No podía respirar, sentía el corazón apretado y las manos me sudaban. Las cerraba y abría por impulso, quería moverme, correr, quería hacer cualquier cosa que no fuera estar parado mirando la puerta, la ventana, la oscuridad en la ranura inferior. La noche cayó y a pesar del frío la tormenta se detuvo un momento, oía el viento sacudir los vidrios y sentía dolor en el cuerpo, algo punzante que se extendía por mis costillas, que me hacía respirar lento, pausado. Me ahogaba.
Baker se movió y me volteé a verlo quitarse las mantas de encima.
—¿Qué haces? —pregunté cuando sacó las piernas y quiso ponerse de pie.
—No puedo pelear desde la cama.
—Eso es porque no vas a pelear —bufé empujándolo de vuelta. Me miró molesto—. No puedes levantarte hasta que Jet vuelva con Raven.
—¿Qué hay de Layla?
Apreté los labios, no quería pensar en que ella estaba en peligro pero la idea de que la Marina estuviera detrás de nosotros me hacía pensar que Samuel podría herirla.
Tomé una respiración lenta, suave, apenas abriendo los labios, y aparté esa idea.
—Ella sabe defenderse —dije, confiando en que era verdad. Intentó levantarse de nuevo y lo empuje de vuelta a la cama—. Quédate quieto, tus heridas volverán a sangrar.
—Tajo, debo pelear.
—No es necesario, yo te protegeré.
Se detuvo con los dientes apretados.
—No lo necesito.
—Si lo necesitas —repliqué, haciendo que su ceño se frunza aún más y de repente fui consciente de que tenía los puños apretados y evitaba mirarme.
—Hace un momento dijiste que para ti sigo siendo Baker Lain…
—Y lo sigues siendo, pero una vez me dijiste que no debes hacerlo siempre solo, porque existen los amigos, todos cuidamos de todos.
No respondió pero por un momento lució sorprendido. Tomó una respiración profunda, cerrando los ojos con fuerza, apretando los dientes, soltó una mueca y luego me miró con algo de timidez.
Abrió la boca y… miré la puerta. La madera rechinó. Había alguien del otro lado. Tomé el arma y oí a Baker respirar tenso mientras me concentraba en lo que había del otro lado. Otro rechinido. Me acerqué y conté dos personas, una frente a la puerta, otra a la derecha.
Se volvieron a mover y tocaron el pomo.
Alcé el arma, tomé una respiración contando una tercera persona junto a la derecha y disparé abriendo un agujero en la madera. Al instante hubo silencio, sorpresa.
Me volteé hacia Baker.
—Debemos irnos.
Asintió y se levantó tomando la funda del arma con la otra pistola, sujetó la manta en un puño, la prendió fuego y la lanzó a la cama. El fuego se expandió rápido, el humo negro comenzó a salir y el calor se hizo incómodo.
La puerta se abrió con un fuerte golpe.
—¡Quedan detenidos por la…!
Disparé. No veía mucho, uno de los ojos se me llenaba de lágrimas y respiraba con dificultad, pero podía hacerlo. Sabía hacerlo. Ya lo había hecho antes, cuando entrenaba. Dos de los hombres que entraron cayeron al instante y el tercero esquivó el disparo por poco.
—¡Tajo Bowman! —grito y se detuvo para toser— ¡Baker Lain! —tosio—. ¡Quedan detenidos por la Marina! —tosio—. ¡Bajo las órdenes del príncipe Tristán…!
Baker me sujetó por la muñeca.
—No respires —dijo apoyando un pedazo de tela en mi rostro y me contuve de apartarme cuando ví sus ojos oscuros, negros como el humo que salia del fuego, extraños.
Tragué saliva y asentí apretando los labios.
Vi un movimiento, el soldado que gritaba se asomó para apuntarnos y quería disparar a Baker por la espalda.
Disparé y cayó.
Baker me guío hacia la salida y asomó la cabeza un momento antes de salir tirando de mí. Corrimos. Las piernas me dolía, la cabeza me daba vueltas y sentía el cuerpo más pesado que otras veces, más pesado que nunca, pero no podía detenerme. Baker tiraba cada vez que me aletargaba, ponía presión en cada paso, me miraba para corroborar algo y continuaba como si mi visión no se nublara. Apenas veía algo con tanto humo y tanta presión que tenía en la cabeza. Oía el chisporroteo de las llamas y sentía el calor lamiendo las paredes, el techo, mi espalda, pero no podía voltearme, no quería, no encontraba el valor para soltarme o me perdería, quería entre fuego y llamas.
—¡Vamos, Tajo, un poco más! —Oí gritar a Baker en algún momento y tuve el impulso de abrir los ojos. Ni siquiera recordaba cerrarlos o entornarlos, creía que la oscuridad que veía era propia del humo. Me alegraba saber que no y que aún no me perdía. Un poco más, pensé, solo un poco más. Presioné en cada paso, en cada movimiento, en los dedos que se entrelazaban con los míos, y continué sin poder respirar, ni ver, ni pensar—. ¡Vamos! ¡No te detengas! ¡Ya casi lo logramos!
Un poco más.
Mierda, no podía morir así.
Un poco más.
—¡Vamos!
—¡James! —Oí gritar a alguien pero no me detuve, no podía. Quien me hablara, quien dijera ese extraño nombre que me pertenecía, debía correr, esconderse, huir de eso que nos devoraba los talones.
Y de repente todo cambió. Un muro refrescante me dio en la cara y me estremecí tomando una bocanada confundida, aliviada, apretando los ojos para poder abrirlos entre parpadeos llenos de lagrimones. Y me quite la tela del rostro para volver a respirar, para sentir que seguía vivo y que mis pies tocaban tierra.
—¡No te detengas! —Dijo Baker y al observarlo descubrí su mirada apresurada, sus ojos negros. Miraba algo detrás y movía los brazos a los lados, hablaba, creo que gritaba, gesticulaba. ¿Qué demonios decía? ¿Por qué no lo oía?
Volvió a tomarme de la mano y a tirar de mí, y yo a seguirlo sin comprender. Hasta que giré la cabeza por un momento y los ví, Marinos con uniformes blancos de bandas azules, con gorros, con armas cargadas apuntando en nuestra dirección, movían la boca exageradamente y presionaban los gatillos mientras a sus espaldas una columna rojo, naranja y negro subía al cielo lamiento todo el palacio.