El teorema del Amor

El Teorema del Amor

El teorema del amor

Ninguna historia empieza exactamente donde te la cuentan, si quisiéramos oír la versión completa deberíamos ir hasta el momento de mi nacimiento, o quizás al momento donde fui concebido, pero a fines de hacer el viaje más corto iremos a la parte importante.

Estaba en un restaurante, no me había ni siquiera cambiado la ropa del trabajo, traía una camisa blanca a botones que estaba remangada, estaba algo despeinado con mi liso cabello negro, los ojos rasgados y algo juntos, boca fina y mi mentón marcado, frente a mí estaba Melanie. Llevaba con ella saliendo cuatro años, era rubia de rasgos muy finos y de ojos muy azules, esa noche fue inolvidable. Estaba nerviosa; no imaginaba por qué, la llevé a su restaurante favorito, todo tenía una iluminación que daba la sensación que todo estaba iluminado por velas y el techo era de vidrio transparente para ver el cielo nocturno, había una banda de jazz y ella por alguna razón no había tocado su comida.

—¿Sucede algo? —le pregunto confundido.

—No, no es nada, es solo que ha sido una semana complicada —le sonrío y por alguna razón es la respuesta que quería oír.

—Sabes, yo sé una forma de mejorarlo, préstame tu tenedor

—¿Ahora qué harás? —me dice riendo, tomo su tenedor y junto con el mío los clavo en las papas al horno de mi plato, los acerco al mentón y los hago bailar, ella literalmente no para de reírse —¿De dónde sacaste eso?

—Siempre tengo trucos bajo la manga —hago una pausa y digo— No me dirás, ¿cierto?

—¿Qué cosa?

—Lo que te pasa

—Creo que es algo que deberíamos hablar luego, es todo

—Nada serio entonces, creo que puedo hacer esto—me levanto de golpe y empiezo a golpear suavemente mi copa con un tenedor, la música se apaga y ella me pide que me detenga.

—Me dan su atención, por favor —hablo en voz alta a todos las personas del lugar— tengo que decir algo—todos hacen silencio—, gracias, primero buenas noches, espero que disfruten su comida eso es todo —todos se ríen— no, es broma. Saben, hay personas que llegan a tu camino y no sabes en qué se convertirán para ti, a veces son solo transeúntes que ves en la calle, a veces es gente que conocerías y cuando las conoces pasan varias cosas, que se hacen tus amigos, se hacen tus enemigos que solo quieren verte sufrir, o que se conviertan en personas especiales, o esas personas que quieres mirar y preguntarles como están por el resto de tu vida y hoy estoy con una de esas personas—me pongo de rodillas, la gente del restaurante se sorprende, Melanie no lo podía a creer— Melanie —saco la caja del anillo de mi bolsillo —, ¿quieres casarte conmigo? —ella está boquiabierta, tiene los ojos abiertos como platos.

Pero algo anda mal, ella se me queda viendo y se le ponen los ojos llorosos, se lleva las manos a la boca, se levanta me hace ponerme de pie, me abraza muy fuerte, me da un beso en la mejilla y lo único que dice es «Lo siento » y se va corriendo.

Salgo al estacionamiento a buscarla, pero no hay nadie, Melanie se ha ido y probablemente no volverá, voy hasta mi auto y encontré en el parabrisas una nota, al abrirla encontré su letra y para ahórrame la parte humillante solo decía:

Querido Charlie, quería esperar hasta que estuviésemos en casa, pero te me adelantaste, me ofrecieron un trabajo en Nueva York y decidí hacerlo, lo siento por no habértelo dicho en persona.

   La mejor de las suertes, Melanie.

—¡Melanie! —la llamo gritando.

Luego de eso, entré en una especie de estado que me gusta llamar autozombie, por el simple hecho de no saber qué estoy haciendo solo sé que lo estoy haciendo. De alguna manera llegué al mirador de la ciudad y la veía, la noche fue extremadamente larga. No entendía por qué.

¿Por qué ella?, ¿Por qué a mí?, ¿por qué siempre es la misma historia? Éstas y más preguntas venían a mi cabeza, algo dentro de mi ser sólo pensaba en una cosa «Ya se había acabado», terminó y jamás volvería a ver a Melanie.

Una ráfaga de viento pasó y dejé volar la carta. Cuando me dispuse a regresar a casa el auto no encendió, me dije a mi mismo «Tranquilo, no enloquezcas», llamo a una grúa y me dicen que me atenderán mañana.

Dejé el auto allí voy bajando por la montaña para llegar a la ciudad, y veo una parada de autobús y el último autobús subiendo gente, corro a toda prisa y no lo logro alcanzar, el bus se va, trato de no perder el control. Mientras bajo la carretera a pie pasa un auto y a parte de dejarme a la deriva salpica agua de un charco, intento mantener la calma, llego a la ciudad y mientras camino veo parejas de aquí para allá, algunos besándose, algunos peleando y algunos buscando motel.

Cuando ya estoy muy cerca de casa comienza a llover y veo una pareja besándose debajo de una farola parecía una película romántica, ahí no aguanté más, subí hasta mi apartamento en el tercer piso rápidamente por las escaleras y bajé con una máscara de hockey puesta y un cuchillo de cocina en la mano, mientras se besaban con mucha pasión me acerqué a ellos sin que me notasen y les grité «¡Aléjense, ahí murió mi madre, impuros pecadores!», se asustaron tanto que salieron corriendo. Acto seguido subí a mi apartamento y entré, mi compañero dormía profundamente en el sofá, nuestro hogar era pequeño, apenas entrabas tenías la sala con el televisor, detrás la cocina y si atravesabas la sala estaban los dos cuartos y el baño.




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