Uno a uno se iba de la sala, sólo quedaba Finn. Su mirada estaba fija en un punto muerto del techo. Pensó un poco y su cabeza giró hacia el marco de la puerta, algo faltaba, la extraña rutina cada que acababa una reunión se había roto.
Finn frunció el ceño. Se puso de pie lentamente, estirándose. Caminó por el pasillo en silencio hasta encontrarse de frente con la habitación de Mac.
Tocó suavemente.
—Silver... —llamó con la voz más baja que pudo usar sin sonar tembloroso—. ¿Estás ahí?
Nada.
Apoyó la frente contra la puerta un instante.
—...Sólo dime que estás bien —murmuró, esperando que su esperanza no muriera.
Se escuchó un leve clic. La puerta se entreabrió lentamente, revelando a Mackenzie en el umbral.
—Estoy bien —dijo, antes de que él pudiera preguntar.
Finn la miró unos segundos.
—No pareces estarlo —respondió, sin rodeos.
—Pues estoy viva, si era eso lo que te preguntabas.
Finn entró, se sentía como si entrar a esa habitación era algo prohibido. Era como una regla no escrita que rompió al cruzar el marco de esa puerta. Se sentó en el borde de la cama sin invadir su espacio mientras Mac cerraba la puerta con suavidad.
—No tengo nada que decir —respondió ella, sentándose al otro lado de la cama, con las piernas cruzadas.
—Sol...
Mac apretó los puños, conteniéndose.
—No la busques —dijo finalmente
Hubo un silencio y Finn sabía por qué Mac no quería que buscara a Sol. Lo aceptó.
— ¿Te quedarás un rato? —preguntó ella, sin mirarlo.
—Todo lo que quieras.
Finn se quedó ahí en silencio, acompañándola. Mackenzie dejó caer lentamente la cabeza contra la pared.
—Perdí el cuaderno.
Finn alzó la vista.
—¿Cómo?
—Cuando Sol... cuando el zombi la alcanzó, el cuaderno cayó. Estaba en el suelo, al lado de ella. Yo... yo solo corrí.
Su voz se quebró, pero no lloró. Solo presionó las manos contra las rodillas.
—Noah me sacó de ahí. Ni siquiera miré atrás...se perdió para siempre —murmuró ella.
—Nunca has tenido miedo. No como los demás.
—Ahora sí lo tengo. ¿Y si... ya no queda nadie en quien confiar?
Finn la miró fijamente.
—Confía en mí entonces.
Mac lo miró sorprendida, como si esa posibilidad no se le hubiera cruzado por la mente.
—¿Y si eres tú? —dijo, más para probarlo que como acusación.
—Ya estarías muerta, o ¿por qué sería yo? —respondió con calma, sin una gota de amenaza en la voz. Solo verdad.
Mac suspiró.
—Te odio cuando tienes razón.
—Y aun así me dejas entrar a tu habitación. Raro.
Mac sólo apoyó su cabeza en su hombro.
—A veces me olvido de quién se supone que debo ser con cada persona —murmuró.
Finn no respondió de inmediato. Se quedó quieto, sintiendo su peso, su cercanía.
—Conmigo puedes ser tu misma, Silver. Incluso si no sabes como hacerlo...—susurró mientras dejaba caer su cabeza en la de Mac.
Ella cerró los ojos. El silencio volvió, pero esta vez era cálido, como una manta que los cubría a los dos.
—Gracias por quedarte —susurró.
—Siempre, Silver.
El silencio se acomodó entre ellos como una manta que los cubría, apenas interrumpido por el viento. Finn no preguntó si podía quedarse, y Mac no pidió que se fuera. mientras la noche caía con todo su peso sobre el refugio.
Quizás, en un mundo donde todo se caía a pedazos, alguien tiene que destruir ese caos.