Lancé mi última grosería cuando oí las botas en las escaleras de madera al final del pasillo y apreté los puños en los barrotes de metal.
En cuanto el príncipe chasqueó los dedos un grupo de guardias apareció por la puerta y nos rodeó con armas. Eran muchos, por un momento creí que papá pelearía y me prepare para enfrentarlos a todos e ir por Layla. No sabía dónde podría estar pero podríamos tomar de rehén al príncipe, sin dudas por él harían todo por las buenas. Hice ademán de lanzarme hacia él y… papá alzó las manos.
¿Qué?
Samuel tenía la mano sobre su espada, como si también creyera que íbamos a hacer algo. Me miró y quise darle un puñetazo.
Leopold dio un paso adelante con el semblante serio y sacudió la mano, el príncipe asintió continuando con su comida y nos lanzaron a una celda.
—Salió bien —dijo mi padre tomando asiento en el suelo entre risas—, creí que saldría peor. Tienes pelotas…
La rabia se volvió más caliente en mi rostro y apreté los dientes con fuerza cuando me dejé caer en el suelo.
—¿Por qué no hiciste nada? —pregunté.
—¿A qué te refieres?
—Querías que aprendiera a pelear y, cuando es momento de hacerlo, ¿te rindes?
—¿Y qué debería hacer? —preguntó con tono curioso y se recostó contra una pared con las manos sobre el estómago. Le brillaban los ojos, sonreía, estaba ebrio.
Bufé y miré alrededor. Esa no era la única celda, había más, al menos unas cinco, separadas entre sí por más barrotes y con una pequeña abertura en cada una por donde se colaba la luz.
Intenté vislumbrar a algunos de los reclusos en las celdas contiguas, todos eran bultos en el suelo, dormidos o muertos. Apenas se movían.
Chasqueé la lengua.
Layla no estaba allí. Mierda. No podía quedarme encerrado como idiota, tenía que encontrarla.
¿Dónde estaba Vesper? ¿Por qué no la protegió? Sabía que no era posible, pero la idea de que algo le hubiese sucedido a él me incomodaba. Vesper Jones, el capitán pirata que Baker admiraba y respetaba, el hombre que hundía barcos y bases de marina… no, no podía sucederle nada, ¿Pero dónde estaba? ¿Por qué permitió que lastimen a Layla?
Tomé una respiración profunda y cerré los ojos, debía calmarme. Layla estaba bien, sabía pelear, podía protegerse sola.
—Tajo —llamó mi padre y alcé la cabeza. Ya no reía, estaba sentado, serio, con la oscuridad rodeándolo—. Debo decirte algo importante.
—¿Me dirás dónde estuviste estos años? —gruñí entre dientes.
—Fui con tu madre —soltó con un suspiro—. Escucha…
—¿Por qué no vino ella también? ¿Por qué no hiciste nada allí? ¿Por qué…?
—Tajo, no tenemos mucho tiempo —dijo, sacudiendo la mano y enderezando la espalda. Hizo una mueca, estaba cansado, su cuerpo parecía no soportarlo. Apreté los dientes—. Tu madre lideraba un grupo de exploradores contratados por el rey…
El calor aumentó y sentí presión en el pecho. Por muchos días quise que él se sintiera orgulloso de lo que sabía y que me viera no como el niño débil que abandonó, sino como un hombre, adulto, inteligente, fuerte. Pero en aquel momento no pareció importar nada de eso. No a él.
Tragué el nudo de mi garganta.
—Eso ya lo sé.
—¿Lo sabes? —preguntó y por primera vez oí el asombro en su voz—. Bien, no importa. El rey la envió a buscar…
—Una reliquia del viejo mundo —solté y bajé la mirada al suelo sin poder quitarme esa sensación dolorosa, intranquila—. Lo sé…
—Ella murió.
—¿Qué?
Alcé la mirada, la presión se volvió punzante.
—Nadie lo sabe —dijo él cabizbajo—. El grupo de exploradores se dividió cuando ella supo que lo que buscaba era parte de la historia vacía de la conquista del viejo continente. Al comienzo no era mucho, robó unos pergaminos prohibidos y huyó, el rey no dio mucha importancia, al menos no hasta que llegó al final del mundo. Quería que ella lo hiciera…
—¿El final del mundo? —pregunté y él asintió sin mirarme.
—En el final del mundo se encuentra el pasaje al viejo continente y maneras de cruzarlo, solo hay dos entradas. Ella descubrió el tesoro que enviaron a buscar, pero también descubrió descendientes del viejo mundo. Fue allí cuando la reina la envió a matar. Los exploradores que estaban con ella no fueron asesinados por piratas, sino por la guardía real. Noelia, quería que la protegiera, por eso me envió la carta. —Volvió a sacudir la cabeza y apretó los ojos con fuerza, formando puños a cada lado del cuerpo. Lo observé asombrado, era intimidante y aún así lo vi frágil, como un anciano. Tomó una respiración y dejó salir la tensión—. Por eso fui allí. Y todo… demonios, todo se fue a la mierda. Noelia descubrió algo que no debía y la reina la asesinó.
Parpadeé desconcertado, probé mi voz, sonaba extraña, rasposa. Tragué y me incliné hacia adelante.
—Pero la reina está muerta —murmuré con timidez y él asintió con un bufido.
—Si, muerta.
—¿Fuiste tú?
Me miró.
—Te dirán que sí —gruñó y me señaló como si quien lo acusara fuera yo—, dirán que fue venganza, que me vieron allí y que sostenía el arma y aprete el gatillo, pero no. Mierda, quería hacerlo, no hay nadie que odie a esa mujer más que yo, pero no lo hice. Tenía que volver contigo, tu madre me lo ordenó, dijo: “proteje a James”.
—¿James? —pregunté confundido y él me sonrió con tristeza.
—No creíste que tu madre dejaría que te llamen escupitajo, ¿no es así? —Volvió a apoyar la mano sobre su costado y soltó una mueca. Por un momento olvidé que estaba herido y cuando bajé los ojos para ver que tan grave era, él negó y se cubrió con el tapado—. Teníamos que progeterte, esta isla era segura, nos mudamos aquí porque sabíamos que al estar en la ruta marítima nadie te encontraría. Pero ese idiota la traicionó.
Lo miré, apretaba los dientes con fuerza.
—¿Quién?