Caminé hacia el pueblo con el corazón palpitando con fuerza. Por la mañana algunos soldados aparecieron cerca de la taberna preguntando por mí a piratas que, por suerte, aún tenían resacas de la noche anterior.
No fue como las otras, el miedo de que la Marina ponga una base dejaba a todos extraños, cautos y agresivos. Nadie se arriesgaba a llegar a la isla por mucho que necesitaran reabastecerse, y los pocos que lo hacían, piratas con valor o demasiado estúpidos, tenían que tolerar requisas en su barcos.
La voz corría, la isla ya no era segura.
Buscaban a alguien, un niño.
—¡Barlow! —llamó una voz y alcé la mirada hacia el arco de bienvenida. Samuel sacudía la mano por encima de la cabeza y sonreía. Hace días que lo veía en el pueblo, casi siempre con la compañía de Eric que me indicaba que decir, que no y por qué decir que la Marina era un nido de idiotas era peligroso e imprudente—. ¡Barlow!
Samuel me hizo señas para que me acerque, tenía su uniforme de marino con el tonto sombrero y la espada a un lado. Sonreía amable, pero cansado. ¿Por qué demonios todos sonreían?
Tomé una respiración profunda y me acerque.
Mi nombre es Barlow, no Tajo.
Tragué nervioso, era la primera vez que Eric no estaba conmigo.
Demonios, no digas que te llamas Tajo.
Quería voltearme y huir, ¿pero dónde?
Eres Barlow, no Tajo.
Apreté los dientes, no tenía miedo.
Soy Barlow, no Tajo.
Me aclaré la garganta.
—Hola, Tajo.
Mierda.
Samuel río.
—Debes descansar. Parece que confundes las cosas.
Respiré.
—¿Qué haces por aquí? —preguntó cuando volvimos a la ruta turisa. Alrededor había muchos más soldados que otros días, parecía que buscaban algo pero también reían entre ellos y comían pescados de los puestos más cercanos con bebidas similares a las que tenía en la taberna.
Solté una mueca.
—¿Por qué hay tantas personas?
Samuel miró alrededor sin comprender y frunció el ceño.
—Al parecer es el día libre de muchos marinos y quisieron venir al pueblo…
—¿Tienen días libres?
Asintió.
—Pocos y debes tener un rango alto. Ven, yo no tengo día libre pero creo que puedo acompañarte un rato.
Caminamos por los alrededores, muchos comerciantes me conocían por ser hijo de mi padre y sus ojos se abrían con asombro al comprender que el joven de traje a mi lado pertenecía a La Marina. Esperaba que entendieran la realidad de lo que sucedía, yo no era el niño que buscaban, era el hijo de un almirante, esa era la razón de que me paseara con ellos.
Aún así me sentía un traidor.
—¿Qué sabes del niño? —pregunté cuando vi a uno de los comerciantes reconocerme y abrir la boca. Prácticamente huí de allí, y Samuel me siguió.
—Algunos dicen que se pasea por el muelle —soltó con amargura—, unos pescadores lo vieron y hablaron con él, pero es un fantasma porque al buscarlo no está.
¿Un fantasma?
Intenté no mirar alrededor, hablé con esos pescadores porque necesitaba algo de comer.
Maldición.
—¿Dónde lo buscaron?
—Cerca de un viejo pozo de agua donde lanzan desechos —respondió indiferente, saludando con la mano a alguien que pasaba junto a nosotros.
El viejo pozo…
Estuvieron cerca.
Cruzamos el camino hacia un viejo local de té al que papá le compraba tabaco y miré en el interior a la anciana jorobada. No todos sabían que ella compraba hierbas de buena calidad a un comerciante pirata que viajaba desde otro reino, y mucho menos sabían que ese pirata era su hijo menor. El trato era que papá no lo delataría si una cantidad de hierbas iba destinada a la taberna y al negocio, y aunque la señora Woodhouse aparentaba ser una anciana aceptó de buena gana y sin dudar. Duplicó el tabaco destinado a la taberna y decidieron que parte del dinero sería para ella.
Por eso cuando pasamos frente a su local me miró e inclinó la cabeza un poco.
La imité y seguí de largo.
—¿Qué sabes de la mujer, su madre? —pregunté al marino a mi lado.
Sacudió la cabeza.
—Sigue sin aparecer. Vieron el barco de su padre a unos días de aquí.
Fingí ni sentir el extraño tirón en el estómago.
Mi padre estaba cerca…
No, no debía volver, La Marina podría reconocerlo.
Pero él podría solucionarlo todo.
Tuve ánimos de preguntar más, quería saber dónde, cuándo. Apreté los dientes.
Controlate, eres Barlow.
Barlow.
Tomé una respiración profunda manteniendo la calma.
—¿Qué le harán cuando vuelva por su hijo?
—Nada, él goza del privilegio de La Marina, su hijo igual, por eso queremos encontrarlo, para protegerlo.
Asentí pensando como lo haría Eric. Desconfiaba, ¿por qué, si tenía un privilegio, habían enviado a un marino a secuestrarme con cuchillos y armas? ¿Por qué me inmovilizaron? ¿Por qué no solo preguntaron por mí? ¿Por qué llenaron la isla de marinos y no solo enviaron a uno a “hablar”?
Unos días antes Samuel había dicho algo parecido frente a Eric y me obligué a mantener la calma.
Caminamos un poco más y unos pocos comerciantes que me reconocieron me ofrecieron comida o bebidas. Era un intercambio que tenían con la taberna, por la noche ellos podrían ir por mujeres, bebida o un momento de relajación a cambio. Pero al ver al joven a mi lado sonrieron nerviosos y se alejaron con excusas tontas.
Samuel caminó hacia un negoció llenó de marinos y la tensión en mi estómago creció cada vez más.
Pum pum.
Podía ser una trampa, ellos podrían saber quién era y esperar paciente para emboscarme.
Pum pum.
Las rodillas me temblaron.
Pum pum.
No, yo ya no tenía miedo, podría con ellos. Pum pum. Entrenada para ello, recibía palizas todos los días para prepararme para esa emboscada. Pum pum.