El tesoro al final del mundo

Capitulo 26

Cuando entramos a la base que la Marina tenía en la isla y vi a los cientos de estúpidos marinos armados, alcé tanto el mentón que me dolió el cuello. Papá caminaba a mi lado con la mano sobre el estómago, mirando al suelo con los labios apretados. Había sangre en el frente de su ropa, estaba pálido, pero se negó a hablar durante todo el camino y el humor por la botella de ron desapareció por los elogios que lanzaban al almirante Leopold que sonreía como si no estuviéramos allí por voluntad.

Que gran imbecil.

Samuel caminaba de mi otro lado, con los ojos puestos al frente y los labios apretados. El corte de su labio había cerrado pero la zona alrededor se había tornado oscura al igual que su ojo. No sabía quién le dio el golpe, se veía horrible, y eso me hacía sentir mejor.

Durante el recorrido a donde fuera que íbamos intenté no pensar en Baker. Me esforcé, miré las luces alargadas en el pasillo o las puertas con números en medio, había baldosas grises con puntos negros y… Alguien pasó por mi lado y me golpeó el hombro.

Gruñí pero no me volteé. No pude volver a concentrarme. Fue una noche larga, hace unas horas la taberna estallaba en una fiesta, la bodega se vaciaba con cada pirata que llegaba y Layla saltaba de brazo en brazo, sonriendo de felicidad. Vesper dormía en la entrada con la cabeza apoyada en la puerta y Raven estafaba a algunos piratas jóvenes con un juego de cartas que Eric le enseñó noches antes. Y luego la alarma, el frío del mar, el miedo cerrándose en mi estómago. La tormenta continuaba cuando llegamos a la base, sacudía los árboles del pueblo y algunos corrieron para llegar bajo techo.

Y luego, Baker.

Enojado, molesto, bebiendo… hasta que me beso.

No, no fue eso lo que sucedió. Primero llegamos a la taberna, la Marina había puesto un cartel de propiedad, y luego el beso. No, antes tuvimos que limpiar el desastre que hicieron los marinos, los cuadernos de mi madre sobre la cama y su rostro al ver el cartel de se busca con su nombre.

Había crecido de nuevo, tenía el cabello más largo, los brazos más grandes. El collar de perlas rojas seguía allí solo que un poco más arriba, por encima de sus hombros altos y anchos, en el pequeño hueco que se formaba en la parte baja de su garganta. Aún tenía la piel tostada y sus dientes brillaban cuando abría la boca al sonreír. Era extraño, ya no era el chico que conocí junto al escupidero, era un joven casi adulto…

—Esperen aquí —dijo Samuel, nos detuvimos junto a dos puertas diferentes, con vidrio en medio y una cerradura dorada y brillante. A cada lado había un guardia con el rostro arrugado. Olía a comida. Yo también estaría molesto si tuviera que oler comida todo el día y no pudiera comer. El estómago me gruñó. No era como el pan que comíamos en la taberna, era algo más elaborado que ya no recordaba a qué sabía pero me provocaba un dolor punzante.

El almirante Leopold y mi padre inclinaron la cabeza hacia los guardias. Samuel se adelantó y golpeó la puerta dos veces, pasó un momento y cuando el sonido de la cerradura terminó por abrir la puerta, el almirante entró.

Tomé una respiración profunda, no era momento de pensar en Baker.

Miré a Samuel.

—¿Layla está allí? —pregunté, ignorando que el aroma se volvió más intenso cuando la puerta se abrió. Apretó los labios y no respondió. Bufe—. El trato era que vendría si me llevabas con ella. —Nada—. ¿Ella está allí? —Apartó la mirada con los puños cerrados—. Oye, tú problema es conmigo. Yo soy Tajo, el hijo de Noelia, a ella déjala en paz...

—No negocio con piratas —escupió y se volteó hacia las puertas cuando estas se volvieron a abrir.

—No soy un pirata, marino idiota, y ella tampoco lo es.

Pero él ya no me escuchó y cuando las puertas se abrieron, entró.

—Tajo —llamó mi padre a mis espaldas y por primera vez sentí rabia de oír su voz. Apoyó la mano sobre mi hombro para voltearme y lo miré con atención.

Parecía agotado, tenía enormes ojeras bajo los ojos y había perdido tanto peso que los huesos de su rostro se veían extraños por debajo de su piel. Era más pequeño, o yo era más alto, como de la misma altura. Sus hombros eran delgados como los míos y el cabello cano había aparecido en su cabeza y su barba. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que se fue? Demasiado al parecer. Estaba viejo, parecía un hombre de edad avanzada, y sus ojos habían perdido el brillo. Me sentí mal por él, triste.

—¿Cómo estás? —preguntó con voz extraña y sentí el calor invadirme el rostro.

—¿Dónde estabas?

Titubeo mirando a las puertas y los guardias.

—Eso no importa —Me tomó de los hombros mirándome de manera extraña y me apartó unos pasos—. Presta atención, cuando entremos no hables. Te dirán cosas, muchas cosas, quizás te enseñen cosas, pero tú no creas nada. Déjame todo a mí. Ellos querrán que te enojes, que seas impulsivo y tú debes controlarte.

¿Qué demonios significaba eso?

Apreté los dientes.

—¿Me dirás dónde estuviste?

—Confía en mí.

Abrí la boca sin saber qué decir y la puerta se abrió. Samuel asomó la cabeza con el ceño fruncido, rectó como cualquier otro marino idiota que haya conocido, y nos indicó seguirlo.

Mi padre caminó primero y los guardias se enderezaron cuando paso en medio. Lo respetaban, sus ojos brillaban al ver a ese hombre delgado y viejo metido en una capa llena de sangre.

Me sentía un desconocido, invisible.

Inexistente.

El frío volvió, un dolor profundo en el pecho. 

Papá estaba allí. El resto ya no importaba.

Cuadré los hombros y entré al inmenso salón con mesas alargadas en medio. Las paredes eran altas y blancas con banderas de la Marina grandes en medio. Había megáfonos en cada esquina, velas altas y apagadas y una puerta en una esquina, además de la puerta por la que habíamos entrado.



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En el texto hay: boylove, piratas y tesoros, friends to lovers

Editado: 20.11.2024

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