La mujer me miró furiosa y apartó la mirada con un gesto rotundo. Se había negado a curar a Sienna cuando comprendió que no le permitiremos huir y que el barco se alejaba cada vez más del que era su hogar. Quería matarme, repetía una y otra vez que mi padre había arruinado su vida y Jet tuvo que atarla. Pero fue en vano. Su insistencia era algo que ya no lograba tolerar, Sienna necesitaba ayuda… y al parecer Baker también.
—¿Puedes curarlo? —pregunté mirándolo pálido e inconsciente, con una herida de cuchillo en el brazo y otra en el costado. Alrededor de las heridas había sangre, demasiada sangre. Layla fue quien dio aviso y Raven lo arrastró al camarote, pero cuando vieron a la mujer atada dudaron. Los ignoré—. Por favor. —La sangre seguía saliendo, estaba demasiado pálido y su cabello rojo era cada vez más brillante, más rojo. Comenzaba a faltarme el aire—. Ayúdelo, por favor. Haré lo quiera…
Sus ojos se abrieron con una sonrisa.
—¿Te moriras?
Layla soltó un gruñido y tomó un cuchillo de la cintura de Jet.
—Si lo ayuda, si —dije cada vez más alterado.
—Tajo… —comenzó Jet y lo ignoré cuando la anciana alzó una ceja.
—¿Cómo sé que cumpliras?
—Iré contigo…
Layla se colocó a su lado y le clavó el cuchillo en el brazo, enterrando el filo y arrancándolo con salvajismo. La anciana se apartó con un alarido, había palidecido y tenía los ojos abiertos de par en par, como yo, como Jet y como Raven que también reía con una manzana en la boca.
La rodeó para arrodillarse frente a la anciana, parecía molesta, iracunda y además tenía un cuchillo que apuntó al cuello de la mujer cuando esta se quiso apartar.
—Escucha, necesitas curarte la herida porque es bastante profunda y te recomiendo hacerlo rápido o perderás demasiada sangre —dijo girando la punta del filo. La anciana la miró con horror, pero Layla no vaciló—. Cuando lo hagas, ayuda también a mi amigo o volveremos a intentarlo, ¿comprendes?
—Eres una salvaje —dijo la mujer sin retroceder, pálida.
—Haz tu trabajo y te enviaremos de vuelta al asqueroso agujero de donde saliste…
La anciana no apartó la mirada de la Layla y yo intenté pensar en lo que sucedía. Si ella no cedía, Baker estaba herido y la única manera de curarlo era si moría. Lo haría, volvería a la isla para ser torturado si él volvía a estar bien, si sus ojos se abrían y volvían a brillar y recuperaba también el color de su rostro.
Maldita sea, quería…
—Bien —bufó la anciana apartando la mirada hacia Jet y alzando los hombros—. No puedo hacer nada con las manos atadas.
Él me lanzó una mirada, otra a Layla y, cuando ambos asentimos, la soltó.
Derramó sangre sobre el suelo de madera y las cuerdas, gimoteaba de dolor y se arrastraba hacia la bolsa con sus cosas, pero Layla la detuvo pisando su mano.
—Cura a Baker.
—Primero debo curarme a mí —gruñó la anciana.
—No, primero lo harás con él —bufó Layla inclinando la cabeza hacia nosotros—. Luego, si te queda energía y sangre en el cuerpo, te curarás a tí. —Apartó el pie—. Apresúrate, odiaría tener que tirar tu asqueroso cuerpo al mar.
Silencio.
El corazón me latía con fuerza y no podía apartar la idea de que esa mujer sí era la sobrina de Vesper, un pirata salvaje y sin piedad. Ya no la niña que apareció en la taberna por un beso y un amigo, ni la que lloró luego de besarme.
No sabía quién era, me inquietaba. Pero lo logró, la anciana tomó sus cosas y se arrastró hacia nosotros.
. . .
La llama en la vela vaciló, quedaba poca cera y la noche nos había caído encima. Hacía frío, el clima en el mar había cambiado y aunque el agua estaba calma y el barco casi no se movía aún se oían las olas afuera.
Ninguno quisó alejarse del camarote mientras la anciana trabajaba. Yo no me aparté de Baker por la idea de que muera. Layla no se apartó porqué temía que ella se abalance sobre mí y me atravesase el cuello. Jet se dedicaba a revisar a Sienna cada momento, dándole agua y medicina que la anciana le había proporcionado, y Raven… él salió por otra manzana, algo más de comida, agua, alcohol y volvió por el frío.
Estaban todos apiñados en diferentes esquinas de la habitación para conservar el calor al dormir. Menos yo.
Los ojos me pesaban, la cabeza me daba vueltas y apenas podía mantener el cuerpo erguido, pero no podía dejar de mirar el libro negro y el pecho de Baker. Estaba vivo, lo veía moverse. Subir, bajar. Lento y constante.
Estaba vivo.
—¿Tajo? —Alcé la cabeza y miré a Layla alzar la cabeza con los ojos entreabiertos—. ¿Qué haces?
—Leo —mentí. No lograba concentrarme en las hojas, en la letra, en nada que no sea el miedo que tuve por Baker, por el barco, por ella. Fue un error permitir que subieran al barco conmigo.
—Deberías dormir —dijo y se levantó para sentarse a mi lado.
—Si, en un rato quizás…
Tomó el libro con la pluma en medio y lo cerró para colocarlo a un lado.
—Duerme.
Negué.
—No puedo, Baker…
—Él está bien —dijo y ambos lo miramos. Había recuperado el color y las heridas estaban cerradas y vendadas. La anciana cumplió, le dio algo de beber, me escupió como si fuera un estorbo, y luego curó a Layla con otra medicina. Ninguno sabía qué era, no confiamos en ella, pero igual lo bebió.
—Layla…
La anciana estaba allí, podría herirnos.
La miré, se había dormido con el mentón sobre el pecho y la mano sobre su herida curada.
Layla apoyó la cabeza en mi hombro y suspiró.
—Tajo, duerme.
. . .
—Tajo. —Me revolví cansado—. Tajo. —Oía alguien a lo lejos, me llamaba pero maldición, quería dormir por el cansancio—. Tajo. —Me volteé hacia la voz molesto, pensando que era alguno de los tontos despertandome para entrenar, y abrí los ojos—. Hola.