—No —corté. Layla me sonrió con las manos en mis hombros y las rodillas a cada lado y saltó al suelo con la elegancia de siempre. La noche fue como otras, cientos de idiotas aparecieron por bebidas y diversión, algunos músicos hicieron provecho para buscar compañeros y las mujeres para trabajar.
Los rumores eran ciertos, La Marina estaba requizando los lugares concurridos por los piratas y muchas tabernas del muelle se vieron obligadas a cerrar por unas noches. Eso explicaba la repentina concurrencia, pero significaba que la taberna sería la próxima, y no sabía cómo haría para ocultar que papá era el dueño y yo su hijo.
—¿Por qué no? —preguntó ella colocándose a mi lado con el rostro dulce y brillante, recibiendo el dinero de los idiotas que querían alcohol.
—Porqué es peligroso —dije y le tendí una botella a alguién que solamente quería llegar a ella. Lo ignoré—. No puedes quedarte, vete.
—No me quiero ir —magulló ella y tomó más dinero para guardarlo en el escote de su vestido. Una expresión de asombro y placer recorrió a los idiotas y ella sonrió con inocencia y dulzura.
—Si La Marina viene y te ven aquí conmigo pueden hacerte daño.
—No lo harán, Samuel no permitirá que me suceda nada. Soy una dama hermosa —dijo y me guiñó el ojo.
Rodé los ojos y coloqué una botella en la mano de alguien.
—Layla, tiene razón, hazle caso —la regañó Vesper y ella frunció el ceño pero no dijo nada más, se volteó y desapareció del otro lado de la cortina de cuentas. Un eco de piratas desilusionados llenó la taberna.
Suspiré y chasqueé los dedos hacia los pocos músicos que todavía quedaban a esa hora de la noche.
La música comenzó de nuevo y el calor volvió a los hombres y mujeres que ya no diferenciaban cuerpos de sillas o bigas de madera. Era una buena noche, todos pagaban sin ver si era ron, vodka o agua.
Buena noche.
Hasta que terminó.
Limpiar era algo que no extrañaba, menos aún los vómitos.
Puaj.
Recogí las botellas y las cosas que olvidaron los idiotas, saqué algunos otros que usaban los baños para dormir y busqué un poco de agua para limpiar los suelos.
El entrenamiento empezaba al mediodía y tenía unas horas para descansar. Horas que al parecer no serían suficientes. Empapé el trapeador, limpie bajo las mesas, las sillas, los suelos del baño, descargué desechos y escupideros y para cuando el sol entró por la puerta ya había terminado con todo, o bueno con casi todo. Aún me faltaba hablar con los comerciantes ya que Jet no aparecía y guardar lo que compre en la bodega.
Es decir que no tendría descanso.
Tomé un pedazo de tela y limpié la barra de madera que todavía tenía huellas de los zapatos de Layla y un poco de ron que un idiota derramo la noche anterior.
Quizás no necesitaba entrenar, sino dormir. Hace días que no dormía bien.
Oí pasos en la entrada y alcé la cabeza hacia el hombre de camisa de lino y sombrero raro. Hace días que no volvía a la taberna.
Se acercó con calma y tomó asiento frente a mí.
—Hola.
—¿Qué haces aquí? —bufé de mal humor.
Eric encogió los hombros apoyando los codos sobre la madera y me sonrió.
—Vine a verte, Jet dijo que tienes algo para mí.
—No tengo nada para ti.
No confiaba en él, no como antes. Raven tenía razón, estuvo del otro lado de la isla con los Marinos y tenía información de ellos, sería un idiota si todavía lo consideraba un amigo.
Él suspiró y se rasco la cabeza.
—¿Qué tienes para beber?
—Alcohol.
Soltó una mueca.
—Tuve una noche larga, ¿Café?
—Ya no tengo café.
—Yo si. —Sonrió y estiró la mano hacia abajo, a su bolso de lino, para sacar una pequeña bolsa de tela marrón con el característico aroma amargo de aquel extraño fruto que él me presentó.
Tuve el impulso de tomarlo, pero me detuve.
Él alzó una ceja, lo dejó sobre la madera y lo empujó hacia mí con un silbido.
Fruncí el ceño mirando el paquete, el café era un elixir exotico de una de las muchas islas que él visitó. Los comerciantes lo vendían a un precio muy elevado para comprarlo, era una oportunidad… que iba a desechar, pero de repente oí pasos a mi espalda y la cortina de cuenta moviéndose.
Layla caminó hacia nosotros con la mirada en el paquete, lo tomó ante la mirada sorprendida de ambos y se volteó de vuelta a la habitación.
Se hizo silencio y oí los escalones que iban a la bodega donde guardabamos la leña y la chimenea que calentaba todo cuando hacía frío. La pequeña jarra de metal hizo ruido al caerse al suelo y unos segundo después Layla volvió a aparecer para buscar agua.
—Les preparare café a ustedes también, consigan algo de comer, muero de hambre —magullo y volvió a la bodega.
Chasqueé la lengua, irritado.
—¿Entonces tú y ella…?
Miré a Eric entretenido y rodé los ojos.
—No.
—¿Me dirás que es eso que Jet quiere que vea?
Apreté los dientes con fuerza mirando a la puerta, ninguno de los tontos se presentó por la mañana.
—¿Qué sabes de la base que La Marina planea poner en la isla? —pregunté y él soltó una risa baja.
—Que es mentira. —Lo miré confundido, su sonrisa no desapareció sino que se volvió curiosa y algo burlona—. Piensa, la isla está en una ruta comercial.
—¿Y eso qué?
Encogió los hombros.
—La ruta le pertenece al rey, tú pagas impuestos, ¿no es así? Bien, esos impuestos son para el reino, sí La Marina construye una base en la isla los comerciantes evitaran pasar por aquí.
Chasqueé la lengua.
—Y nadie en la isla tendría dinero para pagar los impuestos —deduje y su sonrisa se ensanchó y asintió.
—La isla se convertiría en una base fija y la ruta cambiaría, eso supone muchos cambios que el reino no está en condiciones de efectuar, sin contar que los cartografiar tendrían que cambiar sus mapas y eso supondría una inversión extra. —Incliné la cabeza con alivio y fingí seguir limpiando la madera. Tenía razón, el pueblo se sostenía por el comercio y el turismo de los comerciantes.