interrumpió.
—¿A dónde van ahora que saben que sobrevivir en este caos es casi imposible?
— Por ahí. Quizás caigamos con mejor información ─ añadió Mac, con voz baja.
— Una pregunta más ─ John se dio media vuelta, acercándose a la salida.
— Quizás te responda, quizás no.
— Quizás no me responda, o quizás le dé las botas del moreno que nos acompaña... o tal vez me lleve todo lo que esté en este depósito ─ John parecía un poco más amenazante.
— ¿Y si respondo mal a propósito?
— ¿Cuánto tiempo lleva este virus propagándose en la ciudad?
— Unas... ¿dos semanas, tal vez? Es raro que haya llegado hasta aquí hace un par de días y nadie lo notara. Es un factor muy... interesante.
— Es todo.
— ¿Y mis botas?
— Tu respuesta no me sirvió de nada. Sobrevive con los guantes y el gorro.
— ¿Y si se quedan?
—¿Por qué lo propones? — Mac preguntó, intrigada.
— ¿Acaso tienen un plan? Es más fácil sobrevivir en grupo.
— Pero...
— Mac... ─ Alya la interrumpió, mirando al hombre. — Tiene un punto.
— Tiene razón— dijeron unos chicos al fondo.
— Bien, nos quedaremos un rato, mientras pensamos en algo — Mac suspiró, sin apartar la vista del hombre.
Así se quedaron por las siguientes seis horas.