El tesoro al final del mundo

Capitulo 30

Abrí los ojos con el corazón acelerado y un nudo en la garganta, me volteé sobre la madera del suelo y miré el techo. Estaba en un barco, en medio del mar, perdido. No podía dormir. El agua del otro lado nos sacudía con suavidad y constancia, como si quisiera tragarnos sin que lo sepamos. Nos tendía una trampa en la que íbamos a caer por bajar la guardia, por descansar pensando que el peligro se había quedado en tierra.

El estómago se me revolvía por pensar en ello.

Debería haberme quedado en la isla y pelear contra la marina por la taberna, por mi hogar. Papá podía con los almirantes, Vesper lo dijo, él los estaba deteniendo y quizás con mi ayuda podríamos derrotarlos. Luego iríamos a la taberna y el día comenzaría de nuevo.

Pero era tarde. 

La noche había caído después del día más largo que tuve nunca y no podía hacer otra cosa que quedarme en esa tonta habitación. Baker se sentó junto a mí cuanto pudo, mirándome en silencio, atendiendo a la joven que despertaba por agua y algo de comida. Pero cuando el sol comenzó a ocultarse se levantó, me dijo que volvería por la mañana, y salió.

No había mencionado el beso y eso me dejaba en claro que fue un error.

Apoyé las manos en mi vientre y tomé una respiración profunda.

Lo sabía, era pésimo bebiendo…

Si tuviera una vela o cerillas podría continuar con las traducciones. Había pasado todo el día mirando los símbolos y descifrando qué decían. Traducían el libro en un pequeño manuscrito fácil de comprender.

“El viejo mundo era un continente lleno de cultura y riquezas, el más antiguo que haya existido nunca. Su entrada se encontraba en el final del mundo y su salida en el comienzo mismo, allí donde nacía cada día...”

Lo había leído antes en los diarios de mi madre. Eric siempre decía que era un tipo de alegoría, una manera de decir algo con tonterías para que los otros piensen que es magia o fantasía. Yo no lo entendía, pero él tampoco quiso explicarlo.

No me importaba, podía recitarlo de memoría.

Me volteé y miré la cama donde la joven dormía. Apenas había hablado cuando volvimos a darle agua y pan. Nos miraba con odio, estaba enojada y a veces apretaba tanto los dientes parecían a punto de estallar, giraba la cabeza y seguía durmiendo. No comprendía por qué Layla quiso ayudarla y no a las otras.

Cerré los ojos y volví a fingir que estaba en la taberna, mirando la pared cubierta de carteles de recompensa, todavía con la adrenalina de una buena noche de fiesta. Iría con los proveedores en unas horas, les diría que me den botellas para los tontos y volvería a atender la taberna.

Sentí el piso moverse, el agua golpeando contra la andana baja.

Era mi imaginación.

Estaba en la taberna.

Apreté los ojos con fuerza y pensé en el sonido que hacía la cortina de cuentas hasta quedarme dormido.

. . .

Oí varios golpes en la puerta y alcé la cabeza del libro negro esperando a Baker.

—¿Tajo, puedo entrar? —preguntó Layla del otro lado y tragué saliva mirando a la joven observar la puerta con recelo. Seguía sin hablar, pero confiaba tanto como para no gruñir o suplicar que no la dañe.

—¿Quién es? —preguntó por lo bajo y yo sacudí la cabeza.

—Una amiga.

—¿Tajo? —insistió Layla y empujó la puerta dejando entrar un rayo de sol que nos hizo bufar y bajar la cabeza. La oí acercarse y apreté los ojos—. No te haría daño algo de luz, pareces un loco encerrado aquí tú solo… ¿Qué es ese olor? Oh dios, eres peor que mis tíos, aquí huele asqueroso.

La miré con dificultad, estaba frente a mí.

—Pues vete si huele asqueroso.

—Oh no, no harás eso porque hace dos días que camino por todo el maldito barco buscando la manera de verte. Y tú ni siquiera sales de aquí.

Mis ojos aún no se acostumbraban a tanta luz.

No podía mirarla.

No, no quería mirarla, sentía vergüenza…

—Layla, vete —dije, recordando cómo gritó a sus tíos que iría al mar conmigo con una sonrisa brillante y valiente. 

Y yo no podía salir de esa habitación por miedo.

—No —dijo ella y apreté el libro con fuerza.

—Vete.

—No.

Parpadeé hasta que logré acostumbrarme y tomé una respiración.

—¿Puedes dejarme en paz? —dije y esta vez me giré a ver su rostro. Estaba cansada, había ojeras bajo sus ojos enrojecidos y tenía las mejillas hinchadas. Había estado llorando. Los ojos le brillaban. Dejé el libro a un lado y me levanté con el corazón apretado—. ¿Qué sucedió?

—¿Qué sucedió? —Espetó molesta y con la voz quebrada, avanzando hasta mí para golpearme. Retrocedí mirando las lágrimas caer por sus mejillas—. ¡¿Qué sucedió? Maldita sea, Tajo. ¡No quieres salir del camarote, eso sucedió! Tengo miedo, pasé la maldita noche durmiendo en una bodega sucia, pensando en mis tíos peleando en la isla y lo único que quería era verte y fingir que estábamos en la taberna, ¡pero tú eres un pedazo de mierda…! —Me dio un golpe en el hombro, otro en el pecho, otro en el rostro y la detuve cuando toque la pared con la espalda. 

Estaba enojada, furiosa, conocía esa mirada y la fuerza de sus golpes, no quería dañarme. Quería gritarme, quería golpearme, pero no por odio.

Tomé su brazo, la atraje hacia mí y abracé su pequeño cuerpo con fuerza.

Me golpeó con menos fuerza, sollozaba y tenía los ojos apretados mientras soltaba gruñidos bajos y maldiciones que llevaban mi nombres, pero al cabo de un momento se detuvo para envolverme la cintura con los brazos y enterró el rostro en mi pecho.

—Tajo —dijo—, eres un maldito idiota.

Me reí y apoyé el mentón sobre su cabeza. No sabía en qué momento había pasado, yo era más alto y más grande, podía envolverla con facilidad y eso me hacía verla como un joven frágil. Temblaba, o yo temblaba no lo sabía. Ambos podríamos estar temblando y un nudo se apretaba en mi garganta sin dejarme respirar.



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En el texto hay: boylove, piratas y tesoros, friends to lovers

Editado: 20.11.2024

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