Limpié las botellas vacías que los idiotas habían dejado la noche anterior durante la fiesta y las guardé en los cajones para los proveedores. Fue un buen trato devolverle los envases limpios y en cajas a cambio de más alcohol, cuidaba que los idiotas no los rompan, los acumulaba para limpiarlos con el agua del pozo y luego se los entregaba.
Volví a la taberna justo cuando un grupo de idiotas entraba y se acomodaba en las sillas que la noche anterior hicieron de escenario para Layla. No podía negar que era buena cantando y bailando, se presentaba con vestidos sugerentes sin ser atrevidos, cuello a la vista, ojos brillantes y una sonrisa que llamaba la atención de todos. Desde que apareció todos compraban más alcohol que nunca, por eso tuve que hablar con los comerciantes. Me gustaba, siempre pedía besos en vez de alcohol y más de una vez me acerco demasiado los senos al rostro, pero yo me negaba a perder y llevaba una botella de buena ginebra bajo el brazo.
Ella me sonreía desafiante, se alejaba, bebía y luego me entregaba la botella. Y así pasábamos noches enteras hasta que amanecíamos en el suelo de madera vomitada y llena de olores extraños.
Tomé dos botellas de ron y se las entregué al primer idiota que se acercó a la barra, su rostro me parecía conocido pero podía ser por los cientos de carteles que había alrededor de la tarbena. No lo miré dos veces.
Se volteó mientras yo acomodaba las botellas en la caja de madera y volvió con su grupo.
Un rato más tarde volvió y me miró entretenido al golpear el vidrio sobre la barra. Me incliné, saqué otra botella y se la entregué. El cansancio me estaba pensando en la espalda y los brazos, Jet tendría que llegar en cualquier momento para hacerse cargo y dejarme unas horas de sueño.
Apilé los cajones a un lado para después entregarlos y sentí un escalofrío cuando el mismo idiota se acercó y golpeo la botella en la barra.
—Sirve más.
Suspiré.
—Primero debes pagar —bufé porque desde que llegaron tenía una sensación extraña.
Oí las sillas al deslizarse por el suelo.
—Niño, te dije que sirvieras más.
Mierda, odiaba que me dijeran niño.
—Págame y te serviré más.
Golpeó la botella contra la barra con fuerza.
Los vidrios salieron disparados en todas direcciones y el líquido se derramó en el suelo.
No me inmute.
—¡Sírveme más!
Esperé, Vesper siempre decía que había que esperar, aunque Raven prefería sacar el arma mucho antes, en el primer aviso de amenazas. No quería un escándalo, quería descansar, tenía sueño y las horas antes de la fiesta las usaba para traducir los libros de mamá. No podía perder tiempo.
Tomé una respiración profunda y comencé a limpiar la barra.
El grupo de idiotas me miró y el que tenía enfrente me tomó el cabello.
Bajé la mano hacia la escopeta junto a mi pierna, la alcé y cuando tiró de mi cabeza hacia la barra la azoté contra su mano.
Grito cuando le rompí los dedos.
Idiota.
Me enderecé sujetando el arma entre ambas manos y le apunté al rostro.
—Págame o te vuelo los sesos.
—¡Pequeño bastardo! —Gruñó con rabia e hizo ademán de sacar el arma en su cinturón, pero una nueva voz lo detuvo.
—No lo hagas. —Alcé la mirada hacia el joven en la puerta. Era él, su cabello rojizo era inconfundible. Baker sostenía una espada contra la espalda del hombre como si fuera un arma de fuego, una extensión de su brazo.
—¿Quién demonios eres? —le gruñó el idiota mirando por encima del hombro con la mano rota contra su pecho.
—Es otro niño —dijo otro idiota de su grupo.
—¡Lárgate!
Tres de los idiotas desenfundaron sus armas y apuntaron a Baker, pero él me miró por encima de todo como si no hubiera peligro. Sus ojos brillantes seguían siendo los mismos.
—¡Tajo, amigo! —dijo con su habitual tono.
Recordé su primera carta.
Baker siendo Baker.
No había cambiado.
El idiota de los dedos rotos se volteó hacia él enfurecido.
—¿Quién demonios eres? ¡Vete!
Sentí un tirón en el estómago, todos apuntaban sus armas a Baker cuando el objetivo inicial era yo. No debería ser así. Deberían apuntarme, estaba preparado para que me apuntaran, pero cuando los blancos cambiaron sentí algo extraño. Pum pum. Miedo, de nuevo.
Pum pum pum.
Tomé una respiración profunda.
Jet estaba por llegar, él lo resolvería.
Pum pum.
Dejé escapar el aire y apreté la escopeta entre las manos.
No lo necesitaba.
Pum pum pum.
¿A qué le tenía miedo al arma en las manos de él o al arma en mis manos?
Apunté el cañón hacia la cabeza del primer idiota.
—Págame y lárgate de mi taberna.
Se volteó, divertido.
—¿Niño, sabes quién soy?
—¿Un idiota? —preguntó Baker.
—No te entrometas —le gruñó uno de los compañeros y apenas me inmute, si lograba que el primer idiota se mueva, y desde esta cercanía, podía atravesar a ambos de un disparo. Vi a Raven hacerlo.
El primer idiota apoyó la mano en la barra y sacó el arma.
—¿Estás seguro de lo que harás? —preguntó Baker.
—¡Cállate! —gritó uno.
Pum pum.
El primer idiota se giró para apuntarle, dio un paso atrás y disparé. Mi chasquido fue el primero, el único, la sangre estalló sobre ambos y un hueco se abrió en la cabeza de él y del idiota que había gritado último.
Pum pum pum.
Ambos cayeron y tuve que ignorar la manera en que sus cuerpos se desmoronaron cuando un tercero giró su espada en mi dirección.
Volví a apretar el gatillo pero esta vez no funcionó.
A veces pasaba, Raven decía que necesitaba un arma nueva. Yo no quería porque esa me la dio papá.