NARRA DALTON
Mi corazón golpea como si quisiera romperme las costillas desde dentro. Estoy temblando.
El espejo del pasillo… respira.
No lo veo moverse. Pero lo siento. Como si el cristal tuviera pulmones. Como si algo detrás del vidrio inhalara mi miedo y lo exhalara convertido en susurros.
—Dalton… —dice la voz. No es la mía. No es la de nadie que conozca. Es húmeda. Como si hablara desde una garganta llena de agua.
Doy un paso atrás. El suelo cruje. El espejo no refleja mi rostro. Refleja la sala. Vacía. Pero hay una figura en el sofá. Sentada. Mirando hacia mí.
No está en la sala.
Solo en el espejo.
—Dalton… —repite. Y esta vez, siento que me llama desde dentro de mí.
Mis piernas se doblan. Me agarro a la pared. El aire se vuelve espeso. Me cuesta respirar. Me cuesta pensar. Me cuesta no gritar.
Y entonces…
¡BANG!
La puerta se abre de golpe. Un viento helado entra. Y con él, mi tío.
—¡Aléjate del espejo! —grita.
Se llama Gael. Tiene 38 años, ojos como cuchillas y una cicatriz que le cruza el cuello como si alguien hubiera intentado silenciarlo.
Saca un frasco de sal y lo lanza contra el espejo. El cristal chispea. La figura se retuerce. Gael lanza una moneda de plata que se incrusta en el marco. Luego, saca una red metálica y la cubre con precisión ritual.
El espejo deja de respirar. Yo también.
Gael se acerca. Me toma del brazo. Me mira como si buscara grietas en mi piel.
—¿Estás bien?
—Y-yo… creo que sí —tartamudeo. Mi voz suena como si no fuera mía.
—Entró cuando abriste la puerta. Justo a las seis. Siempre pasa. Los Hostiles esperan el mínimo error.
Me lleva a la cocina. Prepara arroz con huevo como si no acabara de salvarme de una posesión. Cenamos en silencio. En este mundo, los fantasmas son como la lluvia. Molestos, peligrosos, pero inevitables.
—Mañana salgo de viaje —dice mientras mastica—. La Academia me asignó una limpieza en la zona roja de San Telmo. Hay posesiones múltiples. Niños.
—¿Niños? —pregunto.
—Sí. Los demonios los prefieren. Son más blandos por dentro.
Trago saliva. Él me observa.
—¿Tu poder ya se manifestó?
—No —miento.
—Puede aparecer en sueños. En reflejos. En sonidos que nadie más oye. O en momentos de miedo extremo.
Asiento. No quiero hablar del espejo. No quiero hablar de la voz. No quiero que piense que estoy lista. Porque no lo estoy.
Gael se levanta. Me acaricia el cabello con una mano enguantada.
—Si algo pasa, no abras la puerta. No respondas si te llaman. Y nunca, nunca mires espejos después del toque de queda sin protección.
Me voy a dormir. La casa está en silencio. Pero el silencio no es paz. Es espera.
En la ventana, escucho voces. No palabras. Solo sonidos que imitan el habla. Como si alguien intentara recordar cómo se pronuncia el dolor.
Me duermo. O creo que lo hago.
Sueño con agua. Con espejos. Con mi madre, que me llama desde un lago negro. Me dice que no hable. Que no escuche. Que no confíe.
Despierto gritando.
Y en el umbral de mi cuarto, está Gael.
Pero no se mueve.
No parpadea.
No respira.
Y sus ojos… no son los de mi tío.
Cierro duro los ojos.
“por favor, por favor. Que lo esté imaginando.”
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Editado: 07.10.2025