Tenemos un contraste entre la desesperanza y el vacío de aferrarnos al encanto de la vida. Buscamos sentidos en medio del caos.
"Yo soy yo, y desearía no serlo"
—¿Sabes cómo se arregla esto? —preguntó Jane mostrando el aparato roto. Estaba ayudando a Hans a acomodar una habitación.
Él tomó la pieza.
—Aprendí cosas cuando estaba enfermo. No podía moverme así que pasaba horas arreglando cosas pequeñas como estas.
Ella se detuvo y lo miró un rato. Hans lo notó y le sonrió.
—Es...
—No tienes que decirme si no quieres. —le interrumpió Jane.
Volvió a sonreírle. Se subió un poco la camisa. Su piel de tez blanca, bajo la linterna mostraba una cicatriz quirúrgica.
—Es... insuficiencia cardiaca. Resumidamente es exceso de placas en las arterias y dificulta el flujo sanguíneo. Debo tomar medicinas. Todo el tiempo, si no lo hago... me quedan meses, incluso menos. Los síntomas son los más complicados, dificultad para respirar, fatiga... Hay tratamiento, pero no en este mundo... sabes a lo que me refiero—río un poco.
—¿Nadie más lo sabe...?
Hans negó con la cabeza.
—Sólo Enzo. Cuando sale me busca medicamentos. No quiero que me miren como si ya estuviera muerto, menos con lástima.
Jane se limitó a asentir.
—No estás muerto— dijo al fin—no mientras sigas aquí.
Hans bajó la mirada.
—¿Qué sabes de los zombis? —Dijo al fin.
Jane lo observó un momento notando el cambio de tema. Giró para un lado y comenzó a destornillar una parte una puerta.
—Primero... ellos pierden la vista, algo con su córnea, ella se quema. Son ciegos prácticamente. Luego pierden el oído, pero su olfato se agudiza cada vez más. Ellos pueden olerte.
—¿Olernos?
—Sangre. Si... si tienes una herida abierta, la más mínima, ellos lo sienten.