El tesoro al final del mundo

Capitulo 4

—¡Sirve más! —Apreté los dientes para recibir el golpe en el rostro. Era un impulso para protegerme, pero el dolor llegó igual y me lanzó hacia atrás, contra las sillas de la barra.

Me levanté con los ojos llorosos y apreté los puños a cada lado, sentía la tensión en mi pecho y algo más, fuego en el estómago. Estaba enojado.

El vaso vacío voló por todo el lugar y me dio en la cabeza. El idiota estaba demasiado ebrio para comprender que sucedía o lo que hacía. Solo tenía que aguantar un poco más, mi padre estaba en camino.

Pensé en esconderme pero eso solo lo haría enojar más y podría provocar que destruya el lugar. Dos días antes un grupo de idiotas amenazaron con hacerlo porque papá se negó a dejarlos entrar. Eran vándalos, no piratas ni marineros o comerciantes, ellos venían para robar, saquear y matar.

—¿¡Niño, no oyes!? —gritó el idiota frente a mí. Él no era vándalo porque lo conocía de uno de los carteles de se busca que colgaban en la pared, su nombre era Morrison Chips y su suma era grande pero no tanto como él pretendía aparentar. Era un idiota como los otros—. ¡Sirven más!

Apreté los dientes de nuevo, el golpe era directo a mi ojo y cuando llegó retrocedí por el dolor, golpeando la espalda contra la madera de la barra y cayendo de bruces. Sentí algo quebrarse, un dolor en la mano por intentar sostenerme. Olía a sangre. Vi sangre.

El fuego de mis entrañas retrocedió por el frío. Esa era mi sangre. Caía de mi ojo que comenzaba a hincharse sin permitirme ver.

Pum pum pum.

Ahogué un grito.

Estaba perdiendo la vista.

Oí pasos acercarse y alcé mi ojo bueno hacia Morrison Chips. Su mirada también estaba enrojecida y sus labios tirantes hinchados por tanto alcohol. Se inclinó con una sonrisa ebria, enloquecida, y gruñó:

—Sírveme más ron.

La respiración me fallaba, no había aire que pudiera hacer que mantenga la calma con ese hombre tan cerca mío. Su aroma a mar, tabaco y alcohol me cerraban el estómago y congelaban todo a su paso hasta mis extremidades. No podía moverme, mi mano estaba rota. El ojo ya no me respondía. No veía más que la oscuridad de su mirada cuando volví a apretar los labios.

Oí mi corazón en los oídos.

Pum pum pum.

Morrison Chips se apartó unos pasos tambaleantes mientras sujetaba el dobladillo de su pantalón. Estaba molesto. Uno de sus compañeros le dijo algo pero con un gruñido lo silenció, sin dejar de mirarme con odio, apretando los labios en una mueca de despreció.

Y luego sentí el líquido caliente cayéndome del cabello al rostro.

Morrison Chips soltó una exclamación de alivio y tiró la cabeza hacia atrás mientras terminaba de orinarme. No pude moverme, el dolor era insoportable y el miedo, de nuevo, me paralizaba. La sangre se mezcló con la orina y las heridas de mi rostro ardieron. Pero no me aparte, no podría sin recibir más condena, quizás una peor, quizás algo más duro. No, además dudaba que sus compañeros me dejaran impune, ellos también veían con risas divertidas en los rostros.

El corazón se me calmó cuando acabó, tomó una botella de atrás de la barra y se marchó satisfecho. Yo aún no me había movido, no podía hacerlo por el pedazo de madera clavada en mi pie, mi mano rota y mi hinchado, inútil. Esperé unos minutos con el nudo en la garganta y el ojo derramando lágrimas y sangre, luego me levanté.

Tomé el trapeador con mi mano buena y limpié las sillas rotas, la orina y el alcohol. La sangre me costó un poco más ya que no deje de sangrar hasta que termine de juntar los pedazos de las sillas partidas, y cuando me volteé había un camino de gotas rojas por todo el suelo.

Salí de la taberna por agua, los idiotas debieron irse a otro bar por alcohol, ya no estaban a la vista. Trastabillé de vuelta con el balde lleno y me detuve en el umbral cuando vi a alguien más allí, de espaldas.

—Tienes que aprender a defenderte —gruñó mi padre irritado.

Apreté los dientes para contener el miedo y asentí.

—Si.

Se volteó a verme con el rostro enrojecido de rabia y suspiró.

—Vete a lavar.

—Yo puedo…

—Tajo, vete —ordenó y yo dejé el balde junto a la puerta y regresé por agua limpia para mí, avergonzado por la última mirada que vi en el rostro de mi padre.

. . .

—Levántate.

Entre abrí el ojo bueno y miré por la ventana los primeros rayos del amanecer. El cuerpo seguía doliéndome desde que el médico tuvo que sacarme el trozo de madera del pie y reacomodar mi mano para que sane bien. Fue una noche dura, papá se encargó solo de la taberna y dormir fue imposible.

Saqué las piernas de la cama y me enderece frotándome los ojos. Me detuve, el derecho todavía me dolía, no podía ver bien.

Sentí algo caer junto a mi en la cama y giré la cabeza hacia la escopeta oxidada sobre mis mantas.

—¿Qué es ésto? —pregunté a mi padre con un nudo en el estómago.

—Un arma —gruñó—. Tómala. Aprenderás a defenderte.

Obedecí con lentitud por los dolores y la abracé contra mi pecho, siguiéndolo con una leve cojera hasta la parte delantera de la taberna donde tres hombres delgados me esperaban conversando entre sí con sonrisas de oreja a oreja.

—Aquí —les dijo y puso la mano sobre mi hombro, apretando sus dedos y generándome dolor. Lo soporte apretando los dientes y tomé una respiración profunda cuando los tres hombres me miraron.

—Hola —dijo uno de ellos con voz amable—, ¿Cómo te llamas?

Mi padre gruñó y me empujó en su dirección.

—Se llamá Tajo y es un bueno para nada.

No hablé. Papá estaba enojado y cuando estaba enojado lo mejor era no empeorarlo, apretaba los puños a cada lado y caminaba recto, como si quisiera darle un puñetazo a alguien. Quizás a mí.

—¿Qué te sucedió? —preguntó otro de los hombres señalando mi mano vendada y sujeta con la tela de vómitos a mi cuello.



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En el texto hay: boylove, piratas y tesoros, friends to lovers

Editado: 20.11.2024

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