El tercer muerto

Capitulo 2

 

En la oficina Erik encontró al jefe sentado en su escritorio, tapando la cara con las manos. No quería ver este mundo.

El jefe abrió la cara y miró a Erik con ojos de un perro enfermo.

- Siéntate, muchacho. ¿Y? ¿Qué encontraste?

Erik le estiró el informe. El jefe ni lo miró, solo lo dejo al borde del escritorio.

- ¿Qué piensas de todo esto?

Erik frotó la frente.

- No encuentro la causa.

- Ya veo. ¡No puede ser que un fantasma mata a nuestros pacientes!

- Desde ya que no.

El jefe levantó su cuerpo obeso. Se fue a la ventana. Se quedó mirando afuera.

- Yo hice este hospital con mis propias manos. Con un enorme sacrificio. Y no voy a permitir que alguna causa paranormal me lo arruina todo. Por eso... — el hombre se dio vuelta, — vamos hacernos cuenta que no pasó nada.

La cara de Erik se estiró. No podía creer lo que estaba escuchando.

- ¿Y la policía?

- ¡Nada de policía! ¿Crees que van a encontrar algo?

- ¿Y qué hacemos entonces?

El jefe se acercó a Erik y lo miró a los ojos.

- En dos días, entra un nuevo paciente. – jefe limpió las gotas de sudor de la frente. – lo vamos a ubicar en este mismo lugar. – la voz del jefe se fue hasta susurro. – vamos a demostrar que fue casualidad... o vamos a dar otra oportunidad al fantasma.

De la oficina del jefe Erik salió pálido. Lo aterrorizaba la idea de exponer a una persona a la prueba de muerte. Pero en la balanza estaba su futuro como doctor de esta clínica.

 

Dos días después, un adolecente de pelo blanco, muy flaco, con gestos y voz tímida, ocupó la cama en la habitación Nº 14.

Pocas personas en la clínica se enteraron de la fama de la maldita habitación. Entre ellos – Rita.

Ella encontró a Erik en la recepción.

— ¡Erik, esto no puede ser! — le temblaban los labios. — ¡este chico va a morir!

Erik hundió las manos en los bolcillos y la cabeza en los hombros.

— Escúchame Rita. No está comprobado nada. Podría ser una casualidad.

— ¿Y si no lo es? ¡Dos muertos, uno tras otro! Hay que sellar esta habitación con tablones de madera. ¡Y no dejar entrar a nadie!

— Rita... El jefe ordenó...

— ¿Entonces tú le hiciste caso al jefe? ¿No se te ocurrió nada mejor? ¿Y por qué tú mismo no te quedas en esta habitación? ¡A ver si descubrís el misterio!

— Rita... yo...

— ¡No me digas nada! Ahora voy a sacar a este chico de allí y lo traslado a otro lugar. ¡Y me importa un pepino si me echan de esta clínica mugrienta!

La chica se dio vuelta y empezó a caminar por el pasillo. Sus tacos sonaban como disparos en el silencio de la noche.

Erik estaba mirando cómo se alejaba Rita y tomó una decisión alocada.

— ¡Rita! ¡Espera!

Con pasos firmes Erik se acercó a la enfermera. Ella se detuvo y se quedó mirándolo largando chispas de las pupilas.

— Rita. Yo... lo voy a trasladar al muchacho. Te pido que no digas a nadie. Y...en esta habitación... me voy a quedar yo...

Rita levantó la mano y tapó la boca.

— Pero... ¿para qué quieres hacer esto? No hace falta. Yo solo te decía que...

— Lo tengo que hacer. Y te pido que me ayudes.

 




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