El tesoro al final del mundo

Capitulo 11

—¡Niño, sírveme más! —gritó alguien del gentío de idiotas que se arremolinaba del otro lado de la barra. 

Todos bailaban y cantaban abrazados, ebrios. La noche había llegado a su mejor estado, cuando gastan dinero sin pensar solo por oír y mirar a la joven cantando y bailando encima de la barra. Layla era buen entretenimiento, apenas había bebido de la única botella de vino que le entregué al comienzo de la noche y sonreía como si estuviera demasiado ebria para sostenerse. Cantaba a gritos canciones de marines, de piratas, de diosas marinas enamoradas de mortales y sostenía en alto una pequeña guitarra a la que le faltaban todas las cuerdas. Pero nadie lo veía, a ninguno de los idiotas le importaba. Su vestido era ajustado, ocultaba pero no demasiado y el cabello largo le daba el aire sensual que todos adoraban.

A ella la adoraban.

Era famosa por eso, su belleza y su voz.

Una mano apareció entre muchas con una bolsa de monedas y la tomé a cambio de una botella de más.

Baker miraba todo desde la puerta con cortinas cuentas, era el encargado de abastecer y hacía unos minutos terminó con una ronda de vino y whisky que lo dejó agotado. Aunque no dejaba de sonreír por el ambiente.

La canción terminó y otro grupo de idiotas pidió más bebidas. Jet las repartió y yo me encargue de pedir el dinero. Algunos pidieron cosas especiales como ron o aguardiente por lo que Baker se levantó de un salto y fue a la bodega por más sin que tenga que pedirlo.

Era bueno trabajando. Si decidía no ser un idiota podría quedarse en la taberna.

—¡Tajo! —llamó Layla parada frente a mi arriba de la barra. Se inclinó sujetándose la falda del vestido largo y pasé los brazos bajo su pierna para sujetarla y bajarla al suelo a mi lado, segura de los idiotas que intentaban aprovecharse. Plantó un beso en mi mejilla y Jet se apartó para darnos espacio—. ¿Qué tal lo hice hoy?

—Bien, como siempre. —Tomé la botella casi llena que me tendió y se la entregué a un idiota tan ebrio que no veía la diferencia y pagó igual.

Sonrió de manera extraña.

—¿No crees que se vio demasiado bajo mi falda?

Encogí los hombros.

—No lo sé, no estaba mirando.

—Eres un mentiroso. —Se inclinó hacia mí sujetándome por los hombros y rió a centímetros de mi nariz. Siempre hacía eso, Raven decía que movía sus pechos para que la mire, que era lo que las mujeres hacían, que los hombres teníamos que responder. Layla se acercó un poco más, su perfume era de fresas y algo de alcohol se le había pegado a la piel. Me revolvía el estómago pero no entendía por qué ni si era bueno. Aunque tampoco me interesaba.

Aparté el rostro, haciendo que vuelva a reír y tomé una botella llena de la barra.

—Algún día —dijo con voz ronca y me reí.

—Sigue soñando…

Lo ví con papá, cuando las mujerzuelas buscaban beber sin pagar, cuando querían una noche con él y pasaban sus manos por su pecho y besaban su rostro. Las vi sonreír con los ojos llenos de fuego.

Papá siempre las apartaba.

Yo también podía hacerlo.

Me volteé para entregarle botellas a los idiotas que intentaban pasar por encima del muro para llegar a ella. Le gritaban cosas, obscenidades, algunos ponían apodos que hacían que ella frunciera la nariz, pero no dejaba de reírse y beber con diversión con la espalda contra la pared.

Lanzaba besos, saludos.

Hacía que todos pidieran más y a veces me sujetaba por detrás pasando las manos por mi pecho mientras los miraba.

Molestaba pero generaba más demanda.

Lo toleraba.

—Tajo —llamó Baker y al voltearme lo encontré con botellas de la bodega en ambos hombros y el ceño fruncido.

—Ponlas aquí —señalé y me aparté con Layla para que pueda hacerlo.

Él nos miró un momento, ella seguía sonriendo y tenía el pecho agitado pero también lo miraba sin comprender.

—Layla —dije por lo alto para que ambos me oyeran por encima de los gritos—, él es Baker, mi amigo. Baker, ella es Layla, la cantante.

—¿Baker? —preguntó ella, parpadeando—. ¿Tu amigo? —Me miró asentir y plantó una sonrisa—. ¿Tienes amigos?

Bufé.

—¿Quieres tu ginebra?

Sus ojos volvieron a brillar y se adelantó para entenderle la mano a mi amigo.

—¡Hola Baker, amigo de Tajo!

Sonreí triunfal.

—Hola —musitó Baker con la misma sonrisa confundida que ella—. Tú eres la sobrina de Vesper.

Ella volvió a apoyarse en la pared y abandonó su falsa inocencia para abrir la botella de ginebra y beber.

—Si te refieres al hombre ebrio tirado en la entrada, si soy su sobrina —dijo y le tendió la botella.

Baker no habló, sólo la miró con los labios ligeramente apretados.

Sorprendente, alguien le quitó las palabras.

Eso era bueno, ¿no?

¿No?

Alguien más llamó mi atención del otro lado de la barra y tuve que atenderlo, mirando de reojo que Layla también observaba a Baker con extrañeza. Ignoró que él no bebió de su botella y siguió en silencio, apoyada contra la pared hasta que un grupo de idiotas comenzó a cantar abrazados por los hombros. Ebrios.

Aunque siempre podían estar más ebrios.

La miré.

Esa era su señal.

Plantó una sonrisa brillante, se acercó para que la sujetara de la cadera y la subiera a la barra. Hubo una oleada de gritos por su llegada. La sonrisa le llegó a los ojos y por un momento se detuvo con las piernas a cada lado de mi cuerpo y las manos sobre mis hombros. Se acercó como otras veces, apretando las piernas en mi cintura y se mordió el labio mirándome de esa manera extraña. Pum pum. El corazón me latió con fuerza.

Tenía miedo.

Pum pum pum.

No, no era miedo. Yo ya no tenía miedo.

Pum pum.

¿Entonces qué era?

Sus labios quedaron cerca de los míos y temble. No tenía miedo pero se sentía así. No podía respirar. Pum pum pum. ¿Por qué? La sonrisa vaciló y se acercó un poco más, entonces oímos el canto.



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En el texto hay: boylove, piratas y tesoros, friends to lovers

Editado: 20.11.2024

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