Capítulo 4
No era muy difícil de entrar a la morgue en ausencia del encargado.
Empujando despacio una camilla Erik y Rita, sin prender la luz, se acercaron a la mesa donde estaba el difunto señor Collins.
—Carguémoslo. — dijo Erik.
Rita estaba algo nerviosa.
—Espera un momento.
—¿Qué te pasa?
—No suelo visitar este lugar muy seguido.
—Bueno, ya te vas a acostumbrar. Vamos a hacerlo. Pronto vendrá el viejo Hank.
Erik estiró la mano para sacar la sabana al Sr. Collins.
—¡No! — Rita lo agarró del brazo, — Por favor no lo destapes.
—Está bien.
Entre los dos, levantaron al pobre señor Collins, sin destaparlo y lo cargaron en la camilla.
Empujaron la camilla, que ya estaba más pesada, a la salida.
—Espera, — Erik se dio vuela y observó la mesa vacía. Tendríamos que poner a alguien en esta mesa, para disimular la presencia del señor Collins. Si no, cuando vendrá Hank y ve la mesa vacía…
—¿Y qué podemos hacer?
—Rita, no quieres acostarte en la mesa del señor Collins y taparse con la sabana. Hasta el amanecer nada más.
—¿No lo estás diciendo en serio? — Rita vio la sonrisa de Erik — ¡Eres un bastardo! — la chica también sonrió y jugando le pegó una piña en el hombro. — Parece que te divierte todo esto.
—Después que pasé en la habitación, no sé si algo me puede asustar.
Rita sonrió.
—Bueno, vámonos de acá. Pronto viene Hank.
—¿Pero que vamos hacer con la mesa vacía?
—No sé. ¿No hay otra persona muerta acá?
Erik señalo en la otra mesa.
—Esta el señor envenenado. Pero tampoco podemos moverlo.
El doctor se quedó pensando.
De repente en el pasillo se escucharon los pasos. Alquilen se acercaba a la morgue.
—¡Maldición! — dijo Erik, — viene Hank.
Rita se quedó escuchando.
—No es Hank — dijo en voz baja. — no son pasos de un viejo.
Los dos miraban uno al otro sin decir nada.
“¿Qué vamos hacer?” — preguntó Rita con la mirada.
Erik encogió sus hombros.
Los pasos en el pasillo se acercaron y sin detenerse pasaron de largo. En unos segundos ya no se escucharon más.
Rita suspiró con alivio.
—Relájate Rita. Tampoco que nos van a matar si encuentran acá.
—Depende quien nos encuentra. Está bien, ¿pero qué haremos con la mesa vacía?
—No importa, no hay tiempo.
A la habitación 14 llegaron volando. Ninguno de los dos tenía ganas estirar el asunto más de la cuenta.
Así mismo sin levantar la sabana y prender la luz (Rita no quería ver la cara del muerto), acostaron al señor Collins en la cama y taparon con la colcha.
—¡Uf! Que olor que tiene pobre hombre! — dijo Rita tapando la nariz.
—No lo critiques. Te quiero ver a ti si estarías en su lugar.
—¡Erik basta! ¡No me causan gracia estos chistes! — Rita susurró furiosa. — Vámonos de acá.
—Espera que pongo el celular para vigilar el lugar.
Después de ubicar el teléfono, apuntando al hombre en la cama, los dos salieron de la habitación.
En la recepción ya se sentían más relajados.
—Tengo hambre — Erik bostezó. — ¿qué hora es?
—Son casi las “dos”.
—Por eso tengo tanta hambre.
—Yo no podría comer nada. Todavía tengo el olor del cuerpo muerto en mi nariz.
Un rato se quedaron en silencio observando la pantalla del celular.
El señor Collins estaba apenas iluminado por el brillo del celular. Él estaba tranquilo. Ya nada lo molestaba. No tenía miedo de nada, ni las necesidades de los seres vivos. Tampoco las emociones y sufrimiento.
“Que aburrido debe ser, estar muerto.” — Pensó Erik — “No puedes disfrutar nada. Hay que aprovechar la vida. Nunca sabes cuándo puede terminar.”
—Escúchame Rita. ¿Y a ti que te gusta de la vida?
Rita se quedó pensando.
—Bueno… Puede ser… compartir con la gente… divertirme… poder viajar… conocer otros lugares…— suspiró — también poder amar.
Erik estaba escuchando a la chica sin despegar la mirada de la pantalla.
“Si hay ruidos en la habitación, a lo mejor no los vamos a escuchar” — pensó.