Tras el vidrio de la camioneta se perfila la gran Ciudad de Ivazú. Su comercio. Las grandes calles y avenidas que reflejan una metrópoli en progreso. Gente saludable, bien vestida, de apariencia confortable. Las edificaciones con sus fachadas extremistas que van desde el más simple minimalismo hasta la exageración del rococó. El tráfico, los coches, el ruido redundante acelera los ánimos. Las pulsaciones, el espíritu.
—¿Escuchasteis el testimonio de la pitonisa, mujer?
Ana no recuerda del todo la respuesta. Tiene una vaga seguridad de que lo hizo. Pero si entra en detalles, lo ha olvidado todo. Por ello, permanece unos instantes en silencio para luego mirarlo, extender su mano hacia él y solicitarle la memoria.
—¡Escuchémosla de nuevo! ¿Te parece?
Acto seguido, sonsaca la memoria portátil de uno de los bolsillos de su compañero. Tras los años, Caballero sigue siendo igual de relajado y a veces irresponsable al guardar evidencia en sus bolsillos o en ciertos lugares fáciles de acceder, como la guantera del coche.
Un ruido de ambiente. Clic. Se inicia el testimonio. Los dos están atentos a los hablantes.
Para ambos, el fragmento de descripción que hace la pitonisa, la reunión de amigos, el árbol de sauco y la concurrencia que lo habita, les parece particular. Sobre todo, el fragmento que dice:
“Estábamos todos, como en el árbol de sauco. Como hace siete años: el mago agonizante. Yo, la estrella, sostenía el llanto, sujeta al cielo sin poderme ocultar. El ahorcado tenía aferrado a su cuerpo el santo grial y el ermitaño, él fue el primero en abandonarnos”.
—El ermitaño y el ahorcado son los dos que faltan. Escribe en un papel la forense. Entre esos dos está el asesino.
De antes, ya se habían identificado los arcanos restantes. A Dalí, el homicida le asignó la carta del mago y tras el último ataque, la estrella había sido encarnada por la pitonisa.
Ambos están de acuerdo en que el árbol de sauco representa el sitio de reunión de los amigos —Dalí, la pitonisa, el ahorcado y el ermitaño—, pero, les queda la incógnita sobre el Santo Grial al que se refería la bruja. ¿Qué era?
La filosofía popular dice que el Grial fue el cáliz usado por Cristo durante la última cena, además de ser el receptor de su sangre tras la crucifixión. En resumen, un tesoro, el objeto sagrado. Pero, dentro del contexto, ¿qué relevancia toma?, ¿qué podría representar? Rebanan sus sesos tras la ecuación.
—Una prueba que lo inculpe, sin tacha alguna —agrega la mujer.
—¿Una prueba? ¡Venga! ¿Cuál?
¿Qué evidencia puede ser tan fehaciente para que su imagen dé por hecho un crimen y su perpetrador?, piensan. Tal vez una foto, una carta, la confesión del asesino. Lo anterior deben averiguarlo.
Tras la reflexión, continúan escuchando la grabación y prestan atención al siguiente aparte:
“El ermitaño iba a ayudar al mago para atraer a los enamorados, pero el tres de espadas interfirió. He visto como si los suyos fueran mis ojos. He sentido su piel, su corte, su sangre. Sus manos han sido mías: la rueda de la fortuna, el diablo al revés, el mago, los enamorados, la torre, la muerte y así fluye. La sangre corre en su nombre L’e mort.
Tras escucharlo de nuevo e identificar algunos apartes, determinan que el asesino está entre los dos sujetos identificados: arcano nueve, el ermitaño, y el doce, el ahorcado. Con base en lo propuesto por el homicida, la identificación de las víctimas con cartas del tarot, se puede pensar que estas dos representaciones que, también se relacionan con un tipo de individuos en particular, otorgan atributos de los arcanos nueve y doce a estas personas:
El Ermitaño: Representa a un individuo solitario tendiente a la introspección, la meditación, el autoconocimiento. Excluido del mundo para entender mejor lo aprendido y de esta forma asimilarlo y dominarlo.
El ahorcado: Encarnaría a un ser humano altruista, desinteresado por las cosas del mundo. Dispuesto al sacrificio y la abnegación. Un mártir.
Ana lo entiende al igual que Damián, si su suposición es real deben buscar a un hombre relativamente mayor, solitario, con dominio de sí mismo y a otro, abnegado, pasivo, empático y con afán de sacrificio. De los dos, se preguntan la forense y el inspector, ¿cuál será el asesino? Para ellos, ninguno es lo bastante malvado como para cometer los tres crímenes acontecidos, objeto de investigación, ni el intento de homicidio de la cuarta víctima, la pitonisa.
Tras establecer este punto, se detienen en el naipe de los enamorados, ya que tanto Ana como la pitonisa se ven incluidas en él por ser exparejas de Dalí.
La mujer retrocede la grabación y escucha de nuevo el fragmento: “El ermitaño iba a ayudar al mago para atraer a los enamorados”.
—El ermitaño es el actor de acción —dice Ana mientras escribe algunos apuntes en una libreta que ha extraído de su maletín. — El mago y los enamorados encarnarían a Dalí, la pitonisa/yo.
—No —la interrumpe Caballero.
—¿No?
—Hace referencia a Dalí y a vos. No a la adivina.
La mujer se sorprende.
—¿Por qué dices eso? —cuestiona a su compañero.