Mueve la cabeza y retira la carta número uno del tarot: El mago.
Le toma fotos y se la entrega al de criminalística.
—Tres cartas —dice Ana.
La rueda de la fortuna, el diablo al revés y el mago. Cada carta representa a una víctima. La totalidad: un mensaje oculto. El mago se asocia al ilusionista, un sujeto circense. Como persona, el naipe se refiere a quien con sus conocimientos y artimañas logra sus objetivos. El arcano representa la astucia, el maquiavelismo necesario para sacar adelante cualquier proyecto, pero también, emociones escondidas, manipulación.
No entiende por qué Dalí es representado así.
Revisa las fotos de las cartas del tarot. La rueda de la fortuna, el diablo al revés y el mago. No le son desconocidas. Se familiarizó con las artes adivinatorias en su infancia a través de Abigail, su abuela materna.
Tres naipes que, más que representar una situación o un mensaje en primera instancia, se usan aquí para describir a un ser humano. Así lo ha determinado el asesino con la individualidad de la carta, sin embargo, la sumatoria de estas —La rueda de la fortuna+el diablo al revés+el mago— describe tanto una situación como una persona. Si se le toma como un “hecho” significaría una situación catastrófica, una mala decisión o camino. Si se refiere a personas, alude a un ser humano oscuro, solitario y problemático.
La persona descrita por el tarot, ¿será el asesino o la siguiente víctima?
Se reencuentra con el inspector Caballero, quien luego de encontrase con el fiscal y la testigo, procedió a la toma de declaratoria. Ahora, permanece atento en el levantamiento del cadáver que será conducido al departamento forense.
Ana mira a su alrededor detenidamente. Busca a la testigo y al fiscal. No los divisa, en ello se acerca Caballero
—¡Eh, Ana! ¿Buscáis al homunculito? —Hace una pausa y continúa— Le he dicho que se vaya. Tenemos la declaración de la Pitonisa. No es nada buena. Una sarta de incongruencias. —Le muestra la USB—. Como testimonio, ¡un fiasco! No servirá ante un jurado.
Su experiencia forense de hace siete años durante el caso de Dalí, le ha enseñado que para el investigador y la ciencia no existe testigo inservible. Cualquier testimonio puede hacerse válido ante la ley.
—Presenten el testimonio.
Caballero le muestra la grabación.
—¿Queréis escucharla ahora? ¡Vamos!
—Después.
—Ok, os lo mostraré en el coche.
Las siluetas del equipo forense policial se disuelven entre la puerta y el pasillo. Abandonan la escena del crimen.
Cuatro y treinta de la mañana. Entre el silencio retumban las pisadas de Mondragón y Caballero. Se acercan a la puerta de cristal. El paso está libre. No hay nadie.
“Raro” piensa Ana.
Recordaba haber escuchado de alguien que la puerta permanecía cerrada y solo empleados y médicos tenían acceso mediante un pase con código de barras.
La forense y el inspector cruzan sin problema.
—¿Dónde está el personal?
—Han desalojado. Se los he pedido como parte del protocolo en estos casos —contesta él.
Para ambos transcurría un nuevo día. Había recolectado bastante evidencia en la escena del crimen.
La respiración de Ana se vuelve tenue. Denota tranquilidad. Su rostro ha adquirido un extraño tono de placidez. Se ha olvidado de sí misma y se centra en la caza del criminal.
Hoy ha intercambiado pocas palabras con Caballero. Paulatinamente, el muro que originaron se está rompiendo y ellos vuelven a ser los de antes.
Salen del hospital. La Ford Explorer surca la madrugada.
Damián dirige una mirada a Ana, ella se la devuelve y pregunta:
—Y bien. ¿Qué hemos encontrado?
Los labios de él se mueven ligeramente, reaccionando a la pregunta. Acostumbran a hablar sobre cada caso después de ver la escena del crimen.
—La última vez que fue visto con vida fue en la enfermería. Se presentó por efectos secundarios ante un cambio de medicamentos. Fue solo, no asistió a cenar, corroborado por personal médico y pacientes. Lo siguiente, la pitonisa encuentra el cuerpo, busca ayuda en un enfermero y este llama a la policía. Nadie escuchó gritos ni movimientos extraños.
—¿Las cámaras?
—Están por toda la institución —responde el inspector
—¿Viste las cintas?
La cabeza del hombre asiente afirmativamente.
—Entre la hora del almuerzo y la comida lo visitaron ocho personas: personal médico y pacientes. Ningún familiar. Luego la cámara se congeló, según me comentó un empleado; hace más de un mes vienen presentando problemas con el software y la transmisión —respira profundo como si le faltase aire y continúa—. Entre las nueve y diez de la noche salen de la habitación cuatro personas: dos mujeres, dos hombres, una de las mujeres luce igual a la mujer que se observó en los crímenes de las anteriores víctimas. Llama la atención que en el regreso la imagen salta, como si hubiese sido editada. Luego se ve la salida de la pitonisa y la entrada de un enfermero, tras otro personal médico y pacientes.