El tesoro al final del mundo

Capítulo 36

El barco se sacudió y oí varios gritos desconocidos. Colgué la bolsa en mi hombro y esperé con ansiedad, sintiendo como las tablas bajo mis pies se movían como si quisieran lanzarme del otro lado de la habitación.

Cerré los ojos, tomé una respiración, dos y luego oí los golpes.

—Ya desembarcamos, niño —gritó Raven—. Sal.

Tomé otras respiración profunda y salí. Los días dentro de la habitación parecían largos, parecían a veces años enteros en los que no sabía dónde estaba, si era de día o de noche. Podrían haber pasado vidas completas y yo no me hubiera percatado de ello más que por que mis compañeros entraban y salían.

Era triste, me hacía sentir un bueno para nada. Pero cada vez que lo intentaba, ponía un pie fuera, en cubierta, y luego el mar se lanzaba sobre mí. Me devoraba con su inmensidad. No podía respirar.

—¿Estás listo? —preguntó Layla colocándose a mi lado con una bolsa de tela bajo el brazo.

El agua salada salpicaba la cubierta por las olas salvajes que rompían en el casco. El clima cambió en las últimas horas, el viento aumentó y las nubes de tormenta se cerraron encima nuestro. Tuvimos que acercarnos a la isla más cercana por resguardo, el barco no resistiría una tormenta.

El corazón me latía con fuerza. Tenía frío. Miedo.

Era un bueno para nada.

—Tajo, vamos —llamó Jet y lo miré un momento antes de asentir.

—¿Crees que podemos quedarnos en un lugar con habitaciones individuales? —preguntó Layla cuando desembarcamos en el muelle. Cientos de navegantes se apresuraban a asegurar sus barcos con sogas, gritos y muchos insultos. Si cerraba los ojos podía volver a mi isla, mi taberna. Podría sentirme como en casa… de no ser por el aroma dulce.

—No gastaremos más de lo necesario —dijo Jet molesto y ella bufó.

—Es necesario que tenga una habitación para mí, de ser posible con un baño y buen aroma, estoy harta de oler sus gases por la noche.

—No es una visita de lujo… —dijo Jet y al instante Raven lo detuvo con una carcajada.

—Claro que sí, cada uno tendrá su lugar. —Se adelantó con una bolsa en las manos y rió hacia nosotros—. No seas estirado, Marino, solo se vive una vez. Niña, ven, conozco un lugar que tiene buenas habitaciones.

Layla se adelantó entusiasmada y lo siguió de cerca.

—¡Maldito pirata, ese dinero es mío!

Me reí. Ya estaba mejor, más relajado. Habíamos llegado a la calle de adoquines con dos estatuas a cada lado del camino de dos hermosas mujeres con velos, bailando. El arco de entrada tenía un cartel con el nombre de la isla escrito con líneas descuidadas, inentendible, y varios guardias nos miraron al pasar, pero no nos detuvieron. No eran de la Marina. No tenían los mismos uniformes…

—Son guardias del gobernador de la isla —dijo Baker caminando a mi lado con pasos extraños, ligeros. Sonreía.

—¿Cómo lo sabes? —pregunté mirando a los hombres callados, serios y con armas en las cintura.

—No nos atacaron —señaló encogiendo los hombros. Rodé los ojos—. Además, llevan uniformes similares y entre ellos intercambian miradas cada cierto tiempo.

Asentí.

—No son como la Marina.

Negó.

—La Marina solo responde al rey, son la élite de la seguridad, pero cada isla tiene derecho a tener su propio gobernador y su seguridad para mantener el orden.

Pasamos por su lado y nos detuvimos detrás del gentío. Habíamos llegado a la calle principal, o al menos eso parecía. Había enormes faroles de colores a cada lado, negocios altos con luces llamativas, personas gritando, riendo hacia las mujeres que saludaban desde los pisos superiores de los negocios más llamativos.

Era extraño, nunca había visto tantas personas, no al menos sonriendo sin alcohol de por medio, y cuando uno se acercó retrocedí.

Me ignoró.

—Tranquilo —dijo Baker—, nadie nos hará daño aquí.

—¿Cómo lo sabes?

Rio.

—Ya verás, esta isla no es como las otras.

. . .

Miré el pedazo de tela en el suelo más confundido que otras veces, más confundido aún con la idea de subir a un barco y adentrarme en el mar. Es decir, ¿habíamos pagado por pasar una noche recostados sobre el suelo? No sabía quien fue el idiota que pensó en eso, pero golpearía a Raven si desperdició el dinero de esa manera.

Tomé una respiración profunda y dejé de pensar en ello, al menos ya no estábamos en el mar. La tensión se iba de mi cuerpo por la idea. No había peligro allí, ni monstruos, ni oscuridad, ni silencio, solo la tierra firme y protectora.

Me acerqué a la ventana lanzando la bolsa con los libros al suelo y miré la calle. Cientos de personas caminaban golpeándose unos contra otros por intentar avanzar, mirar, saludar a algunas de las mujeres que también sonreían y agitaban las manos con encanto.

Era un lugar extraño.

Oí dos golpes a mis espaldas y me volteé hacia la puerta deslizándose. Del otro lado había un enorme pasillo con varías puertas más, paneles de madera y papel que actuaban como límite de privacidad. Aunque era mejor que la corona de cuentas.

—Lamento la interrupción —dijo una voz tranquila y al instante vi a una niña pequeña en la puerta, cabizbaja y con una pila de ropa en los brazos—. Vengo a entregar las mantas…

Solté una mueca y me adelanté a tomarlas.

—Gracias, yo…

—Puede usarla cuanto quiera, están limpias y… ¿Necesita ayuda? —preguntó al verme dudar y no respondí. Aún no me acostumbraba a ver sus ojos pequeños, rasgados. 

Las mujeres eran extrañas, delgadas, pálidas, con extrañas pinturas en el rostro y labios rojos, redondos. Llevaban vestidos extraños, largos hasta los tobillos, con mangas anchas, enormes. Me pregunté cómo no tropezaban, como comían o de qué manera hacían cosas como correr. Pero luego la niña habló.



#1550 en Otros
#89 en Aventura
#1012 en Fantasía

En el texto hay: boylove, piratas y tesoros, friends to lovers

Editado: 20.11.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.