Bajé los escalones intentando no caerme por la falta de luz e intentando sostener en la mano la pequeña flama de fuego que servía de guía unos pocos metros adelante. El estómago me dolía por el hambre y la cabeza comenzaba a darme vueltas así que pensé en bajar a la bodega para ver si había algo, un poco de pan, galletas, lo que sea, que no hayan visto antes. Pasé un buen rato buscando velas para usar, estaba seguro de que cualquier lugar, hasta uno como aquel, tendría al menos una en algún cajón, pero al solo encontrar cerillos, hojas de papel y dedales, pensé que la mejor opción era… bueno yo.
Y entonces salí a los pasillos fríos y oscuros con una sonrisa extraña. Me sentía bien, parecía que volver al mar le hacía bien a mi ánimo también y el frío de la noche, ese que había en cada barco a esa hora, hacía que el interior se llenara de imágenes viejas en las que era un niño caminando en los pasillos en busca de comida, de abrigo, de mi padre, de lo que sea. La madera también crujía en el silencio más absoluto, la oscuridad también parecía observarme con una sonrisa. Podía vislumbrar sus ojos añorantes en cada esquina, como si estuviera esperando por abrazarme y decirme que me había extrañado tanto como yo a ella.
El barco, había extraño el mar, esa calma, ese silencio, la madera… Todo. Y dentro de poco sería de vuelta mío, mi vida. Sonreí aún más al pensarlo. Tendría mi barco, mi tripulación, viviría como quería. Podía soñarlo, podría hacerlo, solo necesitaba el barco y para ello tenía un plan, este si funcionaría.
Bajé hacia el final de los escalones y giré hacia la figura encorvada sobre una enorme caja de madera.
—Mierda —dijo al verme parado detrás. Era él—. Me asustaste. —No respondí, solo lo miré junto a la caja, con bolsas en la mano, con el cabello despeinado y la camisa desabotonada encima de otra. Tomó algo de la caja y me lo tendió—. ¿Tienes hambre? Toma.
—No quiero.
—Tengo otro, ¿ves? Ten —dijo alzando otro paquete antes de lanzarme el primero. Lo tomé—. Puedes llevarle uno a Sienna si quieres, hay mucho aquí. —Se inclinó sobre la caja con una mueca de asco y luego se apartó para mirar el paquete que tenía en la mano y abrirlo—. Los Marinos la usan cuando pasan muchos meses en el mar, tiene las vitaminas y los minerales necesarios, pero sabe horrible…
—Tú ahora sabes mucho sobre marinos, ¿no es así? —bufé con amargura, abriendo el paquete y apagando la llama. Comí un puñado de lo que fuera que había dentro y mastique. Primero sentí algo seco, luego algo amargo que se volvió viscoso, luego arenoso, áspero, y lo escupí—. Oh dios, que asco.
Sonrió.
—Te lo dije.
Volví a mirar el paquete, lo que había dentro, y me acerque a la caja para corroborar que había al menos cincuenta de esas cosas.
Solté una mueca.
—A los marinos les gusta sufrir…
Él rió y mierda. Él rió y yo sentí algo extraño en el pecho, vibrante. Algo tan agradable que me aparté unos metros para dejar de sentirlo y golpeé con el pie algo que rodó por el suelo hasta sus pies.
—¿Qué es eso? —pregunté en completa oscuridad. Respiré profundo y encendí una llama para iluminar cómo él se inclinaba hacia la botella en el suelo, la levantaba y leía la etiqueta.
—Es Ron. Mmh, creo que Raven no la vio o ya lo hubiese bebido —dijo sonriendo y señaló algo a mi lado—. Y mira allí, hay algo de comida.
Me giré, era cierto, había otra caja abierta con bolsas dentro, algunas estaban abiertas y posiblemente eran inservibles, pero otras tenían etiquetas grandes como arroz o frijoles.
La alcé triunfante para enseñarsela y sonreí por el ardor en mi estómago se calmó ante la perspectiva de comida.
—¡Hay frijoles! ¡Y arroz! —dije—. Con algo de agua se podría cocinar para pasar la noche…
—Mmmh estos barcos están equipados para muchos días en el mar —dijo con la mano en el mentón—, debe haber una cocina en alguna parte.
—¿Tú dices? —me burlé tomando otra bolsa con semillas.
Él rodó los ojos sin dejar esa mirada divertida y asintió.
—Alguien debe cocinar todo lo que hay aquí. Si la encontramos, podríamos… —Me detuve, tragué duro y retrocedí apartando la mirada de él—. ¿Qué sucede?
Quería huir, tenía que huir. Sentía algo extraño, algo vibrante, algo que no estaba bien y que tenía que aplacar.
—Le llevaré esto a Sienna —musité frío, como si fuera obvio. Apreté el paquete con el puño y me volteé hacia las escaleras rodeado de silencio y oscuridad, contando la respiraciones y rogando olvidar como me acababa de sentir.
Lo oí suspirar y me volví en el frío. Oí el rechinar en la madera mientras pasaba el peso de un pie al otro y me obligué a continuar. Oí su voz decir mi nombre y lo ignoré.
. . .
Golpearon la puerta y esperé moviéndome de un lado a otro. Fingía que tenía algo para hacer porque la noche había caído y no podía lanzarme al mar. Pero, Dios santo, quería hacerlo desde que volví de esa estúpida bodega sintiéndome un tonto. Ya no debería sentirme así, no luego de un año.
¡Qué tontería! Volvieron a golpear la puerta y me lancé hacia ella. La abrí apretando los dientes, conteniendo la respiración, y deje salir el aire al ver a Layla con los ojos muy abiertos.
—Hay sopa de frijoles —dijo con tono lento y dudoso—, ¿quieres?
El estómago me gruñó y asentí saliendo junto a ella.
—¿Quién cocinó?
—Raven —comentó como si nada, y camino hacia el final del pasillo con la mirada al frente y las manos delante—. Tajo nos contó que tú y él encontraron algunas cosas en la bodega y Raven se ofreció a cocinarla. Dijo que vio una cocina en una de sus borracheras… —Me lanzó una mirada divertida y sonrió como si quisiera ocultar algo.
—¿Y…? —pregunté extrañado y su sonrisa se volvió forzada e incómoda.
—Y fue Raven que preparar algo para todos, así que sonríe como yo y finge que está rico y es comestible.