La anciana del otro lado de la puerta nos miró con una ceja alzada y los labios apretados antes de abrir la boca para hablar. Tenía los ojos saltones y pintados con finas líneas oscuras, el cabello rubio y canoso con algunas trenzas pequeñas. Al mirarla de nuevo no me pareció una anciana, sino una mujer muy adulta, con muchos collares y anillos brillantes que daban la sensación de poder ropa nueva, igual de ostentosa.
—¿Sí? —preguntó al cabo de un momento y Baker dio un paso hacia ella con Sienna a sus espaldas, pálida y dormida sobre su hombro.
—Necesitamos ayuda —dijo y la mujer lo miró aburrida.
—¿Y?
—¿Usted es médica?
—¿Quién les dijo?
Layla dio un paso al frente con los ojos enrojecidos y cansados.
—El hombre de la taberna —dijo y la anciana la miró curiosa.
—¿Quién eres?
Mi amiga vaciló.
—Layla…
—¿Puede ayudarnos?—interrumpí dando un paso al frente y la mujer me miró.
Y me miró.
Y no dejó de mirarme.
El brillo en su mirada aumentó y sus ojos se abrieron un poco, apenas perceptible. En sus labios se formó una línea fina de amargura que hizo desaparecer el rojo de su maquillaje y sus hombros se tensaron cuando las cejas se le fruncieron.
No me moví, conocía a muchas personas que me miraban así, cómo si fuera un insecto, algo que podrían aplastar. Cientos de piratas llegaban a la taberna pensando en eso, cientos me habían herido por ponerlo en práctica, y yo aprendí a ignorarlos.
No era mejor que yo, solo era una anciana solitaria.
Dio paso atrás, creí que nos mandaría a volar por la manera en que sujetaba la puerta, con la intención de dar un portazo, pero de repente dijo:
—Si, claro. Pasen. —Baker y Sienna fueron los primeros en entrar y Layla fue detrás. Él parecía desconfiado, tenía la mirada puesta en ella y en todo a su alrededor, pero la chica apenas se movió cuando la anciana se colocó a su lado y apoyó la mano sobre su cabeza—. Acuestala sobre la mesa. Si, eso… Bien, traeré algo. No roben nada.
—Claro —dijo Layla y yo di un paso dentro con el corazón acelerado. Tenía una sensación extraña en el estómago, algo no andaba bien.
Oí a la anciana ir y venir alrededor. Baker había recostado a Sienna sobre una vieja mesa de madera con un florero horrible en medio y la chica hacía un esfuerzo por respirar mientras nos observaba aterrada.
Se veía mejor que hace dos días, había comido algo de pan y agua. Tenía el cabello enmarañado por pasar la noche durmiendo en el suelo sujeta a Layla y a mí y la camisa que insistimos que se pusiera le quedaba algo grande. Como los pantalones.
Pero estaba mejor, podía permanecer despierta.
Podría pedir ayuda para ir al viejo continente.
La anciana apareció por una puerta junto a los pies de la mesa con una bolsa de tela, un cuenco extraño y algunas plantas en un puñado. No nos miró, se colocó junto a la cabeza de Sienna inclinando la cabeza hacia su pecho y murmuró algo mientras colocaba cosas en el cuenco para aplastarlas.
La seguí. Era extraña, fascinante y a la vez escalofriante.
—¿Sabe qué le sucede? —pregunté cuando terminó de aplastar las plantas. Mezcló algo más y lo inclinó sobre los labios de la chica moribunda. Tomó una respiración, se apartó y me miró con los ojos oscuros, opacos.
Algo cambió alrededor, el aroma se volvió ácido y el rechinar de la madera bajo nuestros pies se detuvo.
Reconocía el sonido, aquella sensación electrizante en la piel…
—Claro que sé, Tajo Bowman —dijo y se lanzó sobre mí con un cuchillo apuntando a mi cuello. Di un paso a un lado antes de que logre llegar a mí y el filo traspasó la madera de la pared. La oí gritar frustrada, intentando sacar el cuchillo con fuerza y luego, al no lograrlo, se volteó para golpearme.
Pero volví a apartarme tomando el arma de mi cintura y esta vez Baker la sujetó de la muñeca.
—Maldigo a tu padre. —Me escupió la anciana con odio—. Malditos Bowman. Arruinaron mi vida, a mi hijo. ¡Mi familia! Suéltame, lo mataré, ¡quiero que pagué!
—Basta —dijo Baker sujetando a la mujer hacia arriba, pero la mujer lo ignoró y me escupió desde lejos, manchando el suelo con saliva oscura.
—Tu padre es un desgraciado.
El arma peso en mi mano y por un momento pensé en dispararle, sacar de sus ojos la amargura y el odio que reflejaba en mí.
Pero no lo hice, no podía.
—Tajo —llamó Layla y la miré, se había sentado en la mesa junto a los pies de Sienna con la mano en la cabeza. Arrugó la nariz—. No me siento bien.
—¿Qué sucede?
—Estoy un poco mareada —murmuró y todo su cuerpo se inclinó hacia un lado.
Silencio.
Me acerqué para tomarla de los hombros, toqué sus brazos, su cuello y por último la sostuve de rostro. Sus ojos se cerraron. Estaba caliente y pálida.
Miré a la mujer que luchaba por liberarse de Baker.
—¿Qué le sucede?
—Está enferma —gruñó.
—¿Puedes curarla?
—¿Puedes morirte?
—Oye —gruñó Baker y apretó las manos sobre su muñeca. La mujer lo enfrentó con los dientes apretados, golpeando con las piernas y moviendo los hombros, pero él no cedió.
—Suéltame —dijo ella entre dientes y se acercó.
—Cúrala.
Ella apretó los dientes y arrugó la nariz sin dejar de mirarlo furiosa, amenazante. Baker tenía la misma estatura pero sus hombros eran más grandes y sus ojos tenían una oscuridad extraña que no había visto hasta ese momento. Ella le dijo algo por lo bajo, no logré oírla, y los oscuros ojos de Baker se tornaron negros.
¿Negros?
—Maldito —bufó ella apartando la mirada y él se alejó—. Necesito mis manos para curarla.
—Si haces algo…
Ambos se apartaron y Baker quedó a mi lado mientras ella se ponía en marcha buscando cosas detrás de la puerta. Oí papeles, vidrio, algo que se golpeaba y algo que se rompía, pero apenas le puse atención. No podía dejar de mirar los ojos de Baker.