El carruaje condujo hasta el muelle, no hasta el palacio. Los truenos de la tormenta comenzaron a romper en el cielo a mitad de camino y los rayos prácticamente sacudían el suelo. Era escalofriante y emocionante a la vez, podía sentir como la energía vibraba a través de mí y eso me ponía inquieto, nervioso, quería salir corriendo tan rápido como pudiera. Pero lo cierto era que si lo hacía, si pensaba en huir, el hombre frente a mí daría aviso a la Marina para que arrestaran a Jet y a Baker. Y, aunque creía muy en el fondo que éramos amigos, sabía que lo haría sin dudar.
—¿Te ponen inquieto las tormentas? —pregunté porque desde que empezaron los relámpagos no dejaba de mover la rodilla y abrir y cerrar la mano. Me miró apretando los labios, tomó una respiración y detuvo sus movimientos. Quise sonreír, eso significaba que sí. Miré por la ventana los árboles, no estábamos lejos del palacio, ni siquiera lejos de donde pasamos la noche.
Me recosté sobre el asiento, tiré la cabeza hacia atrás y apreté los ojos.
No iba a morir, no se arriesgarían a matarme, de eso estaba seguro, pero quizás si me encerrarían para arrancarme las uñas o los dedos. Había leído una vez que eran torturas comunes junto con cortar la lengua y meter agujas en los oídos, y me pregunté cuanto tardaría en ceder a lo que exigieran… o en morir. Ya no tenía mucha importancia pensar que no lo haría, era una tontería ir en contra de ese deseo divino que me perseguía, estaba algo resignado.
Pero una cosa si podía hacer y dependía de la nota que Samuel llevaba en el bolsillo.
Es decir, todo dependía de él.
Mierda, no me sentía muy confiado. Iba a morir.
Cuando llegamos al muelle la puerta se abrió luego de un par de click que indicaron que estaba cerrada con llave. Un marino me sujetó de los grilletes y tiró de mí con brusquedad, lanzándome al suelo, y al alzar la cabeza vi a media docena de soldados apuntándome con sus armas.
Bufé mirando a Samuel bajar con calma, cuadrando los hombros y con los ojos serios, fríos, y me levanté permitiendo que me tomara del codo para guiarme hacia el interior del navío más grande, donde tenían encerrado a Baker, y luego por los interminables pasillos hasta una puerta de madera con marinos a cada lado.
—¿Dónde estamos? —pregunté luego de que hablara con uno de los marinos por lo bajo, anunciando mi llegada.
—En el despacho del almirante Heisenberg —respondió Samuel colocándose a mi lado para sostenerme del codo.
Solté una mueca, un “oh” y miré la puerta abrirse….
Recordaba vagamente al almirante Heisenberg, pero sabía quién era.
Mi padre lo habia llamado idiota y lameculos.
—Señor —dijo Samuel al entrar conmigo a su lado y nos detuvimos frente a un escritorio con papeles apilados a cada lado y una botella de whisky junto a un vaso a medio llenar—. Aquí está Tajo Bowman, hijo de…
—Sé quien es. Con que ahora te haces llamar James, ¿no es así? Bien, hablaré yo. No eres un pirata, sé que no lo eres, eres un niño joven, en la flor de tu juventud, perdido. Conozco a tu padre, un gran marino, uno de los mejores almirantes que tuve la suerte de conocer. Éramos amigos. Siempre fue recto, fuerte, honorable, tenía una moral muy sólida y su justicia, la idea de ella, siempre fue tan acorde a todo lo que representa la marina que se destacó desde un principio. —Hizo una pausa mirando al suelo y negó con las cejas hundidas—. Fue… una sorpresa para mí que un día decida retirarse.
Silencio.
Me miró para corroborar lo escuchaba y yo me aclaré la garganta.
—Bien —dije, y con apenas una levantada de cejas él continuó.
—Sé que él nunca te hubiera puesto en peligro de no ser por tu madre. Sé que te amaba, cuando lo conocí él hablaba de tener una familia, de cuidarla, de ser un padre, y cuando supo que estabas en camino sus ojos se iluminaron, yo estaba ahí cuando lo supo, todo en él cambió. Pero ella…—Hizo otra pausa y tomó una respiración profunda—. Bien, nunca fue una buena fruta, muy rebelde, muy desconectada del mundo y de la justicia, no le importaba ponerlo en peligro, ni a tí, claramente.
Silencio.
Me miró y esta vez no pude evitar el amargo sabor que sus palabras me dejaron.
—¿Crees que llegaremos a algún lugar si usted habla mal de mi madre? —bufé y él sonrió con inocencia.
—Me ha llegado al oído que usted no simpatiza con ella.
—Lo que yo piense o no de mi madre no le incumbre, en todo caso su idea de ella es lo que tergiversa su monólogo.
—Tajo —me regañó Samuel y asentí apretando los labios para mantenerme callado.
El almirante chasqueó la lengua con mala cara, al parecer no se esperaba que yo responda de esa manera, se levantó para servirse una copa de whisky y al terminar se volteó hacia mí.
—Bien, me disculpo. No debí hablar así de su madre. De todas formas, el general aquí presente me ha informado de su interés en trabajar con nosotros como un trato justo para detener la persecución del hijo del emperador pirata Tiberius Lane.
Apreté los puños y asentí.
—Así es.
Una sonrisa engañosa se abrió paso en su rostro al terminar de beber el licor.
—Entonces dígame, señorito Bowman, ¿qué le hace pensar que alguien cómo usted tiene la importancia suficiente para hacer una suposición de tal magnitud?
—Me necesitan, para buscar a mi madre y a mi padre…—dije, pero él soltó el vaso sobre la mesa y me sonrió abiertamente, satisfecho.
—Me temo que se equivoca, el cadáver de su madre fue encontrado en una tumba poco profunda hace unos días —soltó una mueca divertida—, es decir que ya no es del todo requerida. Y su padre…
Golpearon la puerta y se hizo silencio. Samuel me miró de reojo, supongo que también esperaba que algo salga mal, que alguien venga por mí, que incendien, vuelen, exploten o asesinen para rescatarme como habían hecho en mi isla. Pero luego de que el almirante diera el permiso para entrar un soldado apareció con un baúl de madera pesado que colocó frente a mí y una carta que le entregó Heisenberg. Esperó que la leyera con paciencia y, cuando obtuvo la respectiva orden, se retiró.