El susurro del umbral

CAPITULO 15

NARRA DALTON

Falta un día. Un solo día.

La noche de Halloween está a punto de caer, y el mundo entero parece contener la respiración. Nadie celebra. Nadie menciona la fecha. Es como si la hubieran borrado del calendario, como si el miedo hubiera aprendido a disfrazarse de silencio.

Pero yo lo siento. En la piel. En los huesos. En la marca que arde cada vez que el sol se oculta.

Por primera vez, tengo miedo.

No el miedo que se puede nombrar. No el que se puede explicar. Es un miedo que vive en el estómago, que se arrastra por la columna, que susurra desde los rincones de la casa.

Gael prepara el sótano. Revisa los sellos. Refuerza las barreras. Me mira como si supiera que no volverá a hacerlo.

—Esta noche debes tener cuidado —me dice—. Hay algo que no te he contado. Algo que…

Un golpe. Fuerte. Arriba. El aire se quiebra.

Las luces parpadean.

Y entonces lo siento. No es un espectro. Es una invasión.

Los fantasmas entran como humo. No flotan. No caminan. Se arrastran por las paredes, por el techo, por nuestras voces. Gimen. Ríen. Cantan.

Gael me empuja detrás de él.

—¡Corre! ¡Al sótano!

Corro mientras él me protege. Pero no llegamos.

—Sé fuerte, Dalton. Sé la prisión —. Me grita y me empuja.

Justo cuando uno de ellos lo toca. Solo un segundo. Y Gael se quiebra.

Su cuerpo se arquea. Sus ojos se vuelven blancos. Su boca se abre sin sonido. Sus dedos se doblan hacia atrás. Su columna se rompe con un crujido que me parte el alma.

—¡NO! —grito.

Desgarrando mi garganta. Mi corazón se aprieta. Es un dolor tan grande que no puedo expresar. Que me deja sin respiración.

Pero ya no está. El toque fantasmal lo ha tomado. Y lo ha matado.

Me arrodillo junto a él. Cuando los fantasmas se disipan. Logro arrastrarlo al sotano.

Lloro.

Grito.

Me quiebro.

Mi tío. Mi protector. Mi única familia.

Muerto.

Al día siguiente, no hay sol. Solo un cielo gris que parece llorar sin lágrimas. Voy a la casa de Doña Salomé. No toco la puerta. La rompo.

La encuentro en su sillón, rodeada de velas negras.

—¡Dime lo que sabes! —grito.

—Dalton…

—¡DIME!

La agarro. La sacudo. La arrastro por el suelo. Le muestro la marca. Le muestro el cadáver de Gael en mi teléfono. Le muestro mi rabia.

—¡Tú sabías! ¡Tú sabías lo que soy!

—Tú eres la puerta —dice—. Por donde el diablo intentará pasar.

—¿Y qué hago?

—También puedes ser la cárcel. El lugar donde permanezca. Donde se encierre. Donde se pudra.

—¿Cómo?

—Él vendrá esta noche. Nadie podrá ayudarte. Nadie podrá salvarte. Él te tentará. Te seducirá. Te ofrecerá su reino. Su cuerpo. Su eternidad.

—¿Y si acepto?

—El mundo caerá.

—¿Y si lo rechazo?

—Debes encerrarlo. Debes ser fuerte. Debes resistir. Porque si fallas… no habrá mañana.

Salgo de la casa. El cielo está más oscuro. El aire más frío. Y en mi mente… su voz canta.

—Dalton…

Y esta vez, no me llama. Me espera.




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