Alguna vez compré un regalo para un amigo muy estimado, y a causa de mi nula habilidad para calcular los espacios, terminé comprando una envoltura menor al tamaño de aquello que pretendía regalar. Si bien entregué el regalo, el hecho de que éste no estuviera bien envuelto le quitó algo del efecto positivo que yo esperaba causar en aquel a quien yo quería tanto.
Esta experiencia me ha hecho reflexionar sobre otro tipo de regalo, aquel que llega a nuestra vida después de un arduo esfuerzo, o incluso por azar, y la transforma para convertirla en aquello que siempre quisimos vivir. Me refiero a las cosas que deseamos, desde lo más profundo de nuestra alma, y que parecieran inalcanzables desde cualquier ángulo del lejano territorio de la espera. ¿Por qué inequívocamente el esfuerzo es amigo de la paciencia? ¿Qué ocurre en ese tiempo, que hace tan necesario tener que esperar?
Esto me ha hecho pensar en la similitud con mi experiencia de los regalos y las envolturas. Si un regalo, llámese un triunfo o algo que siempre he deseado, es demasiado grande para que yo lo pueda experimentar sin que cambie los cimientos de mi persona ¿no es mejor esperar a crecer lo suficiente para que las victorias no sobrepasen la humildad?
Existen cursos, talleres, libros y conferencias que giran en torno a cómo sobrevivir al fracaso, pero es igualmente importante saber lidiar con el éxito, ya que aunque ambos se presentan como paisajes de colores distintos, pueden volverse escaleras o precipicios según la dirección que tome el caminante. Es ahí cuando reflexiono si la vida no tiene el hábito de forjar el carácter en el fuego de la espera, volvernos recipientes resistentes a la materia prima de aquello mismo que perseguimos pero cuya composición nos puede dañar, y si no es mejor haber llegado a la meta después de una larga carrera, con el corazón fortalecido y la mente disciplinada, que haber encontrado un atajo que no permitió preparar nuestros pies para el camino que aún sigue después. Porque el fracaso no es el final sino el comienzo, y lo mismo sucede con el éxito.
Así que la próxima vez que desespere porque aquello que deseo no ha llegado, antes de perderme en el propio laberinto de mis pensamientos voy a recordar mi experiencia con las envolturas y los regalos. Quizá sea yo solo una víctima de los tiempos, o quizá la vida me está extendiendo hasta tener la suficiente virtud para poder sostener entre mis manos mis regalos.