De nuevo se presenta ante ella aquel año, 1986. Memorias momentáneas aparecen arremolinadas en su presente. Logra capturar una: chicos.
Ella oculta tras un arbusto, observaba a un chico un poco mayor que recogía frutos pequeños rojos y jugosos con un perrito al lado. Se acercó. El cachorro la descubrió y lamió. Él no prestó atención. Llamó al perro. Le dio de comer los frutos que recogió. Ana se abalanzó.
—¡No lo hagas! Es venenoso. ¡Morirá!
—Lo sé —contestó el chico.
—Y ¿entonces?
El púber sonrió y agregó:
—Pero él no. Hará lo que yo quiera. ¡Es un animal! Mi regalo de cumpleaños.
Ana arremetió contra él, lo golpeó, tomó al cachorro y corrió a casa. Luego de esto no hay nada. La mente en blanco, una caja vacía.
¿Quién era ese chico en su memoria?, ¿qué pasó con el perro?, ¿lo salvó?, ¿se quedó con él?
No recuerda haber tenido perro. Manuel, su padre, los detestaba. Eran una máquina de pulgas y caca, decía siempre que su hija suplicaba por una mascota.
Una silla es rodada en la oficina contigua. La mujer mira el reloj. Las diez. No entiende cómo corre el tiempo sin que ella se percate. Cierra las cartas y las devuelve al sobre original. Roza el paquete dos: el diario de Dalí, aparte de su piel y pensamientos, lo más cercano a su alma.
Lo ojea. El trazo es bastante desigual. Algunos medicamentos psiquiátricos alteran el pulso y con él la letra. Si por la caligrafía se pudieran determinar los tratamientos mentales, Ana podría decir con seguridad que Rubén Darío Vallejo pasó por varios, sobre todo los últimos meses.
En aquellas páginas hay de todo, desde consignación de deudas, deberes, fotos, recuerdos, dibujos y hasta su vida entre cuatro paredes. Estructura de locos. Realidad de dementes.
Lee un poco las primeras páginas. Nada de interés para ella ni para el caso. Pasa hojas, encuentra algunos bosquejos de rostros. En el pie de página de uno: “Mi nuevo amigo”. Ella lo observa, le llama la atención la expresión de los ojos, familiar, profunda, escalofriante. Puede recordar el negro de esas pupilas en carboncillo, son las del hombre en la cinta, los rasgos. Sí, más joven, pero con idéntica fisionomía. Pone atención a los dibujos. Toma fotos. Las envía al inspector.
A la mitad del diario, aparece por vez primera la imagen del arcano del tarot El Ermitaño y en contraste el rostro de aquel hombre. Busca nombres, no existen, solo es un individuo al que Dalí por momentos llama “mi amigo”, El ermitaño o El Chamán...
Sigue pasando páginas y le llama la atención el escrito del 5 de junio de 2014. La tinta y la letra son iguales a la de la carta dejada en la estación y la nota en su apartamento. Trazos finos. La efe alargada y letra de trazos elegantes:
Me he fracturado la mano. El Ermitaño amablemente se ofreció a consignar mis pensamientos y memorias mientras mejoro. Le he mostrado mi diario. Dice que no esté triste, que a quien amo volverá. Le he mostrado el rostro de Ana, mis recortes, sentimientos y el mundo de nosotros, ese construido con recuerdos.
Ahora estoy a la expectativa de su respuesta. Le escribí el 30, pronto responderá. Me dirá que quiere verme, que me extraña. Que todo este tiempo siempre me tuvo presente y vendrá, cualquier domingo de estos. Ella vendrá.
Las consignaciones hechas en días posteriores son similares a esta. Solo a partir del 18 de junio y siguientes, la narración consignada en esas hojas mantiene el mismo estilo y trazo, aunque se diferencia en los temas. Ahora se pueden hallar listas de individuos, tablas, planos, horarios de cambios de guardia diurnos y nocturnos. Toda una relación específica y calculada de la vida del hospital. Las falencias de los sanitarios y empleados. Un listado de medicamento psiquiátrico y demás temáticas que dos pacientes de un hospital mental no deberían consignar en un diario.
Ella descansa un momento. Observa aquel cuaderno: la letra, la forma de expresar, el estilo. Ya no es Dalí quien consigna, es él, El Ermitaño, el asesino. Pero, ¿las páginas de ese diario son suficiente evidencia para llevarlo a juicio?, ¿cómo saber que no es ficción producto de la demencia, fantasías de dos desquiciados? Ahora, esta se ha convertido en su preocupación, que mitiga tras leer el diario en su totalidad y encontrar tanto detalles específicos de los crímenes como otros aditamentos que lo excluyen de una narración de ficción producto de la creatividad o la locura y lo incluyen en un documento incriminatorio, tanto para Dalí como para El Ermitaño, el asesino. Tales aspectos son anotados por ella: