—No iré —dije por enésima vez desde la cama en mi habitación—, ve tú sola.
—¿Desde cuándo la realeza va sola a fiestas?
Me reí y giré la cabeza hacia la figura en la puerta de mi habitación.
—Tú ya no eres de la realeza —solté y por la manera en que arrugó la nariz fue un comentario doloroso. Lo ignoré volviendo a cerrar los ojos con un suspiro cansado y las manos detrás de la cabeza, quería creer que si la trataba de esa manera ella se iría enojada o herida, cualquier otra persona lo haría, pero si algo había aprendido de Sienna es que, si tenía un objetivo, no importaba nada más. Y esta vez yo era su objetivo.
—Baker, por favor —dijo entrando y mirándome con los ojos brillantes—, quiero sentirme yo una noche nada más. Ven conmigo, no puedo estar sola.
—¿Por qué no?
Se ruborizó.
—Porque no conozco a nadie y me sentiré incómoda cuando no tenga con quien hablar.
—Layla estará allá.
—Ella estará ocupada con sus invitados —dijo y cuando solté una mueca por lo tonto que era su argumento, volvió a intetarlo con esa irritante voz suave que podía cuando quería algo—. Por favor, está noche se mi cita. Te lo suplicó.
—Sienna… —comencé, pensando una excusa, pero ella dio otro paso hasta quedar a mi lado y me interrumpió con más entusiasmo y desesperación.
—Por favor, beberemos algo, seguro que hay alcohol —dijo un tono más alto que de costumbre—. Serán unas horas, lo pasaremos bien, lo prometo. Por favor.
Chasqueé la lengua y aparté la mirada. Era un buen argumento, tenía que admitirlo. Y considerando que casi no pudimos salir era la excusa perfecta para comer y beber algo… Volví observar su vestido nuevo, sus zapatos, su maquillaje, ¡Dios santo! Ella no se maquillaba hace meses, en serio estaba entusiasmada. Y aunque intentaba mostrarme frío con ella no podía ignorar cómo sus ojos parecían a punto de romper a llorar.
Tomé una respiración, podríamos ir a comer y a beber algo que no fuera whisky barato y pescado con pan, podríamos disfrutar algo de dulce o de vino…
—Bien —dije de repente pensando en la comida, hace meses que no comíamos algo dulce. Saqué las piernas de la cama y la miré serio—. Serán unas horas, nada más.
Una sonrisa enorme se abrió paso en su rostro y comenzó a girar y a chillar con tanto entusiasmo que también sonreí.
—¿Qué es eso? ¿Una sonrisa? —preguntó deteniéndose para mirarme divertida. Me levanté para buscar mis botas y la oí reírse por lo alto. Me sorprendía un poco, es decir no sabía que algo como un baile la podría hacer tan feliz, pero decidí no mencionarlo para no arruinarle la sonrisa. Supongo que un evento así era refrescante para alguien como ella—. ¿Podemos pedir un carruaje para que nos lleve?
La miré con una ceja alzada y el rubor subió por sus mejillas cuando miró en dirección a las tablas en la esquina de la habitación.
—A la mierda, si —dije indicando que saqué las monedas que escondimos para salir de esa estúpida isla—, pide un carruaje solo por hoy.
Corrió a sacar la pequeña bolsa, un brillo extraño iluminaba todo su rostro y era imposible no sonreír cuando la veía. Dio varios saltos en dirección a la puerta, se detuvo y me miró con una mueca.
—No irás así, ¿verdad?
Miré mi camisa y mis pantalones y encogí los hombros.
—¿Por qué no?
Frunció el ceño.
—No irás así —sentenció—, ve a ponerte algo decente, por el amor a dios.
Me reí.
—Bien.
Se volteó para salir por el carruaje, saltando en puntas de pie, y me volteé hacia la poca ropa que tenía…
—¡Y quítate esa barba! —Gritó desde el pasillo.
—¡Claro que no!
. . .
El cochero abrió la puerta del carruaje y se apartó para dejarnos bajar aclarándose la garganta con incomodidad. Lo ignoramos. Sienna me indicó, con un gesto algo desdeñoso, que primero debería salir yo y que debía esperarla con la mano en alto para ayudarla a bajar, y, con un bufido, rodé los ojos y obedecí.
Pagamos un par de monedas de más para que pasen por nosotros luego y nos volteamos hacia la edificación. Era algo ostentosa para mi gusto, tenía ventanas altas cubiertas con cortinas blancas, columnas con relieves que llegaban a los techos, puertas de madera clara para gigantes y plantas, demasiadas plantas, ¿Para qué querían tantas plantas?
Al estar encima de un acantilado, en la parte alta del pueblo, se podía oler el agua de mar que esa noche parecía especialmente agitado y podían verse también las estrellas en el cielo.
Hacía frío, el viento sacudía el vestido de Sienna y mi camisa, por lo que tuve que rodearla con el brazo para protegerla y mantener el calor con sutileza, para que nadie más que nosotros se pregunte por qué no tiritabamos.
Caminamos hacia las escaleras de mármol blanco con leones a cada lado y nos detuvimos en la puerta, donde un hombre de traje negro revisaba las invitaciones. Llegamos, nos miró, miró la lista con nuestra invitación al lado, volvió a observarnos y plantó una sonrisa extraña, falsa, indicándonos pasar.
Lo ignoré, aunque Sienna pareció algo ofendida y tuve que tomarla del brazo antes de que hiciera un escándalo.
—Este lugar es enorme —exclamé cuando estuvimos dentro, mirando el techo alto y con luces colgantes, las pinturas, las columnas con más relieves. Todo era grande, alto y espacioso a pesar de las ventanas y los jarrones con más plantas…
—Si —soltó Sienna con el cuello estirado hacia los techos y una sonrisa divertida—. Los palacios son así.
—No entre en muchos palacios.
—Pues deberías.
—Es verdad —dije y la miré con diversión—, debí saquear más palacios. —Ella rodó los ojos dándome la espalda y yo miré alrededor—. ¿Dónde está el alcohol?
—Espera a que encontremos a la novia —me regañó y de repente lo vi, una joven con traje negro con una bandeja repleta de copas de bubujeante liquido. No sabía que era pero la boca se me secó tan de repente que no me cuenta de que me acerqué hasta que mis dedos se cerraron alrededor de una de ellas.