—¡Niño, es hora! —Di un saltó al oír el grito del viejo y los golpes en los barrotes. Caí rendido solo un momento, pasé toda la noche comprobando que Jet respirara, que frío no lo matara, y cuando el estómago comenzó a hacerme ruido fue que los ojos me pesaron. La puerta de mi celda se abrió lentamente y el hombre anciano se acercó lanzándome una bolsa de tela al regazo—. ¡Vamos, prepárate, vendré por ti enseguida!
—¿Vendrá por ti? —preguntó Jet sentándose con dificultad.
—El príncipe pidió mi presencia —musité sacando camisas limpias y una botella de ron de la bolsa.
—¿Qué príncipe?
—No lo sé— dije y encogí los hombros. Le quité el corcho a la botella y bebí hasta que el líquido me quemó la garganta. Sabía beber, estaba seguro de que no podría ponerme ebrio con un poco de alcohol, pero lo necesitaba, quería perder la consciencia. Además, el cansancio y el frío pasaría si bebía algo. Se lo tendí a Jet, quien me miraba como si fuerza idiota—. El viejo me dijo que un príncipe lo envió a buscarme porque soy el hijo de Noelia…
Me arrebató la botella molesto.
—Oh, eso resuelve todo, no nos mataran por lo que hizo tu padre o por lo que hiciste tú, nos mataran por la traición de tu madre. —Bebió varios tragos soltando muecas por el dolor que provocaba moverse y derramó algo de líquido cuando volvió a bufar—. Es mucho más tranquilizante. Mierda. Me tendió la botella de nuevo y miró hacia la puerta, el viejo hablaba con Moris por lo bajo—. Debemos huir.
—No —dije y bebí.
—¿No?
Sacudí la cabeza.
—Ese viejo hundió el barco, casi me mata y a tí también, quiero buscar a Raven y solo él sabe qué le sucedió. No podremos huir. Además, dijo que me rompería los brazos y las piernas si lo intentaba.
—¿Y le crees?
Encogí los hombros.
—Ví cómo los intimidaba a ti y a Raven, claro que le creo.
Me arrebató la botella, molesto.
—No me intimidó.
—No, claro —bufé y me levanté para cambiarme la camisa. Luego lo ayudé a él a cambiarse y estar presentable, intenté limpiar la sangre de su rostro con el ron para que también ayude con sus heridas y lo ayudé a sostenerse en pie con su brazo sobre mis hombros. Estaba herido, pálido y sudaba por el esfuerzo, pero dejarlo en el barco lo pondría en peligro y se lo repetí una y otra vez mientras lo oía quejarse.
Nos arrastramos hacia la salida donde el anciano nos esperaba vestido con un saco limpio, nuevo y con medallas brillantes, y cuando pisamos el pasillo nos sonrió.
—¿Recuerdas cuál es nuestro trato? —preguntó y asentí—. Compórtate. —Apretó los labios y miró a Jet con asco—. Y tú, abre la boca y te quitaré los dientes que aún te quedan. Te lo advierto. Moris, vamos a salir, peinate.
—Si, señor —dijo el carcelero sonriendo.
—Bien, pongamos en marcha.
Lo seguimos hacia la superficie. El barco era grande, tenía cientos de escalones y otros cientos de personas que iban y venían con trajes que parecían elegantes a pesar de estar sucios, viejos y rotos. Había cosas elegantes decorando los pasillos superiores, alfombras, faroles, había habitaciones que en cada puerta tenían carteles con nombres o números, tenían empapelados en ambos lados del pasillo y, aunque estaban gastados por el tiempo, se veía como algo que tendría alguien de buena posición.
Era extraño ver a un pirata con esas cosas. Ni siquiera cuando entré al barco de Tiberius Lain vi algo como aquello y la tensión en el rostro de Jet me confirmó que no era común. Ambos desconfiamos del viejo.
Afuera, el viento azotaba las velas con tanta fuerza que oíamos a los tripulantes gritar por sujetarlas. El cielo estaba oscuro y parecía que en cualquier momento rompería la peor tormenta jamás vista. El agua de mar se sacudía e inclinaba el barco de un lado al otro, las gotas saltaban por los aires y salpicaba la cubierta y mis pies con cada golpe que daban contra el casco.
Pero el frío era lo peor. Demonios, no podía dejar de temblar por los dedos helados que parecían subirme por la espalda cada vez que el agua salada me empapaba las piernas.
—Por aquí —dijo el anciano con las manos en la espalda, caminando hacia el lateral del barco. Lo seguiremos hasta las escaleras y luego al muelle de madera con columnas llenas de algas—. Siganme, iremos en carruaje.
Caminamos a lo largo de la planta y al llegar al final dos hombres vestido con pantalones azules ajustados, medias largas y sacos rojos inclinaron la cabeza en dirección al viejo. Esté respondió y con un chasquido un enorme carruaje apareció frente a nosotros.
Parpadeé asombrado, sin poder ocultar que no había visto algo así. Es decir, había leído sobre ellos en los libros, vi imágenes de sus ruedas y los animales que tiraban de ellos, pero tenerlo cerca era otra sensación. Eran como humanos, con pelaje corto y oscuro, parados en sus cuatro patas y con un rostro extraño. Peculiar. Alargado. Húmedo. Tenían ojos pequeños y brillantes y los dientes grandes y amarillos. ¿Qué era eso que tenían dentro de la boca? Parecía una correa pero no recordaba que los libros tengan eso. Lo seguí con la mirada y descubrí sogas unidas a su cuerpo y al carruaje.
—¿Qué sucede? —preguntó el anciano al ver que no me movía y cuando giró la cabeza asintió acercándose a los animales con las manos alzadas—. ¿Nunca habías visto un caballo?
Contuve la respiración. Quería decir que sí, pero no lograba ocultar las sensaciones cálidas que tenía por ver que ese enorme humano se movía. Era fantástico.
—Qué tonto —oí murmurar a Moris, pero el viejo lo hizo callar.
—Ven aquí niño, no te hará nada. —Dude tomando una respiración. El animal se balanceo, parecía impaciente. Tragué saliva y de repente sentí a Jet alejarse de mí y lo miré nervioso. Dio otro paso a un lado sujetándose del costado, en su mirada había una suavidad que me hizo sentir un niño, y cuando asintió volví a ver al animal.
Me acerqué tímido. No era como un humano, era más grande y sus piernas parecían más musculosas, tenía un mechón de cabello saliendo del trasero y su cuello era largo. No sabía cómo lo había confundido con un humano porque era diferente, más alto, largo y fuerte.