—¿Es decir que, sabiendo que tu gente se estaba muriendo, tú decidiste seguir a un extraño a otro continente por una promesa sin fundamento? —preguntó Raven mirando a la joven con la mano en el mentón y la ceja alzada. Me asombraba que pudiera usar tantas palabras juntas y con una coherencia casi adulta, no había bebido en dos días y tenía los ojos hundidos y oscuros, parecía menos idiota.
Creí que Jet a su lado le diría algo sobre el tono grosero que usaba, algo que a Eric siempre me reprocho, pero el marino también miró a la joven con los labios apretados, esperando una respuesta.
Ella miró a Layla con miedo.
—No se comporten como idiotas con ella —bufó mi amiga señalandolos con el dedo.
Raven alzó ambas manos.
—Solo digo, no es un gesto preocupado que ella se vaya cuando la necesitan, es sospechoso.
Jet asintió.
—El pirata tiene razón.
Raven se volteó hacia él con los ojos brillantes, divertido.
—Oye no te sientas tímido, tú también eres un pirata, puedes usar el título. Anda, di, soy un pirata.
Jet lo miró irritado.
—Vete a la mierda.
Raven río olvidando lo importante, la joven.
Tomé una respiración profunda ignorando que Layla buscaba algún tipo de apoyo y baje la mirada hacia el libro negro y la pluma.
No había encontrado nada, ni coordenadas, ni líneas, ni algún tipo de señal o carta náutica dónde pudiera estar el refugio. La chica me había mirado todo ese tiempo en silencio, suplicante.
Negue de nuevo, no podía y dejé todo a un lado.
Luego de que Layla llamará a Raven y a Jet me había enfrentado a un reproche y algunos golpes seguidos de insultos. Ninguno preguntó por qué no salía de la habitación, ni mi razón de hacerlos entrar en ese pequeño camarote para no salir. Se los agradecí en silencio. Pero luego fue Layla quien les explicó lo qué sucedía, avalada por asentimientos cortos de la joven y algunos comentarios que no aportaban realmente a lo que nos había dicho.
Baker se había mantenido a un margen, apoyando en la puerta abierta con los brazos sobre el pecho. No hablaba.
Me inquietaba, sentía que en silencio se desilusionaba.
Era el momento, ya ninguno podría negar que era un cobarde.
Tomé una respiración profunda y me levanté ignorando la discusión sobre piratas y marinos para acercarme a él.
—¿Tú qué piensas? —pregunté. No me miró, parecía molesto.
—No lo sé —respondió—, pero de todas formas no importa porque ella se quedará en la próxima isla, ¿no es así?
Apreté los labios con una sensación extraña en el pecho.
Creí que se iría, pero no lo hizo, solamente se volteó con los brazos sobre el pecho y el cuerpo a medio salir, mirando a la joven con el ceño fruncido y entrecerrando los ojos cada cierto tiempo.
Era muy parecido a su padre, como una versión joven y sin la cicatriz que cruzaba su rostro. Pero tenía el mismo brillo de advertencia en la mirada, la misma manera de apretar los labios y entrecerrar los ojos. Solo que había algo tierno en su rostro, suavidad y algo de simpatía. Un rubor que llegaba a sus labios hasta tornarlos rosados.
—¿Te decepciono? —pregunté de repente, observando la tensión de sus hombros. Me miró frunciendo las cejas.
—¿Qué?
—¿Yo te decepciono? —La arruga entre sus cejas se volvió profunda y negó—. No es verdad.
—Si lo es.
—No, te decepciono, admítelo. Cada vez que hablas del mar y de aventuras te decepciono porque no puedo hacer lo mismo que tú…
Tragó saliva y apartó la mirada hacia afuera del camarote con los labios apretados.
—Si puedes.
Negué molesto.
—No puedo y eso te hace sentir decepcionado, admitelo ya Baker. Fue un error venir conmigo aquí.
—No puedes decirme qué siento —bufó y se enderezó sin mirarme, volteandose y desapareciendo del otro lado.
Di un paso hacia el camino y me detuve. Del otro lado estaba oscuro, no se veía nada más allá del camarote y se podía oír las olas golpeando los laterales del barco con fuerza.
Es cierto, el suelo se sacudía. No lo había notado.
Di otro paso y me incliné hacia afuera sujetándome de los costados de la puerta. La oscuridad era aterradora, absorbente. Podía oler la sal del agua y sentía el frío que brotaba de cada oleada.
Dentro del camarote estaba cálido hasta ese momento, pero fuera el cuerpo me temblaba sin control.
Tomé una respiración profunda y di otro paso sin importar que los dientes me castañeaban, miré a los lados en busca de Baker, debía estar por allí, no podía irse lejos. Logré vislumbrar una luz extraña que bañó la cubierta del barco de naranja. Pum pum. Sentí calor alrededor, una tensión extraña en el estómago. Pum pum.
Era fuego, algo se quemaba.
Pum pum.
El barco se hundiría.
Pum pum.
Yo no sabía nadar.
Pum pum.
Íbamos a morir. Pum pum. Yo iba a morir. Pum pum. Pum…
—¿Tajo? —Me volteé hacia Layla. Me sujetaba del brazo y me miraba confundida—. ¿Qué sucede?
Pum pum.
Negué y di un paso más fuera.
—Hay fuego —dije. Me detuve, la oscuridad me encerraba por ambos lados.
Pum pum. Pum pum.
—¿Dónde? —preguntó ella y señalé hacia la cubierta. Pum pum. Ella pasó por mi lado y salió, pero se detuvo a mitad y negó—. Aquí no hay nada… Demonios, hace frío.
Tragué y miré de nuevo hacia el mar, lo había visto brillando en las olas. Fuego, luz…
Pero ya no estaba allí.
La tensión disminuyó y miré como Layla se abrazaba para contener el calor.
Una oleada de frío me golpeó en el rostro.
Lo había imaginado, no había nada.
Me estremecí.
—Ven dentro —solté cuando la oscuridad comenzó a barrer la cubierta y a golpear el casco con fuerza para voltearlo. Íbamos a morir. No, dentro de la habitación no moriríamos. Una ráfaga de viento me hizo sujetarme de la puerta y apretar los ojos. Dolía respirar, eran cientos de agujas clavándose en mi piel.