—Tu madre estaba trabajando para el rey. —Fue lo primero que dijo al llegar al pueblo. El camino no era largo, apenas unas calles cuesta arriba que los lugareños construyeron para cuando la marea subía, unas escaleras de piedras y listo. La entrada al pueblo era un enorme arco de madera con el nombre tallado en medio, estaba gastado y casi no se entendían las letras, pero no hacía falta porque muchos de los que visitaban la isla apenas sabían leer.
Del otro lado del arco una calle de adoquines daba la bienvenida a la zona turística del pueblo, había una fuente a algunos metros que papá me dijo que una vez, hace décadas, funcionó y muchos negocios con gente que se frotaba las manos al ver gente pasar. Todos sonreían, había algo extraño en sus rostros. Estaban preocupados por los rumores de La Marina, todos allí sabían que se asentaban la ruta cambiaría y los comerciantes, turistas y piratas ya no desembarcarían.
No me detuve a pensar que era mi culpa, pero estaba seguro de que ellos no dudarían en entregarme si supieran que a quien buscaban era a mí.
Tomé una respiración profunda y volteamos hacia la calle que bordeaba la costa, lejos de las personas, los comercios con precios inflados y de los marinos que caminaban de un lado al otro con armas.
Me buscaban.
Me buscaban.
Me buscaban.
Fingí que no me importaba y esperé que Eric continuara.
—La vi hace unos años en la gruta cerca de la isla Naar, hacía algunas exploraciones cuando se cruzó en mi camino. Me dijo que el rey la envió por un tesoro de la familia real pero no me dijo qué era. —Se detuvo con una mueca y giró hacia algo detrás. Miré encima del hombro, un marino se acercaba con los ojos fijos en nosotros. Alguien más se cruzó en su camino y cambió de objetivo. Eric me tomó del hombro para empujarme a la calle más cercana—. Oí que es una reliquia antigua y solo sabe de ella la familia. El rey envió por tu madre unos años antes de ese encuentro, me dijo que la presentó a la biblioteca real para pedirle que busque esa reliquia y le dio dinero para que investigue… pero al parecer ella robó algunos libros prohibidos.
Lo miré. Habíamos entrado por una calle angosta con muchas puertas a los lados. Las personas salían y entraban hablando, había niños jugando, animales que iban y venían y también unos pocos piratas que reían, pero no parecía nada que hubiera visto antes. Un lugar inocente, tranquilo.
Tragué y lo seguí hacia el final.
—¿Me buscan porque robó libros?
Negó.
—No, te buscan por el contenido de esos libros. La historia del viejo continente, tesoros que fueron hurtados por los antepasados del reino, siglos que la familia del rey oculto. —Seguimos hacia otra calle y él giró en una esquina donde un enorme árbol ocultaba un niño que reía. Eric caminó por la calle, se detuvo a mirarme y siguió con las manos en los bolsillos—. Tu madre descubrió que hay descendientes directos de familias del viejo continente y que esos tesoros le pertenecen. Encontró una ruta hacia allí…
Sacudí la cabeza intentando ordenar lo que sabía y lo que no, pensando en lo que leí de los diarios y los mapas.
—No es posible —solté—, el viejo continente ya no existe.
—O si —dijo con tono extraño, más curioso que otras veces, y al mirarlo sonrió con entusiasmo—. Leí esos mapas, hay un error.
Asentí.Theodore lo dijo, la isla pertenecía a uno de los continentes.
Los ojos de Eric brillaron.
—Tu madre me dijo que había una ruta al viejo continente y que pensaba seguirla para descubrir por qué el rey quiso ocultarlo. ¿Recuerdas los diarios? Ella dejó su bitácora allí, solo tienes que descifrarlo, los mapas son robados…
—Espera. —Me detuve al oír su entusiasmo, al ver sonrisa y el brillo que indicaba que no pensaba en nada más. A mí eso no me importaba. Sacudí la cabeza—. ¿Por qué hace eso? No comprendo.
Su entusiasmo flaqueó.
—Eso aún no lo sé. Hace unos años un barco pirata robó del barco real el tesoro de la familia y el rey puso el grito en el cielo...
—¿Por qué?
—Algunos dicen que fue por el valor que tiene, otros por el linaje, el príncipe planea asumir la corona y eso es un regalo para su futura esposa. Pero otros… Dicen que hay más, que ese tesoro es una corona capaz de controlar los océanos…
—¿Qué crees tú?
—Que es un regalo del príncipe. —Encogió los hombros y sacudió la mano—. He visto mucho en este mundo, Tajo, y no creo en tonterías de dioses y monstruos. La familia real se vale de su imagen, a nadie del reino le gustaría que se sepa que un par de piratas se burlaron del rey y menos aún lo que tiene ese tesoro detrás. Es historia, pero hay rumores de la invasión del viejo mundo, masacres enteras, sangre en los palacios. —Llegamos al final de la calle, nos detuvimos y miramos a los dos soldados de la marina del otro lado, cerca del puesto donde comprábamos el pan. La mujer que vendía tenía cara de pocos amigos, no le gustaba hablar y se limitaba a tomar el dinero, entregar el pan, pero en ese momento vi algo más en su rostro, fastidio y miedo. Eric me hizo señas para que me ocultara—. Si el rey te encuentra solo basta con que tu madre lo sepa para que se detenga.
Tragué mirando como los marinos tomaban el pan y salían riendo, sin mirar en nuestra dirección pero con las armas sujetas a sus cinturas.
—¿La mataran? —pregunté, y Eric miró lo que yo y suspiró.
—Si. Por eso lo mejor será que no te encuentren.
Volví a mirar a los soldados. ¿Por qué matarían a alguien que no conocían? Ni siquiera yo la conocía, nadie lo hacía, ¿por qué ellos sí? Pensé de repente en mi papel en todo eso. Tampoco me conocían. Era el hijo de una desconocida, un desconocido, alguien que había nacido y crecido para ser nadie, para cuidar una taberna y atender idiotas, ¿por qué de repente era hijo de alguien? ¿Qué cambiaría si me tenían, si la tenían ella? ¿Qué harían después conmigo?