Apreté los dientes con fuerza y me concentré en el dolor, el golpe, el vómito intentando salir por mi boca disparado hacia la persona que tenía enfrente. Lo contuve, Vesper odiaba que vomitara durante las peleas. Me amenazó con fregarme el rostro contra el fluido si volvía a hacerlo. Tenía que ser fuerte.
Me enderecé con lágrimas en los ojos y alcé los puños. Me dolía todo el cuerpo, sus golpes no eran como nada que haya sentido antes, desde hace días que me golpeaban sin piedad y sin contenerse. Yo se los pedí, estaba seguro de que podría tolerarlo, y lo hacía, hasta que ya no podía más.
—¿Vas a lloriquear? —preguntó Raven a mis espaldas y tragué el vómito—. Que asco.
—Vete a la mierda.
Rió.
No me volteé al hablarle, no era necesario. Además, Vesper me enseñó que era peligroso darle la espalda.
Di un paso al frente y doblé las rodillas para tener resistencia, lo miré entrecerrar los ojos. Parecía ebrio pero eso no significaba nada. Él decía que era mi ventaja, yo pensaba que eso lo hacía menos piadoso. Aunque creo que me equivocaba.
Estiró el brazo hacia mí y lo esquivé, giré porque sabría que me golpearía con el otro puño pero no vi su rodilla hasta que estuvo a pocos centímetros de mi rostro.
Y me golpeó.
Caí de culo sobre la madera sintiendo el sabor a la sangre. Escupí a un lado, alcé la mirada y giré apoyando la mano.
Su pie venía hacia mi cabeza. Por poco pasó de largo y cayó con un golpe fuerte sobre la madera, provocando un ruido extraño, estremecedor. Alcé la pierna, golpeé su pata de palo y lo desestabilice, giré la cintura con el codo en alto, quería golpearle el rostro también, pero él me sujeto, lo bajo y plantó un puñetazo en mi oreja.
—¡Auch, eso me dolió a mí! —oí gritar a Raven, pero su voz sonó extraña, diferente. Apagada. Caí hacia atrás sujetándome la cabeza y vi a Vesper enderezarse y sonreír.
—¿Ya te rindes? —preguntó y aparté la mano para comprobar que no había sangre.
No la había, pero apenas oía algo. Estaba un poco mareado y sentía un zumbido extraño.
Tomé una respiración profunda, me levanté y alcé los puños.
Su sonrisa se ensanchó.
Volví a atacar usando otro golpe. Primero el puño, luego el codo, giré el hombro amagando un golpe con el otro brazo y alcé la rodilla.
Lo vió venir, me tomó por el tobillo, alzó la pierna más de lo que pensé y me golpeó la rodilla con el otro puño.
Caí.
—¿Te rindes? —preguntó.
Mierda.
Giré, planté los pies y me levanté alzando los puños. Ataqué directo a su rostro, un puñetazo, dos y sonrió. Me tomó el tercer puñetazo, giró la muñeca hasta provocarme dolor y colocó mi mano detrás de la espalda. Lo golpeé con el codo, el dolor era insoportable.
Vesper era fuerte y rápido, sabía porqué papá lo había llamado. Era bueno, no podría vencerlo, pero rendirme no era una opción. Lo golpeé hasta que el dolor del brazo me hizo apretar los dientes y me soltó.
—¿Aún no te rindes?
Bufé, negué y me detuve.
Alguien llamaba a la puerta de la taberna.
Vesper sonrió y volvió a la barra donde Raven lo esperaba con una botella de whisky.
Abrí el candado y asomé la cabeza hacia el grupo de piratas que esperaban para entrar. La taberna ya no tenía tantas fiestas desde que La Marina puso una base en la isla, los comerciantes no querían entrar a la zona tampoco y los abastecimientos eran pocos.
—¿Está abierto? —preguntó uno de ellos.
Tomé una respiración profunda para calmarme luego de la pelea, miré alrededor para comprobar que no hubiera Marinos y los dejé entrar volviendo a mi lugar del otro lado de la barra.
Saqué algunas botellas, las dejé en la madera y tomé las monedas de oro que me tendieron.
—¿Crees que se quedarán por la noche? —pregunté a Raven, quien seguía bebiendo. Él bajó la botella, los miró aburrido y negó, pero no dijo nada. Rodé los ojos—. ¿Qué sabes de Jet?
Frunció el ceño.
—Es un idiota.
Lo ignoré.
—Me preocupa que no haya vuelto hacé días.
—No deberías, es un idiota de La Marina, no le harán nada.
—¿Cómo lo sabes?
—Solo lo sé. —Inclinó la botella hacia sus labios y terminó el contenido con un gruñido el golpe del vidrio sobre la madera—. No te preocupes, concéntrate en entrenar y mejorar. Él está bien.
Se levantó y cruzó la barra por otra botella de la bodega.
Hace algunos días descubrieron la reserva que tenía para ellos y se desafiaron a acabarla lo antes posible. Bebían cómo nunca, parecían no tener otro vicio, y eso también me inquietaba. Si ellos estaban preocupados era porque algo malo podría suceder.
No, me mantuve firme, nada malo iba a suceder.
No iba a permitirlo.
Me incliné para guardar la botella vacía en la caja que le daba a los comerciantes y toqué el relicario vacío. No sabía por qué lo conservaba, debería tirarlo. Pero no quería hacerlo.
No recordaba el rostro de mi madre. Comprender que no sabía su nombre me hizo pensar en la última vez que la vi hace once años. Apenas tenía memoría de su rostro o su cabello, era un recuerdo que podría ser el rostro de cientos de mujeres distintas y no parecidas. No sabía cómo era su voz o su mirada, si sonreía con los dientes y con los labios apretados. No recordaba a qué olía, pero imaginaba que a libros o tinta, era lo único que podía saber de ella y ni siquiera sabía si era verdad.
¿Por qué guardaba ese relicario? ¿Qué iba a guardar en él si no sabía nada de ella? No la conocía.
Lo dejé en su lugar y tomé el cuaderno de al lado, lo abrí y leí el interior sin necesitar las hojas de apoyó de Eric. Las noches de fiesta ya no eran como antes, las usaba para aprender a leer los símbolos. Comprendía que era algo nuevo, el mapa de una historia que solo ella sabía. Pero aún me faltaba comprender más…
Oí un suspiro y alcé la cabeza hacia Vesper en la silla al final de barra. Tomó la botella de whisky y caminó hacia la puerta abierta donde la figura de Layla estaba parada revolviendo las manos.