Me revolví intentando cubrirme del frío y miré el cielo. Estaba aclarando. Era imposible ignorar que estaba congelándome y que, por los bufidos que Baker soltaba por lo bajo, él también.
Me levanté del suelo y lo miré. No estaba bien, tiritaba y estaba pálido, intenté tocarlo para llamar su atención pero apenas me miró. Tenía la piel fría, sudada.
Alrededor había árboles, a unos metros al este estaba la calle que unía el palacio con el pueblo y a varios kilómetros estaba el muro por el que habíamos huido.
No llegamos lejos. Pasamos casi toda la noche corriendo en la oscuridad, mirando hacia atrás por si nos seguían, ocultándonos entre árboles, arbustos y lo que sea que encontremos en el camino cada vez que oíamos un carruaje o un vehículo cerca. El corazón de ambos latía con fuerza y no podíamos pensar bien por el hambre y la sed, además hacía demasiado frío. Las heridas de Baker se habían abierto, parecía a punto de desmayarse, y cuando nos detuvimos prácticamente se derrumbó en la tierra.
Solo nos quedó tumbarnos entre las raíces de dos árboles ocultos y esperar.
No teníamos agua, ni comida, ni calor.
Mierda.
No teníamos armas.
¿Dónde estaban Jet y Raven? ¿Y Layla? ¿Ella estaba bien?
Mierda.
Mierda.
Estaba preocupado por ellos, quería saber si pudieron huir, si estaban a salvo, quería saber si todo fue una traición y, lo más importante, cómo haríamos para volver al mar.
Mierda.
No, tenía que confiar. Ellos estaban bien, ellos… eran más fuertes que yo.
Tenía que confiar en ellos.
En cuanto el sol estuvo en la cima decidí que era momento de salir. Baker no estaba bien, apenas abría los ojos, temblaba con fuerza y sudaba, pálido, pero no podía dejarlo allí.
—Baker —llamé con un nudo en el pecho—. Baker, escucha. —Tomé sus hombros para sentarlo contra uno de los árboles y toqué su rostro—. Baker, tenemos que movernos, te colgaré en mis hombros…
Sus ojos se entreabrieron y sacudió la cabeza humedeciendo los labios.
—No —susurró—, déjame aquí…
Me incliné sobre él y lo alcé para ponerlo de pie.
—No te dejaré aquí —bufé y me volteé para pasar sus brazos por encima de mis hombros. Le indiqué que se sujeté y tomé sus piernas tambaleandome por la sorpresa de su peso. Me apoyé en el árbol para no caer, volví a intentarlo y planté los pies un momento. Lo acomodé y comencé a caminar—. Bien, sujétate con fuerza...
—Tajo —susurró junto a mi oído—, no deberías preocuparte por alguien como yo…
—¿Alguien como tú? —pregunté caminando por encima de más raíces hasta llegar a la carretera.
—No soy Baker Lain —gimoteó y el corazón me dio un vuelco, pero fingí no oírlo y miré en todas direcciones antes de comenzar el camino hacia el pueblo. Hice unos metros y de repente Baker se revolvió molesto—. Tajo, estoy hablando contigo, déjame aquí.
—Baker no puedo dejarte aquí… quédate quieto.
—No quiero que me ayudes —bufó y se apartó intentando liberarse.
Tropecé hacia atrás y afiance el agarré sobre sus piernas.
—Detente, tus heridas…
—¡No me importa, maldición! Déjame aquí, sólo haré que te maten. —Y esta vez, cuando se apartó, tropecé a un lado y ambos caímos, rodando en direcciones opuestas.
—¿Qué demonios te sucede? Tenemos que irnos, no podemos…
—¡Pues vete tú solo!
—Baker…
—¡No me digas así, no soy esa persona!
Bufé rondando los ojos y miré a ambos lados para comprobar que no haya nadie de la Marina.
—Bien, ¿cómo quieres que te llame?
—¡Quiero que te vayas! ¡No gastes tu tiempo en un idiota como yo…!
La amargura comenzó a subirme por la garganta y lo observé con el rostro enrojecido, brillante por el sudor.
—Detente.
—¡Te dije que no era bueno para ti!
—Baker, basta…
—¡Te dije que por mi culpa murieron todos y tú insistes! ¿No lo entiendes? No soy suficiente, te mataran por…
—¡Ya detente! —chillé irritado.
—Déjame aquí, no valgo la pena —magulló por lo bajo, molesto.
Me levanté caminando hacia él y al detenerme lo sujeté del rostro con fuerza, obligándolo a mirarme.
—No tenemos tiempo para esto y no puedo permitir que hables así de tí. —Sus ojos se abrieron y brillaron cuando apreté los dedos en su mandíbula, acercándome a su rostro mientras soltaba entre dientes—. Me prometiste que te esforzarías, que volverías a ser Baker Lain.
Su mentón tembló.
—Tajo…
Negué, quitándole posibilidad de protestar.
—No, basta —corté—. Estás herido y debemos encontrar un lugar seguro antes de que la Marina venga por nosotros, súbete a mis hombros y quédate quieto o te cargaré inconsciente…
Me aparté, apreté los dientes corroborando que me había entendido, y cuando asintió cabizbajo me acerqué para levantarlo. Se sujeto con los brazos alrededor de mis hombros, rodeé sus rodillas con los brazos y comencé a caminar.
—Tajo…
—Silencio —bufé molesto—. No quiero oírte.
No respondió, suspiró y apoyó la cabeza sobre mi hombro.
—¿Crees que tenemos mucho hasta el pueblo? —preguntó al cabo de un rato.
—No lo sé.
—Puedo caminar.
Apreté sus piernas para evitar que se aparte de nuevo.
—Cierra la boca y descansa.
Volvió a suspirar junto a mi oído, rozando los labios contra mi cuello, y al cabo de un momento apoyó la cabeza en mi hombro.
—¿Sabes? Adoro que me hables así…
No respondí, el calor llenó mi rostro y fingí que aún estaba irritado mientras caminaba más rápido.
El pueblo no estaba tan cerca como creí, fueron algunas horas las que caminé en línea recta solo mirando hacia atrás cuando creía oír un carruaje o a alguien acercarse, pero ninguno era de la Marina, sino mercaderes o viajeros a los que no me atreví a pedir ayuda por miedo a que nos reconocieran.
No sabía qué haríamos al llegar al pueblo. No tenía dinero ni municiones para el arma y Baker temblaba por la fiebre. Me preocupaba. Cada cierto tiempo largaba oleadas intensas de calor, eran casi insoportables, y a pesar de que no quería detenerme me obligaba a apretar los dientes por el dolor que provocaba. Tendría ampollas, lo sabía por el ardor intenso que sentía con el roce de la camisa, pero no importaba, no tenía que detenerme, teníamos que llegar a un lugar seguro.