No es una enfermedad, es nuestra condena. La condena que nos buscamos. Las predicciones fallaron, como siempre. Nada de lo que creíamos se cumplió. No es lo que dijeron. No comienza con síntomas claros, no sigue un patrón. Empieza con alucinaciones, delirios, pérdida de memoria... dificultad para moverse, para pensar, para ser.
Es un caos. Nos engañamos a nosotros mismos al creer que podríamos controlarlo, al creer que lo entendíamos.
Y ahora, los sobrevivientes estamos buscando más sobrevivientes. Las caídas son cada vez más frecuentes, las cifras suben. El número de caídos, de muertos, ya no se puede contar.
En la ciudad, los soldados colocan carteles con indicaciones: Sobrevivan. "Quédense en este lugar, estarán a salvo. No se acerquen a estos seres, eviten enfrentarse a ellos a toda costa". Pero, ¿a salvo de qué? ¿De quién?
Los investigadores siguen trabajando, pero aún no tienen respuestas. El avance de esta infección es imparable, y se extiende por la capital, devorando todo a su paso.
Las víctimas... las víctimas actúan de manera extraña. Parecen... otros. Tras muchas pruebas, y después de todo lo que hemos visto, la conclusión es clara. No son muertos, ni zombis. Son individuos afectados por patologías mentales severas, como esquizofrenia catatónica, pero a una escala que no se puede explicar. Son cuerpos que ya no son, pero que siguen buscando algo... algo que no entendemos.
Puede sonar como algo sacado de un mito, como lo que se ha dicho sobre los zombis... algo de G. A.
Pero esto es real. Esto está pasando. Y lo único que les puedo decir ahora es que sobrevivan. Manténganse lejos de ellos. Y si pueden, si es que queda algún espacio en este infierno, llamen a 001-xxx-xxx. Puede ser lo único que los salve.
La radio se cortó.
— Ahí están sus respuestas, — agrega James, su voz seca y distante, sin un rastro de emoción.
— Siguen siendo inservibles — suspiró John, el desdén evidente en su tono.
— Está decidido. Mañana, a penas salga el sol, iré a buscar un lugar seguro. Era mi plan desde el inicio, — dice Mac mientras guarda algunas cosas en su mochila, con movimientos rápidos y resueltos.
John traga en seco, un nudo en la garganta, pero su respuesta es firme.
— Te acompañaré —. Dice, colocándose al lado de Mac y ayudándole a repartir lo que queda de provisiones.
— ¿Asustado? — le murmura a John, no sin cierta burla.
— Para nada. ¿Debería?
— No debería ser yo la que conteste eso.
De pronto, una voz interrumpe la conversación.
— Jane, ¿podemos hablar? — Alya se asoma por detrás de las cajas, su tono algo vacilante.
—¿Qué pasa? — responde Jane, su tono ligeramente preocupado mientras se aparataba del resto para hablar.
— Desde que volviste del viaje... Cambiaste.
— ¿Qué quieres decir? — Jane se encoge de hombros, nerviosa, claramente incómoda con el comentario. Algo que Alya no parece notar.
— ¿Peleaste con Mac durante ese tiempo?
Jane la mira, sin decir una palabra.
— Quiero decir... Antes eran muy unidas, y... bueno, no sé.
— Ya veo... — dice Jane, alzando una ceja, como si todo tuviera más sentido ahora.
Jane se pone de pie, su expresión ahora más decidida. Se dirige al centro del grupo.
— Iré con ustedes.
— ¿Qué? — el coro de voces sorprendido, como si de pronto la realidad misma estuviera cambiando. Quizá la sorpresa es que Jane, después de tanto tiempo, haya tomado finalmente una decisión por sí misma. Después de todo...¿Por qué obligarse a cumplir un papel que, claramente, nunca logrará?
— ¿Estás segura? — pregunta John, su voz cargada de duda.
— Déjala que vaya, — dice Mac, con un tono frío y distante, sin apartar la mirada de su mochila.
Gran cambio. Jane, sin decir una sola palabra más, empieza a guardar sus cosas, preparándose para partir, como si nada hubiera cambiado realmente, aunque todos saben que, en el fondo, algo se había quebrado.
La tensión sigue creciendo. El silencio se hace pesado entre ellos, como si cada uno estuviera reflexionando sobre lo que acaba de suceder. Los infectados aún acechan, y la incertidumbre sobre cómo sobrevivir en este nuevo mundo es más grande que nunca.