En sus veinticinco años Erik Norton, el mejor doctor de la clínica "Grands", no podía imaginar a que punto de creatividad macabra puede llegar un ser humano para matar al otro.
Todo empezó hace dos días con el aviso de la enfermera Rita que encontró al paciente señor Collins de treinta y ocho años, gerente de ventas, casado, — sin respirar.
El señor Collins estaba en la habitación Nº 14, donde lo ubicaron hace dos días para una sencilla operación de faringe. Él tenía salud de un atleta. Lo tenían que operar hoy. Y ahora ya no hacía falta.
Erik revisó el cuerpo del muerto. Ninguna causa visible de su fallecimiento.
"Una muerte más en esta habitación" – pensó Erik. Una leve sospecha le pinchó el corazón.
Ya era el segundo caso en la última semana. La misma habitación Nº 14. El muerto anterior era un cuarentón, señor Hawking. También lo estaban preparando para una operación, pero de repente muerte súbita. Y también sin ninguna causa.
Erik era responsable del área, por eso el informe de lo sucedido le tocó hacer a él.
Erik pidió al señor Hank, el encargado de la morgue, hacer la autopsia más pronto posible. En una hora lo fue a ver en su lugar de trabajo.
Al entrar a este lugar tan poco hospitalario para los vivientes, observó la limpieza profunda y sintió un frio invernal. Dos mesas de acero inoxidable con dos personas tapadas con sabanas. Uno de ellos era señor Collins. Parecía dormido.
Cuando Erik leyó la autopsia, no lo podía creer. El resultado fue sorprendente. Sorprendente por su ineficacia. Nada. Absolutamente. Un cuerpo prácticamente sano. Era sano. Antes de morir. Y ahora Erik no sabía cómo explicarlo a la esposa del fallecido, mejor dicho a la viuda, que lloraba sin parar en el pasillo de la clínica.
Erik agarró la cabeza. Miró al encargado de la morgue rogando una respuesta.
— Hank, ¡pero algo provocó la muerte de este muchacho! ¡No puede ser!
El viejo Hank, veterano del hospital, lo miró al doctor con la mirada del padre al hijo.
— Por supuesto que murió de alguna causa. Pero para saberlo, necesitamos estudiar los tejidos, sangre, protoplasma, ya sabes. Pero, ya te digo. Dudo que vamos a encontrar algo razonable.
— Pero tú lo sabes que la gente no muere porque sí. Algo debe haber. Una herida, una enfermedad, un veneno tal vez.
Hank se levantó.
— ¿Veneno? ¿Quieres ver que es un veneno?
El viejo encargado sonrió. Este trabajo le anuló la sensibilidad al punto cero. Se acercó a otra mesa y levantó la sabana, descubriendo la cara de un hombre muerto. Tenía la cara azul oscuro, hinchada, con cachetes como dos pelotas de handball, los ojos pegados, labios como dos mangueras.
Erik no podía encubrir el asombro.
— Este es la muerte por un veneno. — dijo Hank. — Este señor tuvo mala suerte de confundirse entre dos botellas. Consumió un líquido inapropiado. Y, como resultado, intoxicación del grado "cinco". Tiene el cerebro como un guiso. Pocas veces en la vida se puede ver un fenómeno así.
Sin decir más, Hank tapó al hombre que terminó su vida por un error fatal.
— Por eso, dame más tiempo. — continuó el encargado. — Voy a ver que puedo encontrar en el señor Collins.
Erik agradeció a Hank y salió de la morgue.
Después de escibir e imprimir el reporte, Erik se fue a la recepción.
Rita estaba en el escritorio. Por los hombros caídos de ella, se notaba que está en shock.
La chica levantó la mirada con ojos rojos del llanto.
- ¿Cómo pasó esto? – preguntó a Erik en un susurro.
Erik dejo los papeles en la barra, metió las manos en los bolsillos y miró al piso.
- No entiendo – dijo Erik a Rita suspirando, — no encuentro la razón. No le dimos ningún medicamento, solo hicimos estudios comunes.
- Yo sé, — contestó Rita tristemente, — y esto no puede ser verdad. Dos casos en una semana.
- Si. En la misma habitación.
Sonó el teléfono en el escritorio.
Rita levantó el tubo.
- Hola.
Hizo una pausa mirando a Erik. Después colgó.
- El jefe te está esperando en su oficina... con el informe.