El susurro del umbral

CAPITULO 16

NARRA DALTON

Cae la noche. La última noche.

Halloween.

No hay risas. No hay disfraces. No hay niños pidiendo dulces. Solo silencio. Un silencio que pesa como tierra húmeda sobre un ataúd.

Estoy sola en casa. He sellado cada rincón. He quemado las fuentes espectrales que alguien —seguramente seguidores del diablo— dejó escondidas en los muros, bajo el piso, dentro de los espejos. Cada objeto maldito, cada símbolo oculto, cada susurro atrapado.

El cuerpo de Gael permanece en el sótano. No lo entierro. No lo quemo. Lo mantengo como ancla. Como esperanza. Tal vez se manifieste. Tal vez me hable. Tal vez me diga qué hacer.

Pero no lo hace. Ni siquiera como fantasma.

El frío llega primero. No como viento. Como presencia. La oscuridad se vuelve más densa. La niebla se filtra por las rendijas. El aire huele a metal oxidado y carne vieja.

Un estruendo destruye la entrada y varios hombres irrumpen.

Humanos.

Vestidos de negro. Sin rostro visible.

Intento luchar, pero me someten. Me arrastran. Me golpean. Me atan. No gritan. No hablan.

Solo actúan.

Me despierto en el centro del salón. Atada. Rodeada por un círculo de sal. Velas negras. Sangre fresca. Símbolos que se mueven si los miro demasiado tiempo.

Frente a mí… cazadores espectrales. Traidores. Y entre ellos reconozco a… Declive. Su rostro no tiene emoción.

—¿Por qué? —susurro.

—Mi trabajo era vigilarte —dice—. Desde el principio. Desde que entraste a la academia. Hiciste cada cosa como queríamos.

—¡fuiste tú! —. Gruño. Y sonríe.

—El día que entré a tu casa para hacer la prueba… dejé los objetos. Las fuentes. Los espectros. Todo calculado.

Mi cuerpo tiembla de rabia.

—Tú eres la puerta. Y nosotros… somos los que deben abrirla.

La ceremonia comienza. Los cazadores cantan en latín. Las velas se apagan solas. Las paredes sangran. Literalmente.

Grietas se abren. Líquido rojo brota. Gime. Se arrastra por el suelo. Uno de los cazadores se ríe. Luego grita. Luego se arranca los ojos con las manos. Otro se quiebra la columna. Otro se prende fuego sin moverse.

Y entonces… él aparece. El hombre dorado.

Brillante.

Perfecto.

Imposible.

Camina sobre la sangre como si fuera agua. Su rostro es hermoso. Demasiado hermoso. Como si la belleza fuera una trampa. Como si el deseo fuera una enfermedad.

—Dalton… —dice. Haciendo que sienta mi nombre sucio en sus labios.

—¿Qué quieres? —. Gruño con valentía.

—A ti. Porque tú eres mía. Porque tú fuiste ofrecida. Porque tú eres la grieta. ¡mí grieta!

Se acerca. No toca. Pero mi piel arde. Mi mente se quiebra. Mi alma tiembla.

—No lo haré —susurro.

—Ya lo hiciste —responde.

Me muestra la marca.

Brilla.

Respira.

Late.

—Eres hermosa —dice—. No como mujer. Como carne. Como templo. Como altar.

Su rostro cambia.

Ya no es dorado.

Es negro.

Como carbón.

Como vacío.

Como abismo.

—Serás mi reina —dice—. Porque ese es tu destino.

Me siento débil. No por miedo. Por algo más profundo. Como si algo dentro de mí lo reconociera. Como si algo dentro de mí lo deseara.

—No… —susurro.

Pero mi cuerpo tiembla. Mi mente cede. Y él sonríe. Porque sabe que estoy a punto de romperme.




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