El tesoro al final del mundo

Capitulo 16

La campana sonó y me volteé hacia la bodega. Baker bailaba encima de la barra junto a Layla, riendo medio ebrio con una botella en la mano, los ojos brillantes y las manos alzadas. La multitud de idiotas lo seguían, al principio lo rechazaron, iban a verla a ella y sus faldas cortas, pero luego de algunas rondas de tragos y de que Layla cante y baile sujeta a su hombro, todos siguieron el festejo.

Cada cierto tiempo ambos gritaban palabras al azar y alzaban los brazos saltando, haciendo que los piratas los imiten con las botellas en alto. A veces las palabras eran aparte de la canción, la última palabra de un verso, del estribillo o una nota que casi nadie hacía bien. La voz de Layla era dulce y divertida, cada vez lo hacía mejor y provocaba que todos hicieran silencio para oírla.

No podía dejar de verlos y sonreír. Me sentía cálido con todo y eso era lo más cercano a estar cómodo que tenía en días.

Cada tanto ambos se sujetaban de los hombros, saltaban girando y riendo por lo alto y me miraban con los rostros enrojecidos. Aplaudían para que yo también lo hagan, chocaban palmas entre ellos y se volvían hacia la multitud.

Quisieron que subiera pero me negué, me gustaba verlos, reirme con ellos pero Jet necesitaba ayuda para atender el alcohol. Además, no sabía hacerlo, bailar, reir, era… extraño.

Cuando la campana sonó Baker saltó al suelo para ayudarme, reabastecimos las botellas al instante y eso generó más gritos de alegría. 

Su sonrisa llegaba a sus ojos, me hacía reír por su baile, el canto que entonaba me ponía contento. Era mi amigo y no olvidaba que se iría cuando el sol reaparezca en el horizonte, pero tampoco me importó hasta que la claridad del cielo llegó a la puerta de la taberna.

Estábamos recogiendo las botellas vacías del suelo, las apilaban en las cajas afuera y luego las acercabamos al muelle. La sonrisa de Baker poco a poco dejó de ser tan grande y cuando terminamos con todas se detuvo en la puerta.

—Debo irme —dijo y asentí con un nudo incómodo en el estómago.

Tampoco me gustan las despedidas.

—Escríbeme —murmuré y quise apartarme para volver dentro, pensé en ello, quise hacerlo, pero no lo hice, no podía. Lo miré intentando descifrar qué cambiaría en él la próxima vez que lo vea, si sería su cabello largo hasta las orejas, rojo, si sería su piel tostada por el sol o el brillo entusiasmado en sus ojos. O si… no volvería. El nudo en mi estómago se apretaba cuando lo pensaba. Éramos amigos y si no volvía, ¿seguiríamos siéndolo?

Tomé una respiración profunda y él también, apretó los ojos, miró algo detrás y se movió. Pero lo detuve.

—¿Qué sucede?

—Olvidé darte los carteles de se busca —bufé mirando los que aún quedaban pegados en la pared fuera de la taberna. Eran nuevos, todos los días cambiaban, se agregaba algunos, se sacaba otros, y pocos, muy pocos, necesitaban renovarse por la nueva cifra.

Jet siempre me traía los nuevos, los guardaba para Baker.

Volvimos dentro, a la habitación del otro lado de la cortina de cuentas. Baker sostenía una bolsa de tela con botellas de ron que guardé para la tripulación de su padre mientras terminaba de buscar los papeles firmados y manchados. Los coloque uno a uno dentro de la bolsa y guardé un poco de whisky para él. Quise buscar algo más que darle, lo que sea que lo detenga, quería regalarle la pluma que me dio, los libros de mi madre, cualquier cosa.

Era una tontería.

Me volteé hacia la salida con una sensación extraña en el cuerpo, apretando con fuerza los carteles en mis manos para acompañarlo, y volví a oír su voz.

—¿Qué es eso?

Baje la mirada hacia los libros de mi madre abiertos en el suelo junto a la cama. Varios papeles salían de dentro y la pluma también se asomaba por el señalador sin el menos cuidado.

Me incliné para recogerlo.

—No lo sé, Eric me dijo que lo traduzca pero no sé en qué idioma está. Pensaba ir con él por un apoyo pero…

Baker miró el cuaderno que me señalaba y frunció el ceño.

—Es un mapa.

—¿Qué?

—Mira, son islas —dijo y me señaló el cuaderno y las páginas separadas a un lado, marcando con el dedo manchas mal dibujadas en medio de algunas—. Son cartas con coordenadas. Esto de aquí son islas… Teodore es navegante, podría echarle un vistazo de todo, pero estoy seguro de que son islas… Estos deben ser los archipiélagos.—Apretó los labios y chasqueó la lengua—. Si, entonces está isla debe ser Chiclan y aquí está Ladose y aquí…—Frunció el ceño—. Son islas conquistadas por el rey.

Volví a mirar las cartas, ¿por qué mamá tenía un mapa de islas conquistadas por el rey?

Me incliné para ver mejor lo que señalaba. Quería entender también, pero él miraba las cartas como si tampoco comprendiera lo que leía.

—Aquí estamos nosotros —señaló al cabo de un rato de girar las cartas en círculos, apoyó el dedo en una de las manchas más pequeñas, lo apartó y sacudió la cabeza—. Espera, no entiendo, parece que son muchos mapas de la misma isla.

—¿Qué?

—Esta isla es esta de aquí, y de aquí, y de aquí —dijo señalando la misma mancha en tres mapas diferentes. En cada uno estaba en diferentes espacios, con diferentes manchas alrededor o colores con otros tonos. Pero la mancha siempre era la misma.

La isla, mi isla. 

Tome una de las cartas que tenía una línea roja en medio y se la tendí para la observe. Desde la primera vez llamó mi atención y pregunté a Eric sobre ella, pero él tampoco sabía nada.

Baker la miró girándola hacia diferentes lados, apretó los labios y miró el resto.

—No lo sé… Puede ser cualquier cosa. —Me miró—. Vamos con Theodore.

Asentí y tomé el cuaderno con la pluma, los mapas y lo seguí.

. . .

Theodore se inclinó encima de su escritorio con una lupa bajo el ojo y los dientes apretados. Lo había visto pocas veces en la taberna, según Baker casi nunca bebía. Era un tipo bajo y delgado con ojos negros rasgados y lentes redondos. Llevaba siempre una espada extraña sujeta a la espalda y caminaba con calma con unos pantalones extraños.



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En el texto hay: boylove, piratas y tesoros, friends to lovers

Editado: 20.11.2024

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