Hubo un momento en que todo se volvió silencio, no oí los disparos ni los gritos, no puse si respiraba o mi corazón seguía funcionando, solo podía mirar a la mujer frente a mí e intentar relacionar lo que dijo, lo que salía de su boca, con lo que significaba. Lo mencionó, ¿no es así? A él. Él. ¿Estaba allí? Él. ¿Él estaba allí? Dios santo, hace meses que no oía su nombre y de repente, ¿estaba allí? ¿Él? ¿Después de tanto tiempo? ¿Él?
Algo tocó mi brazo. Layla se había acercado, me miraba con la cautela de un compasivo hacia un loco, con los ojos brillantes, con las cejas hundidas, con los labios apretados en una mueca silenciosa que solo podía significar que sabía lo que pasaba por mi cabeza. Él nos había abandonado a ambos, claro que lo sabía, desde el momento en que desperté en ese estúpido barco supo qué sucedía, la elección que tomó él. Cómo decidió abandonarnos.
Un grito cruzó el salón y ambos nos volteamos hacia la puerta principal desde donde venían los sonidos de metal chocando y los gruñidos de batalla. Ella se enderezó alzando los hombros sin inmutarse por llevar un vestido de bodas y apretó los dientes.
—Llevala a un lugar seguro —dijo en mi dirección y yo sentí que todo el alcohol que tomé en la noche por fin me embriagó—. En el muelle hay un velero pequeño, rodeén la isla y vayan a la cabaña, allí estarán seguros.
No esperó una respuesta, se volteó y corrió entre los invitados apartando a todos con codazos y empujones. Fue extraño ver su vestido blanco de princesa perderse entre tantas personas, ver su pequeña figura femenina tornarse algo más salvaje, pero de alguna manera fue lo que necesité para salir del estupor.
Corrí escaleras abajo con Sienna en el hombro y al llegar a una pequeña parcela de arena miré alrededor buscando un velero o la pasarela de un muelle. El cielo se había oscurecido y el viento calmo hacia que el agua de mar se azote contra el acantilado con tanta fuerza que no me costó seguir el ruido para encontrar el las escaleras de piedra que descendía hacia el pilón con un único barco amarrado, sacudiendo por la fuerza del mar. Salté dentro con agilidad, cómo si nunca hubiera perdido la costumbre, y dejé a Sienna en la cubierta para observar la vela. El viento era demasiado fuerte, no conocía las corrientes de ese lado de la isla y, aunque sabía que podría navegarlo hasta la cabaña, por un momento vacilé en desamarrarlo del pilón.
Miré hacia el camino desde donde había llegado y espere.
¿Pero qué? No era verdad, él no podía estar ahí. Lo último que supe fue que estaba en una expedición en una isla lejana, exótica, descubriendo tesoros para la Marina y documentando cosas que las personas cómo él hacía. Lo había leído en periódicos, fue una noticia, como siempre, ver su nombre junto a la palabra “prodigio”. No era verdad que él estaba en esa fiesta, Layla mentía, seguramente estaba en una cena con otros prodigios, con más personas como él, como el idiota de su amigo Marino, bebiendo vino bueno con fruta fresca, con carnes, con algo más que asquerosos pescados secos en sal y hierbas.
Me estiré hacia las amarras y comencé a desatar los nudos apretando los dientes, recordando la única foto que pude ver luego de meses, él estaba con un uniforme de la Marina, recibiendo una medalla con los ojos brillantes, con la mano cerrada sobre el pecho y la otra estrechando la de un almirante que parecía orgulloso. Recordarlo me daba náuseas porque él me había prometido que no se uniría a la Marina, que no era como ellos, que no sería nunca así. Y allí estaba, estrechando la mano de un almirante, haciendo que la Marina se sienta orgullosa de tenerlo. Fue poco después que Layla se fue y lo culpé a él por ello. Nos había quitado la esperanza y el deseo de volver.
Pero eso ya no importaba. Él ya no importaba.
Terminé con los nudos y me giré hacia la vela para guiarla, las olas crecían cada vez más y no dudaba en que voltearía el barco si no sabía cómo manejarlo. Era simple, lo sabía, hace años lo hubiese hecho con los ojos cerrados y apostando un par de monedas de oro a Theodore. Pero hubo algo que esa noche me dijo que esperara, que no lo intentara, que no lo lograría porque el barco no podría soportarlo. Y eso me enfureció todavía más.
Me lancé al mar sin pensar, tomando las amarras con los puños tan apretados que sentía el calor por rasparme las palmas, mirando el agua turbulenta que intentaba lanzarnos dentro, voltearnos y sumergirnos junto a los barcos que había en el fondo. Pero no me alejé de la orilla, busqué una corriente que moviera la vela hacia el sur de la isla y apreté con fuerza mientras obligaba al barco a avanzar sin detenerse, sin voltearse, sin virar en la dirección incorrecta. Yo podia no ser Baker Lain, podia ser un pescador entristecido, un tonto que perdio la cabeza, un cascaron vacio de lo que alguna vez fue el hijo de un gran pirata, pero el mar nunca me ganaría. Yo había nacido de una tormenta, no podía detenerme por algo como aquello y no lo hice, navegue por las costas hasta la península que dividía la isla. Sabía que unas millas más adelante había un golfo en donde podríamos escondernos, los pescadores lo usábamos para adentrarnos a las corrientes o para cazar, pero al llegar me sorprendí de ver enormes buques semiocultos entre las rocas, anclados entre los cabos.
Avance con cautela, mirando alrededor para llamar su atención e intentando movernos con rapidez. Del otro lado del cabo estaba el delta de la isla, por allí podría entrar a los muelles comerciales y pasar tan desapercibido como fuera posible. Solo debía pasar inadvertido y, con el agua picada y el viento azotando, fue tan sencillo que al cabo de una hora estuve entre los muelles que ese día recibieron a la Marina.
Cargué con Sienna en el hombro, aún dormida, ebria, y me escabullí hacia el mercado por los escalones que daban la bienvenida.
Tenía algunas calles hacia la cabaña desde allí, pero estaba oscuro y no había nadie alrededor. La tormenta había ahuyentado a todos a sus casas o a los comercios que funcionaban a esas horas, solo había algunos guardias reales, con sus plumas de tocado ridículas y sus miradas sobradoras que al verme con Sienna al hombro comenzaron a acercarse cautelosos.