En la oficina Erik encontró al jefe sentado en su escritorio, tapando la cara con las manos. No quería ver este mundo.
El jefe abrió la cara y miró a Erik con ojos de un perro enfermo.
- Siéntate, muchacho. ¿Y? ¿Qué encontraste?
Erik le estiró el informe. El jefe ni lo miró, solo lo dejo al borde del escritorio.
- ¿Qué piensas de todo esto?
Erik frotó la frente.
- No encuentro la causa.
- Ya veo. ¡No puede ser que un fantasma mata a nuestros pacientes!
- Desde ya que no.
El jefe levantó su cuerpo obeso. Se fue a la ventana. Se quedó mirando afuera.
- Yo hice este hospital con mis propias manos. Con un enorme sacrificio. Y no voy a permitir que alguna causa paranormal me lo arruina todo. Por eso... — el hombre se dio vuelta, — vamos hacernos cuenta que no pasó nada.
La cara de Erik se estiró. No podía creer lo que estaba escuchando.
- ¿Y la policía?
- ¡Nada de policía! ¿Crees que van a encontrar algo?
- ¿Y qué hacemos entonces?
El jefe se acercó a Erik y lo miró a los ojos.
- En dos días, entra un nuevo paciente. – jefe limpió las gotas de sudor de la frente. – lo vamos a ubicar en este mismo lugar. – la voz del jefe se fue hasta susurro. – vamos a demostrar que fue casualidad... o vamos a dar otra oportunidad al fantasma.
De la oficina del jefe Erik salió pálido. Lo aterrorizaba la idea de exponer a una persona a la prueba de muerte. Pero en la balanza estaba su futuro como doctor de esta clínica.
Dos días después, un adolecente de pelo blanco, muy flaco, con gestos y voz tímida, ocupó la cama en la habitación Nº 14.
Pocas personas en la clínica se enteraron de la fama de la maldita habitación. Entre ellos – Rita.
Ella encontró a Erik en la recepción.
— ¡Erik, esto no puede ser! — le temblaban los labios. — ¡este chico va a morir!
Erik hundió las manos en los bolcillos y la cabeza en los hombros.
— Escúchame Rita. No está comprobado nada. Podría ser una casualidad.
— ¿Y si no lo es? ¡Dos muertos, uno tras otro! Hay que sellar esta habitación con tablones de madera. ¡Y no dejar entrar a nadie!
— Rita... El jefe ordenó...
— ¿Entonces tú le hiciste caso al jefe? ¿No se te ocurrió nada mejor? ¿Y por qué tú mismo no te quedas en esta habitación? ¡A ver si descubrís el misterio!
— Rita... yo...
— ¡No me digas nada! Ahora voy a sacar a este chico de allí y lo traslado a otro lugar. ¡Y me importa un pepino si me echan de esta clínica mugrienta!
La chica se dio vuelta y empezó a caminar por el pasillo. Sus tacos sonaban como disparos en el silencio de la noche.
Erik estaba mirando cómo se alejaba Rita y tomó una decisión alocada.
— ¡Rita! ¡Espera!
Con pasos firmes Erik se acercó a la enfermera. Ella se detuvo y se quedó mirándolo largando chispas de las pupilas.
— Rita. Yo... lo voy a trasladar al muchacho. Te pido que no digas a nadie. Y...en esta habitación... me voy a quedar yo...
Rita levantó la mano y tapó la boca.
— Pero... ¿para qué quieres hacer esto? No hace falta. Yo solo te decía que...
— Lo tengo que hacer. Y te pido que me ayudes.