Me senté sobre mi cama, pensando en lo que había experimentado, en la fantasía que había inventado, luego me levanté, me bañé y salí ya que no pensaba en comer. Llegué al salón y me topé nuevamente con ella, pero esta vez a diferencia de un día cualquiera se acercó.
—Pensé que me escribirías anoche —dijo mientras caminaba hacia mi.
—Perdón, lo olvidé —dije apenado, estaba tan centrado en la gran sensación que me generó que me hizo olvidar comunicarme con ella.
Luego de un par de palabras que no recuerdo por estar nuevamente perdido en el trance de sus pupilas, ya la clase estaba por comenzar y me propuse ir a mi lugar, pero ella nuevamente pidió que me hiciera a sus espaldas y al final terminé aceptando su petición.
Las horas pasaban mientras yo me encontraba en mi cuaderno haciendo un par de dibujos intentando trazar su silueta. La campana sonó indicando el descanso, ella se levantó y volteó.
—¿Qué tanto haces en ese cuaderno? —preguntó.
—No es nada importante —le respondí.
—Ok, ¿y quieres salir o seguir con tus cosas de poca importancia? —me preguntó soltando una pequeña risa en el proceso.
—Sí —así que salimos y pasamos el receso. Me volví a perder en el mar de su belleza y no estuve casi atento a sus palabras. Luego al volver al aula en conjunto con el sonido del timbre, me hice nuevamente detrás de ella y como si pareciese rutina mi lapicero empezaba a trazar líneas intentando replicar su perfección. El día pasó rápido y mis ojos no se despegaron del papel.
—¿No piensas levantarte? —me preguntó.
—Sí, ya voy —le respondí.
—Ya me tengo que ir, espero que pases una linda noche Dante y no te olvides en escribirme —dijo y se marchó, pero antes de que lo hiciera, me acerqué a ella enredándola de una manera muy brusca entre mis brazos y terminé chocando mi cabeza con su nariz.
—Tranquilízate Dante —dijo un poco enojada.
—Perdóname, no lo volveré a hacer —fue un estúpido impulso que me hizo hacer tal cosa.
Ella se quedó en silencio y puso su mano tapando su rostro por el dolor y se fue.
Llegué a casa y aquello que había pasado tenía a mi mente un poco nublada. Necesitaba descansar ya que mis párpados no paraban de caerse, así que me lancé sobre el colchón y cerré los ojos.
Inmediatamente los abrí de nuevo y estaba en la tundra, pero esta vez no estaba donde me encontraba la noche anterior, estaba justo detrás del salto que había dado y a lo lejos se seguía viendo la luz de ese enorme sol, pero esta vez su naranja no era tan atrapante, estaba más apagado.
Volví a tomar impulso y a contar hasta 5 pero esta vez al estar en el aire me sentí más pesado, lo que me hizo caer. La oscuridad parecía tragarme y al pasar un par de minutos choqué con el suelo, este estaba cubierto de una bruma negra. Me levanté, pero no sentí ningún tipo de dolor. Miré hacia arriba pero no se podía ver la blanca luz de la tundra ni el naranja que irradiaba la estrella. La sombra se me hizo en frente, pude saberlo debido a que sus ojos brillaban al igual que la luz del paisaje blanco. Empezó a moverse hacia adelante y yo la seguí. Al dar un par de pasos sus ojos se desvanecieron, así que seguí caminando a ciegas ahora sin su guía, pero un color se pudo ver entre la oscuridad: era un gris brillante que iluminaba mis ojos. Al acercarme dio un gran destello que hizo que la penumbra se dispersara y al fin pueda ver hacia arriba y al hacerlo pude ver cómo estaba en el fondo de un abismo gigantesco adornado con un enorme agujero negro, una esfera inmensa que se tragaba a un color naranja proveniente de arriba, con un enorme anillo gris brillante que hacía que se pudiese ver. Es difícil de explicar lo que pude presenciar, hasta que en los alrededores pude ver a la misma entidad que me acechaba en el bosque, lo supe porque pude distinguir su cabello. Ella se hizo detrás de ese fenómeno y yo con curiosidad decidí acercarme, hasta que escuché un susurro.
—No me toques —su voz se me hacía parcialmente conocida, hasta que ella tomó la iniciativa y se hizo frente a mí.
Tenía su rostro, era ella.
—No me toques —siguió repitiendo el espectro una y otra vez, ella flotaba, sus ojos cafés tenían el mismo brillo y su piel era blanca como la nieve.
—NO ME TOQUES —gritaba.
—NO ME TOQUES —no paraba, lo repetía una y otra y otra vez.
Continuó repitiendo sus gritos hasta que el color de sus pupilas se empezó a desprender, porque esa singularidad empezaba a reclamarlo, haciendo que sus ojos quedaran completamente en blanco y que ella cayera al suelo como si le hubiesen robado su alma. Al parecer no la atraía de una manera física, era algo más, que sacaba algo desde su interior. En ese instante quise acercarme, pero la sombra apareció a sus espaldas a unos cuantos metros de distancia.
—NO ME TOQUES —sus gritos seguían escuchándose.
—NO ME TOQUES —la cabeza empezaba a dolerme y del estrés, no sé cómo, pero solté un grito.
—QUÉ QUIERES —y luego los gritos pararon, pero quedé inmovilizado. Ella empezó a agonizar, sus ropas se desprendieron y en su piel como si fuese con un cuchillo de la nada garabatos se empezaban a formar. Ella agonizaba, su sangre era blanca y al caer sobre el suelo formaba una letra. Los gritos no cesaban, era una escena de horror. Al final, sus cuencas terminaron por explotar, sus ojos vacíos cayeron sobre el suelo y el resto de su cuerpo fue desmembrado parte por parte. El agujero empezaba a absorberla y al final todo quedó en silencio.
Miré al suelo donde quedaron sus ojos y alrededor, con la sangre que ella soltó un escrito se formó, era uno de mis poemas.
Musa
Mi amada, la que nunca me dejaría de lado, aquella que es fría, pero no me canso de recibir su gélido cariño, la que me hace ver quién soy, o bueno, lo débil que puedo ser.
Y ella es la única que tiene acceso hacia mis adentros, lo cariñoso que puedo ser, lo reflexivo, sensible y apasionado que soy, cosas que se ocultan tras mi sombra. Pero ella no siente temor al adentrarse a la cueva del monstruo y al refugio de mis demonios, siendo la luz de su guía, para encaminarlos a la esperanza de la salvación.
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soledad, una historia de instrospección, algo fuera de lo convencional
Editado: 04.07.2025