Los barcos de la marina nos siguieron de cerca por un largo tiempo. No sé cuántos eran ni cómo venían, no los ví, ni siquiera supe de ellos hasta que el barco se sacudió y oí a Baker gritar órdenes y a Jet discutir con Raven sobre algo que no comprendía. No, no los oía realmente. Oía sus balbuceos, el movimiento de sus bocas y el sonido que salía de ellas, pero las palabras eran diferentes desde la pequeña cabina donde me había encerrado.
Me abracé las rodillas con fuerza y enterré la cabeza en el pequeño hueco de mi pecho. El barco se sacudía con fuerza, el corazón me latía furioso, como si quisiera salir disparado de mi cuerpo hacia tierra, a un lugar lejano, seguro. Pero ya no había lugar seguro. El barco se volvió a sacudir y apreté los ojos con fuerza, negando la realidad de que si nos hundíamos, si la madera fallaba, si los cañones acertaban, mi cuerpo se hundiría en el frío océano. La bestia insaciable por fin me devoraría sin piedad y yo no podría hacer nada porque no sabía nadar. No podía mantenerme a flote. Perecería al instante.
El barco volvió a sacudirse y caí sobre mi costado sin soltarme, como si de esa manera me pudiera volver más pequeño y desaparecer, volver a la isla de la que acaba de huir y despertar en mi cama, junto a los libros de mi madre, oyendo la cortina de cuentas y a los piratas llamando por bebidas.
Pero las sacudidas continuaron hasta que mi miedo me venció y caí rendido al sueño, abrazado a mi cuerpo para salvarme de morir, del frío, del sonido que hacía mi corazón y mis dientes al apretarlos con fuerza. Iba a morir, ¿Cómo haría para cruzar el mar?
Sentí un golpe en la espalda, insistente, primero suave y luego brusco.
—¿Tajo? —llamó una voz y abrí los ojos. La cabina no se sacudía y la pequeña ventana del otro lado permitía que la luz del día iluminé los muebles de la pequeña habitación.
No estaba en la taberna, estaba en el mar.
Papá me había ordenado ir a un refugio, ponerme a salvo.
Huí de una base de la marina.
Se me formó un nudo en la garganta.
Estaba en el mar.
Volví a sentir los golpes en la espalda y me volteé a ver la puerta sacudirse para abrir.
—¿Tajo, estás bien? —dijo una voz tranquila y simpática, era Layla.
—Claro que está bien, muchacho abre la puerta —dijo otra voz más rasposa, era Raven.
—Quizás deberíamos darle espacio —dijo Jet con voz dubitativa y la puerta volvió a sacudirse con fuerza—. ¿No entiendes qué significa espacio?
—Entiendo que quiero entrar allí —gruñó Raven empujando con fuerza, pero de repente se detuvo y oí un quejido bajo—. Vuelve a golpearme, marino asqueroso, y arrancaré cada dedo de su mano.
Alguien suspiró.
—Comportate, pirata.
—Pudrete.
—No, tu pudrete…
Oí un golpe duro, fuerte, y luego botas que se alejaban.
—Tajo —llamó Layla esta vez más cerca, tranquila—, ¿puedes dejarme entrar?
No me moví, no podía. Sentía miedo, no pude ayudar, no pude hacer más que ocultarme a llorar. Lo intentó una vez más, movió la puerta y llamó varias veces, pero no respondí, no pude. No merecía su preocupación. ¿Por qué me siguieron hasta allí? Yo era un bueno para nada, tenía miedo, tenía…
Oí un quejido y alcé la cabeza con el rostro caliente. La poca luz que entraba me permitía distinguir que aquella habitación era un pequeño camarote con una cama colgante en medio, un armario con las puertas rotas, lleno de botellas y cosas dentro de canastos y un enorme mapa colgado en la pared con puntos en distintos lados.
Parpadeé asombrado levantándome y me acerqué al mapa. Papá estuvo allí, durmió durante años en esa cama colgante, tocó el mapa cientos de veces. ¿Qué significaban los puntos? Toque el papel con la punta de los dedos, ¿eran lugares que había recorrido? ¿Allí estuvo con mamá? Pasé los dedos por encima y me detuve al sentir algo extraño bajo la esquina derecha. Intenté levantar el papel con cuidado pero una pequeña rasgadura se abrió y reveló un hueco en la madera.
Metí la mano y lo volví a oír. Un quejido.
Me volteé asombrado hacia la cama, el corazón me latía con fuerza.
—¿Quién eres? —preguntó una voz baja y temblorosa. La cama se movió y miré hacia allí. Un bulto de mantas y tierra oscura me observaba, tenía una espada o un palo, pero no parecía en condiciones de usarlo.
Me acerqué para observar mejor. No era un palo, era su brazo tan delgado que no tenía carne ni músculo. Había algo en sus ojos y su cabeza, parecía un cadáver. Lo era. No se movía, no respiraba, ni siquiera parpadeaba. No, estaba viva, hablaba.
—¿Quién eres? —repitió con apenas un susurro y vi sus labios tornarse oscuros por la sangre de la piel seca y quebrada. No respondí, no podía hablar por la impresión. Su rostro se arrugó y la voz se le quebró—. ¿Vas a hacerme daño?
Negué pero eso no detuvo su llanto y de repente su cuerpo comenzó a temblar.
—¿Por qué me secuestraron? Yo no hice nada malo, yo…
Se detuvo. Sus ojos se cerraron y la cabeza le cayó hacia adelante. Había muerto. No, seguía viva, la fina manta que la envolvía aún se movía. Aunque no era una manta, era su piel pegada a sus huesos.
Se movía, estaba viva.
Busqué la bolsa con los libros de madre y revisé el contenido. Estaban los libros, la pluma, el cartel de recompensa de Baker, el mío, había ron, whisky, vino y un cuaderno que no había visto nunca.
Lo deje a un lado y camine hacia el pequeño armario de botellas. Olí el contenido de todas para identificar que tenían, algunas alcohol, otras algo que no conocía y por último agua.
La tomé, había poco más de la mitad y sabía que era necesaria por los diarios de mi madre, ella siempre decía que tener agua aclaraba mejor que cualquier tipo de licor. Pero volví a mirar la cama. Esa persona se movía, respiraba. No sabía quién era pero estaba viva.