El templo de los dioses olvidados.

El templo de los dioses olvidados.

Al cruzar el portal sintió un jalón intempestivo, y un vértigo de velocidad, como si estuviera cayendo a 1000 kilómetros por hora por un abismo interminable, el desconcierto duró unos cuantos segundos y al cesar, después de un lapso de ubicación visual para contrarrestar el mareo, quedó apoyando una rodilla en el suelo y sosteniendo su inclinación con la mano diestra, en medio de una luz cegadora que poco a poco se iba desvaneciendo, dejando ver al frente de él, la silueta de una enorme y monstruosa estatua de algún tipo de ente infernal de más de 4 metros de altura, esperó unos segundos a que la luminosidad se difuminara completamente con la mano siniestra en la cacha de su espada, por si la monstruosidad se movía, hasta que el azul del cielo terminó por enmarcar el paisaje, al voltear hacia su derecha, a unos 20 metros de distancia estaba la estatua de una hermosa mujer con alas de algún tipo de ave, y la cabeza de un águila a manera de tocado en la cabeza, vestida con un traje de plumas, la particularidad de aquellas estatuas cuya consistencia a simple vista era de que además de estar hechas de piedra; ¡Es que estaban vestidas! Tal vez con las mismas ropas que usaban en el momento que fueron convertidas en piedra, al voltear hacia su izquierda, estaba colocada también a otros veinte metros de distancia, otra estatua que representaba a un hombre encapuchado con los brazos cruzados, cual si fuera un siniestro monje franciscano que esperaba su tributo, se puso de pie y extendió su vista hacia el punto más lejano de cada lado, y solo había hileras de estatuas colocadas a la misma distancia y distribuidas en formación matemática, cada una con las mismas dimensiones que las demás.

 

  -Vaya con el montón de estatuas viejas; ¡Son cientos de ellas o tal vez miles! Y estas son tan solo las que alcanzo a ver, bien mi querido Quetzalcóatl sé que estás por ahí, y si no es por casualidad será por perseverancia o por medio de una señal divina, pero te he de encontrar, yo no salgo de aquí sin conocerte y sin mi deseo cumplido, así tenga que destruir todas las estatuas de una por una para limpiar el paisaje. 

 

Dijo mientras se ataba el cabello con uno de sus listones y se ajustaba sus lentes de seguridad, a paso lento se adentró en aquélla multitud de estatuas viejas, que contenían los espíritus dormidos de los dioses olvidados de la antigüedad, quiso programar una rápida caminata, tratando de enfocarse únicamente en encontrar la estatua de Quetzalcóatl, la que creía que debería ser la efigie de una especie de dragón o serpiente con alas o plumas en vez de escamas, pero hacia cualquier punto que dirigiera su mirada, una hilera matemática de estatuas se perdía en el horizonte.

 

  -¡Diablos, demonios, brujas, dragones y estatuas viejas! –dijo en voz alta ya que sabía que nadie lo escuchaba. -Esto no es solo un montón de estatuas viejas; ¡Es un auténtico laberinto de piedras esculpidas! Tendré que organizar una búsqueda planificada, empezaré por volver al principio. 

 

Y volvió sobre sus pasos hasta que encontró la estatua de la chica que estaba vestida como un águila, la niebla ya había desaparecido y enfrente estaba la entrada al portal.

 

  -Pondré como referencia esa estatua que parece la de una tortuga dinosaurio al centro, la de la novia de Bird-man (1), a su derecha y la del monje loco a su izquierda.

 

Pensaba sarcástico refiriéndose a las 3 primeras estatuas que descubrió y así las dibujó en su libreta de tránsito, iniciando los primeros trazos de un nuevo mapa.

-Pues bien, ahora como siempre a la derecha; ¿Y si mejor solo por esta vez empiezo por la izquierda? ¡No! Como siempre mejor por la derecha. 

 

Cavilaba divertido mientras caminaba bordeando aquella hilera de estatuas, que por su tamaño impresionaban a simple vista por la perfecta calidad del escultor, y las ropas que se veían en buen estado, como si en aquél misterioso lugar no corriera el tiempo o como si alguien se encargara de darles mantenimiento, continuó caminando y contando estatuas hasta que llegó a la 256.

 

  -¡Changos! Son muchas y ninguna que se parezca a una serpiente emplumada, creo que mejor me hubiera ido por la izquierda.

 

Diciendo esto marcó una flecha apuntando a la izquierda en su mapa, apuntó el número 256 con otra flecha apuntando hacia arriba y dijo:

 

  -Como que me estoy dando cuenta que esto es muy ancho, ahora veré que tan largo es.

 

Y siguió caminando con paciencia contando estatuas, tratando de encontrar una que representara o se pareciera a una serpiente emplumada, hasta que contó otras 256 estatuas, se detuvo desalentado ya que no se le veía fin a aquél laberinto, y decidió descansar un poco, recargado en el pedestal de una, cerrando los ojos unos minutos, tratando de escuchar algo más que no fuera el viento colándose entre los pedestales y nada, al igual que en el bosque de los murmullos aquel sitio parecía desierto, al abrir los ojos una estatua con cuerpo humano y cabeza canina, cual si fuera un  lobo o un zorro, se perfilaba a su costado derecho, se puso de pie para observar de cerca una placa, que lucía en su pedestal con algunos símbolos que más bien eran dibujos y uno se le hizo conocido, el de un ojo con el contorno de la ceja extendida.
 




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