FISCALÍA Y POLICÍA NACIONAL DE CIUDAD DE IVAZÚ
TESTIMONIO JURAMENTADO
MOTIVO: INTENTO DE ASESINATO
Yo Lucía Albarrete Pinzón, alias “La Pitonisa de Delfos”, identificada con el carné de Ciudad de Ivazú 52.416.899. Con domicilio en el Hospital Psiquiátrico San Juan Apóstol (área rural/colindante con el distrito de Opice) y en un estado de conciencia “normal”, declaro bajo juramento los hechos que pasaron el día de hoy 28 de agosto de 2014 en las horas de la madrugada en el Hospital Psiquiátrico San Juan Apóstol, en la habitación en la que yo descansaba.
Cuerpo policial y fiscalía inician con la toma de declaración de la víctima:
Me encontraba en la habitación luego de rendir interrogatorio por la muerte de Dalí. Me hallaba, acostada en la cama pensando en lo que ha pasado, llorando y muy triste cuando por la puerta entra El Ermitaño, conocido por nosotros así o como El Chamán, pero para su familia Samuel Camacho.
Entra a mi cuarto sin permiso, viste de oscuro. Sin previo aviso me amarra las manos a las barandas de la cama, al igual que los pies. Pone en la mesa que está cerca de la cama una taza de plástico y le agrega un vino negro, luego coloca algunas uvas negras y pequeñas con ramitas y con una cuchara comienza a machacarlas. Posteriormente, mete uno de sus dedos, prueba y dice que es perfecto. Me desamarra, me abraza, me dice que si bebo eso dejaré de sufrir. Me pide perdón por lo que pasó, que yo sé que tenía que ser así. Yo no decía nada, no se me ocurría decir nada. Solo lo miraba. Me desamarró totalmente, me dijo que me sentara, me agarró la cara, me espichó la nariz y a las malas. sin tregua, me hizo beber ese líquido negro con uvas negras de ramitas, medio vaso más o menos. Mientras me obligaba le arañé el cuello y los brazos, era lo único que traía destapado. Mis uñas tienen su carne y sangre. Me sentí lívida y leve y empecé a dormirme, luego desperté aquí en esta cama, donde muchos hombres de abrigo me miraban y hablaban entre sí.
Esta declaración se dio el día 28 de agosto del año 2014 en toma domiciliaría de la fiscalía y el cuerpo policial.
Se entiende que este documento es penal y si se infringe la declaración juramentada o se percibe falsa tendrá repercusiones penales.
De ser necesario, el individuo de testimonio juramentado podrá ampliar su testimonio si así lo requiere la ley…
Realmente el testimonio había sido muy básico, certero.
—¿Le hicieron prueba de tejidos? —pregunta la forense.
—Sí.
—¿A él?
—Se trató, pero cuando el equipo de laboratorio fue, este no se encontraba en el hospital.
—¿Entonces?
—Se buscó en la casa, pero en este instante está desaparecido, termina Caballero.
Ana respira profundo. Observa a Damián que justo ahora se le hace menos feo que antes, puede decirse que un tanto agraciado y menos parecido a su padre. De hecho, no lo era, pero Ana siempre lo pensó así.
—¿Qué miras?
—A ti, pareces diferente. ¿Te hiciste algo?
Caballero la observa confundido y sonríe como si se tratara de una broma o una cámara oculta.
—Bueno, pues me bañé.
Ana ríe, es consciente de que la conversación que están llevando es absurda. En trece años jamás dada hasta hoy, pero no le molesta, de hecho, se sorprende al no haber notado que el inspector a su manera era guapo y no entiende por qué siempre lo relacionó con su padre, si tanto a nivel físico como de carácter distaba de aquel ser dictatorial.
Vuelve al testimonio. A meditar sobre el hecho de que en el tiempo actual Samuel Camacho esté desaparecido.
—¿Dónde puede estar? —pregunta.
—¡Venga! ¡Que se lo ha tragao la tierra!
El inspector y su equipo buscaron en su casa, en la de su familia, amigos. Nadie daba razón de él.
Ana tiene dos lugares en los que tal vez esté: el primero, su casa, el apartamento 713, porque allí vive ella y a él le gusta alimentarse de su comida y observarla o, simplemente, estar e imaginar que si tuvieran perros muertos y niños sangrantes serían una familia. El otro es la casa de Dalí.
—¿Buscaste en casa de Dalí o mi casa?
Se sorprende. No ha pensado en ninguno de estos dos domicilios, pero era lógico que Samuel pudiese recurrir a estos, ambos le resultaban de una u otra manera, familiares, cómodos y con recuerdos. Dos seres cercanos a él, mediados por el amor y el odio.
Acto seguido, Caballero llama al equipo policial para que visiten los lugares y detengan al sospechoso principal, el homicida Samuel Camacho, alias El Ermitaño o El Tarotista.
—¿Habéis pensado qué le diréis a Víctor Serrano cuando llegue?
—No.
—Debéis pensarlo bien. Él os quiere fuera.
—Lo sé.
—Debéis decidir si queréis que sea momentáneo o para siempre.
El para siempre le era una frase muy larga. Pero, no ha pensado si desea una pena o un destierro. En cierta manera las dos le hacen ilusión. La primera, sería unas vacaciones de sangre, muerte y necropsias. Disfruta el mundo de los muertos, pero está viva. Debe saber acomodarse a eso. La segunda opción, el para siempre. No sabe cómo enfrentar el mundo si no es forense, pero le gustan los retos. ¿Qué más puede ser? ¿Bruja como su madre antes de casarse, su abuela y chorlita? ¿Consultante forense? ¿Ama de casa? Lo último le implicaría ser esposa y ser madre y su personalidad se hizo para amante e independiente. Lo sabe, pero hace bastante lo dejó de creer. Ella simplemente es Ana Mondragón. Médica forense. Treinta y siete años. Soltera. Sin hijos y en los próximos días, desempleada y marginada.