El ser humano es adicto a la mentira en este mundo lleno de hipocresía. Lo bueno es malo, lo malo es bueno, ¿por qué se empeñan en buscar la aprobación de otros como si al morir esa etiqueta siguiese significando algo?
El reloj marcaba las 07:00 a. m. El cielo, aún nublado, dejaba pasar apenas algunos rayos de sol. La ciudad dormía bajo el peso del abandono y el silencio solo era interrumpido por el crujir del metal oxidado y algún lejano aullido.
—Vamos —dijo Axel con voz seca—. Cuanto antes salgamos, antes volveremos.
Y sin más palabras, los cuatro se internaron entre las sombras de los edificios, con pasos decididos y las miradas atentas. Afuera no había segundas oportunidades.
La ciudad era una sombra de lo que alguna vez fue. Lo único que se oía era el crujido del paso del grupo a lo largo de las calles vacías y caóticas. El aire olía a ese hedor persistente de cuerpos que ya no estaban.
Enzo iba al frente, con el bate de clavos descansando en su hombro, girándolo de vez en cuando como si fuera una extensión de su brazo. Su expresión era tensa, los ojos barrían cada esquina con desconfianza. Siempre tenía una cara de cansado, o siempre tenía sueño, quizá esto no era sorpresa también... puede ser...
Axel llevaba una mochila militar en la espalda y una navaja visible en su cinturón. En su mano derecha, empuñaba una palanca oxidada. Parecía rudo, pero estaba atento a todo.
Mac iba ligera, con una chaqueta de cuero negro, el pelo atado en una trenza improvisada. En su cinturón colgaba una linterna, una botella de agua, y una daga afilada que había encontrado en la armería del refugio. Llevaba también un mapa doblado dentro del bolsillo de su pantalón, aunque dudaba necesitarlo.
Noah, como siempre, iba en silencio. Llevaba una pistola enfundada en su costado derecho —una Glock que nadie sabía cómo había conseguido— y una radio que conectaba al refugio.
—Zona este —murmuró Noah—. Las últimas veces estuvo despejada, pero hay que moverse rápido. Nada de separarse. Si algo sale mal, punto de encuentro: la farmacia abandonada de la calle 6.
Mac asintió en silencio. Había algo en el aire. Algo más pesado que el polvo. Y aunque nadie lo dijera... todos lo sentían.
—Nunca pensé que caminar por esta ciudad se sentiría así —murmuró Axel, sin mirar a nadie en particular—. Es como si estuviéramos profanando un cementerio.
—Porque básicamente lo estamos —respondió Enzo encogiéndose de hombros—. Todo esto... ya está muerto.
Mac mantenía la vista al frente, pero no pudo evitar lanzar una mirada rápida hacia Noah. Lo conocía poco, pero su calma inquebrantable le generaba cierta incomodidad.
—¿Hace cuánto hacen estas salidas? —preguntó, rompiendo el silencio.
—Desde el día uno —respondió Enzo—. Algunos pensaron que podían encerrarse y esperar que todo pasara. No funcionó.
—La ciudad no perdona —agregó Axel—. Y menos si sales confiado.
—Por eso es importante saber a quién tienes al lado —dijo Noah con voz baja, sin mirar a nadie en particular.
Mac lo miró de reojo. ¿Era un comentario general o una indirecta?
—¿Todos los que salen... vuelven? —preguntó, con aparente indiferencia.
Noah hizo una pausa. Se detuvo un segundo y luego retomó el paso.
—No siempre. Si alguien tiene la mala costumbre de confiarse, ese alguien no regresa.
Enzo apretó el bate con más fuerza.
—Iremos primero a la farmacia —agregó Noah evitando el tema como si nada—. Está más cerca y menos expuesta.
—Genial, amo el olor a alcohol y antibióticos pasados —bromeó Axel, tratando de aligerar el ambiente.
Mac forzó una pequeña sonrisa. La caminata seguía... pero en su mente, las palabras de Noah se repetían.
"No siempre."
La farmacia estaba desordenada, con estanterías volcadas y envases rotos esparcidos por el suelo.
Enzo veía unas medicinas, las leía con cuidado y guardaba algunas. Mac iba guardando lo que viese que podría servirles.
—Parece que alguien vino antes —dijo Noah a su lado, mientras revisaba un estante medio caído—. Pero dejaron lo importante. A veces no saben buscar.
Mac asintió sin mirarlo, concentrada en una caja de antibióticos. Él, en cambio, la observaba con calma.
—Te mueves como si ya lo hubieras hecho antes —comentó, sin dejar de mirar—. Buscar en lugares así, quiero decir.
—He estado en peores —respondió ella, seca.
Noah sonrió, sin tomárselo a mal.
—Lo sé.
—No necesitas caerme bien —dijo sin emoción.
—Tranquila, Silver —respondió él con voz suave—. Sé exactamente dónde ponerme.
Ella se detuvo. Ese apodo otra vez. Se giró por completo.
—¿Por qué me llamas así?
Noah la miró directamente, con esa calma suya que a ella le resultaba inquietante.
—Nelson es el de los apodos, no me metas ahí—levantó las manos bromeando y le sonrió un poco, vio una botella de alcohol y la guardó en el bolso de Mac— Y... No sé... simplemente te va. Piel fría, mirada filosa. Como la plata.
Una pausa. Una ligera sonrisa.
—O tal vez... solo me recuerda a algo que ya conocía.
Las calles estaban tranquilas. Demasiado tranquilas. El sol filtrado por las nubes daba a todo un tono grisáceo, como si el mundo entero se hubiera quedado atrapado en una fotografía vieja.
—La ferretería debería estar por esta cuadra —dijo Enzo, adelantándose con su bate apoyado sobre el hombro.
Axel revisaba los costados con una linterna pequeña, asegurándose de que ningún infectado se escondiera entre los escombros.
Mac estuvo al lado de Noah. Era como si ya la conociera. Y no en un sentido superficial. Más bien como si supiera lo que haría antes de hacerlo. Eso, en parte, la incomodaba. Pero también le daba cierta sensación de control. Como si no estuviera completamente sola.
—¿Siempre eres así de callada? —preguntó Noah, sin mirarla directamente.
—¿Siempre haces tantas preguntas? —respondió Mac, arqueando una ceja.