Los escalones hacia el muelle se tambalearon mientras subíamos, no eran como los de la taberna y por un momento tuve que sostenerme de la barandilla pensando que podría caer. Baker caminaba por delante con entusiasmo, casi corriendo por la línea de maderas alineadas y señalando cosas alrededor para indicarme dónde se ataba el barco, donde dejaban esta cosa y dónde ponían la otra.
—¡Baker! —gritó alguien y ambos alzamos la cabeza hacia el barco más grande en todo el muelle. No lograba verlo por el brillo del sol, oía su voz, la risa que brotaba de su boca. Era un hombre grande, un idiota.
—¡Brigthon! —gritó el chico a mi lado, alzando el brazo por encima de la cabeza para saludar mientras pasaba el otro por encima de mi hombro—. ¡Mira, es mi amigo Tajo!
Intenté mirar de nuevo, prestando atención a los detalles como la sirena furiosa en el mascarón, con los ojos rojos por dos rubíes que brillaban bajo el sol, una soga al cuello y el corte extraño debajo. Un poco más arriba vi la proa y de nuevo tuve que cerrar los ojos por el sol.
—¡Hola Tajo! —dijo la voz del hombre encima del barco y al instante oí un golpe en las tablas del muelle—. ¡Suban!
Baker me tomó de la muñeca para subir por la tabla con cuidado. Varias veces pensé que nos íbamos a caer, sobre todo porque él no dejaba de saltar y reír, quería gritarle que no sabía nadar y que posiblemente las olas nos destrocen antes de por ser salvados, pero no hice solo seguí avanzando con apretando los dientes, intentando no paralizarme del terror.
Un hombre nos esperaba en la cubierta con una sonrisa de oreja a oreja que brillaba por el sol y por el sudor que cubría casi todo su cuerpo. Enormes tirabuzones parecidos a sogas colgaban de su cabeza y en cintura un juego de cuchillos gastados.
—Hola —nos dijo y me tendió la mano sudada y sucia.
La acepté.
—Hola.
—Brigthon es el segundo al mando de la nave, después de mí, claro —dijo Baker colocándose junto al hombre para apoyar la mano en su hombro como si ese hombre no fuera dos veces más grande que él y su barba enrojecida por el sol no llegará casi a su frente. Brigthon lo envolvió en un abrazo y ambos rieron.
—Eres una sanguijuela.
—Y tú un tonto —le dijo Baker y luego se apartó para volver a tomarme de la muñeca y tirar de mí hacia el otro lado del barco, donde la barandilla había sido arrancada. —Tajo ven, mira aquí, ¿ves? Es genial, ¿no lo crees? Mira, cuando me subo aquí se siente emocionante. —Saltó encima del último pedazo y se sostuvo de la soga para no caer. Me tendió la mano—. Ven, sube.
Miré abajo, al agua rompiendo contra el casco, y sentí un nudo apretarse en mi estómago.
Me aparte.
—No, gracias.
—Vamos, ven —insistió y esta vez bajo para tomarme por la mano y subirme a la fuerza. Sostuvo la soga por encima de nuestra cabeza y me la tendió para que también lo haga, pero no pude, el miedo me paralizó de nuevo. El agua golpeando con fuerza, la tensión en mi estomago, todo eso era demasiado, pero si Baker lo noto no lo mencionó y solo me sostuvo con una sonrisa de oreja oreja puesta en el mar—. Es fantástico, ¿no lo crees? Sientes el corazón acelerado y te sudan las manos por la emoción. ¿Qué sientes tú?
Pum pum.
Me estremecí por el miedo.
Pum pum pum.
Humedecí mis labios salados por el viento del mar y volví a oír las olas bajo mis pies.
—Frío.
—En el mar se siente más frío. O eso dice mi padre —agregó sonriendo—, por eso está siempre con ese saco en hombros.
—Creí que era porqué es capitán.
—También.
Me reí por la idea, los nervios, las olas y su mano sujetando la soga como si eso pudiera evitar que nos cayéramos en un accidente.
Pum pum pum.
No podría evitarlo. Retrocedí hacia la seguridad de la cubierta con cautela, sujetándome de su brazo hasta que los pies tocaron la madera y di varios pasos atrás para quitar de mi vista el agua que parecía querer reclamar mi vida.
Me estremecí de nuevo. El frío, era el frío del que hablo Baker, no miedo, no horror por la imagen de mi cuerpo azotando, no. Era frío. Me volteé para salir de allí y volver a la firmeza de la taberna, el suelo, la tierra que me daba seguridad, y oí al chico saltar a las tablas de la cubierta.
—¿Quiéres ver mi camarote? —preguntó colocándose a mi lado y tuve el impulso de decir que no, pero no lo hice. Solo lo miré, tomé una respiración profunda, tranquila, y asentí.
—Bien.
La sonrisa que se extendió por su rostro de alguna manera fue más grande que las otras y esta vez corrió por la cubierta instándome a seguirlo, riendo con la emoción de un niño con un juguete. Dude mirando la plancha de salida, podría haberme ido en ese momento, correr hasta estar a salvo y no volver, pero volví a mirar a Baker subir las escaleras hasta la siguiente cubierta, sacudiendo la mano en mi dirección y me obligue a seguirlo.
El camarote era el mismo que el de su padre. Una puerta entre la segunda y la tercera cubierta que al abrirla dejaba a la vista dos camas y un escritorio con mapas y hojas apilados en desorden. No olía como la taberna sino que olía a pescado y a tabaco, algo nuevo y amargo que me hizo fruncir la nariz y luego calmarme.
Entré junto a Baker, quien corrió a la pared junto a la cama más pequeña y me sonrió enseñándome los diversos carteles de búsqueda con dibujos y recompensas. No estaban ordenados, parecía que los colgó a su antojo, pero me gustaba el aspecto que le daba y más cuando tenías de fondo algo como el horizonte.
Me aterraba, aún sentía el estomago hecho un nudo frío, helado, pero algo en tenerlo lejos me generaba calma.
—¿Lo conoces a él? —preguntó cuando me acerqué a las hojas de papel. Estudié el rostro del hombre barbudo del otro lado y negué.
—No.
Tomó otro.
—¿Y a él?