El temple del vacío

Capítulo 5 – Aqueronte

Pasaron un par de minutos y ella no respondía, aunque eran las tres de la mañana, así que era normal que no respondiera. El sueño seguía presente y sentía la necesidad de dormir, pero en el fondo no quería hacerlo, porque temía volver a despertar frente a ella y sus demonios, pero al mismo tiempo sentía intriga por sus últimas palabras.

—Con su falsa luz conseguiré quemarme —susurré.

No lograba entender a qué se querían referir y en ese momento pasaba por mi mente cómo me miró ella al intentar abrazarla, cómo sentí su rechazo en un par de segundos, fue suficiente para darme cuenta que a pesar de todo su repugnancia hacia mí es muy evidente.

El cansancio me volvió a ganar y cerré mis ojos lo que me hizo despertar nuevamente allí, pero esta vez en el punto donde comenzó todo, en el paisaje blanco y vacío donde desperté la primera noche, pero esta vez la sombra no parecía estar hasta que decidí voltear y sus ojos se seguían clavados hacia los míos. Esta vez no podía hablar y mi duda no podía salir. Ella se empezó a mover, pero esta vez hacia atrás, ignorando el camino que habíamos tomado inicialmente.

Pasamos unos minutos caminando y el blanco parecía eterno, hasta que ella se detuvo. Al hacerme a su lado pude ver cómo estábamos a la orilla de un gran lago donde a su horizonte se podía distinguir otro gran muro. La sombra desapareció y al parpadear una barca en la orilla hizo presencia, con su barquero que era una sombra más, pero sus ojos no brillaban, era completamente oscura y tenía un manto con una capucha que lo cubría como si fuese la misma parca. Me hizo la señal de que me subiera junto con ella. Empezó a avanzar y al mirar al agua esta no parecía normal, era gris y la bruma dejó de ser blanca para tomar un tono más opaco y apagado. La niebla se apoderó de todo el paisaje y esa penumbra no permitía ver lo que seguía más adelante. Pasaron unos minutos y hubo silencio hasta que él fue quien lo rompió.

—No dejes que ella te encarcele Dante —dijo y el vaho que exhalaba de su boca emitió un inconmensurable frío.

El nudo en mi garganta seguía ahí y no permitía que mis dudas pudiesen salir.

—Ella te conoce mejor que nadie Dante, ha estado desde el momento en el que decidiste refugiarte en un rincón como un cobarde —siguió y sus palabras me ayudaron a comprender mejor su identidad, la que asumí la noche anterior.

—Ella es el agente que hace que tu mente esté rodeada de este caos disfrazado de paz —decía, mientras el frío aumentaba y mientras ella seguía remando y hubo un momento de silencio, como si estuviese intentando tragarse algo y de la nada se detuvo.

—Ella nos tortura Dante, nos hace creer que el calor será posible —notaba melancolía en su voz y la temperatura seguía bajando.

—Nos quitó la luz —alzó su cabeza y pude ver cómo sus ojos en realidad sí tenían un color, era un naranja casi apagado.

El silencio volvió y él se dedicó a seguir avanzando. Los minutos siguieron pasando y en un punto la barca volvió a detenerse, pero esta vez porque chocó con algo. Al mirar era el hielo que cubría el resto del lago y el barco se empezó a cubrir de una gris escarcha lentamente.

—Es hora de que sigas Dante —así que me levanté y me paré sobre el hielo mientras observaba cómo la escarcha seguía subiendo hacia el barquero y antes de que lo cubriese por completo dijo:

—Yo también puedo sentir el naranja —al final el rocío helado lo tapó por completo y quedó una estatua con un pequeño color en sus ojos que se terminó por extinguir.

La bruma se hacía cada vez más densa hasta el punto que dicha escultura se perdió a mi vista. Pasaron un par de minutos y seguí parado en el mismo punto, pero el frío me consumía hasta los huesos así que decidí continuar sobre ese gran suelo congelado. Al seguir tras la penumbra pude distinguir cómo los ojos de ella me ven desde la distancia, porque el blanco de su brillo resalta sobre el gris que se apodera de todo. Parece no moverse, está mirándome fijamente y tras unos minutos empecé a caminar en la nada. Comencé a sentir cómo el suelo se iba rompiendo de a poco al caminar despacio, pero de repente se empezó a quebrar el hielo fuertemente. Empecé a correr hacia donde veía el brillo pero no fue suficiente y el agua me tragó.

Empecé a hundirme y como el frío me consumía y al bajar pude notar cómo el aire no se me escapaba. No veía el fondo, parecía un gris eterno. Pasaron los minutos y por un momento pensé que estaba condenado a quedarme atrapado porque si bien intentaba patalear no podía nadar, no podía escapar. Hasta que me topé con un enorme agujero, una cueva en frente de mis ojos, era como una entrada gigantesca, y mi cuerpo se empezó a mover hacia allá lentamente. El frío aumentaba y al sumergirme un poco más en dicho lugar me elevé saliendo así del agua y pude ver frente a mis ojos algo grande, algo enorme: era otro coloso que estaba encadenado a un gran muro de piedra, pero era diferente al primero, era más delgado que el anterior, la roca que cubría su cuerpo se caía a pedazos, la parte inferior de su cuerpo se desvanecía y su respiración era tan profunda que exhalaba humo. Este alzó un poco su rostro y al verme se quedó fijo, como si estuviese fascinado, asustado o impactado y el naranja de sus ojos parecía estar a punto de apagarse.

—Deja de engañarte —dijo.

—Deja de querer ofrecer el afecto que no recibes ni das —cada palabra emitía frío.

—Deja de confundir tu obsesión por amor.

—Dime Dante, ¿por qué dices estar enamorado?

No supe qué responder y esta vez no había nada que me impidiera hablar, quedé en silencio porque era una pregunta que no me había hecho.

—¿Acaso sabes su nombre? —no respondí.

—Te fijas en su rostro, más no en sus palabras, no buscas amor, buscas un rostro bonito que te dé la atención que te hace falta.

Sus palabras me hicieron colapsar porque no sabía, no sabía por qué quería estar con ella y me dejé llevar, por lo bella que es y perfecta que es.




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