—¿Cómo sabes que es por aquí? —pregunté apartando hojas de mi camino mientras seguía por detrás al marino.
—Cierra la boca y camina —gruñó él y movió una hoja que al soltarse me dio en el rostro, provocando una necesidad casi ferviente de atravesarlo con la espada.
Hacía calor, demasiado calor. Nos habíamos internado en el follaje detrás de la mansión para cortar camino hacia la ladera que tenía un río detrás. Según el marino, Dave debía usar el camino marcado en la tierra para ir hacia el río, lo que indicaba que tenía todo preparado y era casi listo, pero calculando el tiempo y el camino dedujeron que tomaría al menos un día llegar hasta allí, y no teníamos un día. Así que comenzamos a caminar y el calor comenzó a hacer que todo parezca un infierno, y eso que yo apenas podía sentirlo, pero por la manera en que mis acompañantes sudaban supe que era una agonía horrible. Y aún así no nos detuvimos.
—¿Pero sabe por dónde va, no? —preguntó Cliffort casi a mi lado y yo encogí los hombros, entonces miró al último de nosotros caminando detrás, cabizbajo, solo haciendo notar su presencia por cómo movía las plantas para pasar.
—Yo creo que está perdido —anuncié para molestar al marino.
—Es en serio, ¿no sabes mantener la boca cerrada? —preguntó él deteniéndose para mirarme, irritado y con el rostro sudado. Se había quitado la chaqueta y desabotonado la camisa, parecía muy incómodo con él lugar, el clima y los insectos.
—No, no sé… ¿Tú sabes dónde nos estás llevando o vamos a morir de hambre aquí?
—Haces que me arrepienta…
—¿De qué? Puedes arrestarme, anda —insistí—, dame una razón para golpearte.
—Vi lo que hiciste allá —gruñó él de repente, acercándose con la mirada fría—, eres un cobarde.
Le di un puñetazo.
No pude evitarlo, tampoco quise hacerlo, y sin embargo no sirvió para hacerme sentir mejor. Él se enderezó, sonrió de lado y también me golpeó con fuerza, casi tumbandome. Aún no oía en mi cabeza, veía en su rostro la sinceridad, la desilusión, el asco. Y lo golpeé, provocando otro golpe, haciendo otro empujón, pateando, mordiendo, pegando y escupiendo, hasta que una voz nos detuvo.
—Quietos —dijo un hombre de hombros pequeños y musculosos, sosteniendo un arma larga en nuestra dirección y apretando los nudillos más de lo necesario. Temblaba, no debía estar acostumbrado a apuntar a alguien, y por el sudor en su ropa y piel supuse que era habitual que esté por allí.
Empujé al marino lejos y me senté con las manos alzadas. Abrí la boca para decir algo, no sabía qué pero debía pensar rápido, cuando otro hombre apareció apuntando a la cabeza del marino con una sonrisa de oreja a oreja.
—Cuidado con lo harás —me dijo, era grande, musculoso y calvo. Apoyó el cañón en la sien del marino y amenazó—, le dispararé.
—Hazlo. —Encogí los hombros y miré al tonto amigo de Tajo fruncir el ceño con las manos alzadas, irritado. Me coloqué la mano en el pecho, fingiendo lamentarlo—. Lo siento mucho, enserio, pero como sabes no puedo mantener la boca cerrada. Disparenle, muchachos.
—Eres un…
—Quisiera decirte que te extrañaré, pero no. —Miré al hombre robusto que le apuntaba—. Hágalo, ahora.
Los hombres se miraron dudando y me apuntaron a mí.
—Quieto o disparo —dijo el calvo y yo sonreí.
—No quieres hacerlo —dije y él se acomodó el arma con inseguridad.
—¡Dije que te quedes quieto!
—¡Estoy quieto! —chillé riendo por lo bajo y el marino rodó los ojos. Lo señalé—. Él no está quieto, disparenle.
—¡Suficiente! —ordenó el calvo y avanzó hasta poner el cañón entre mis ojos—. ¿No sabes cuándo cerrar la boca?
Chasqueé la lengua y negué.
—Oh no, no sabe —bufó el marino y el otro tipo, el delgado, le apuntó a la cabeza.
—¡Se movió! —chille señalando a pensar del arma—. ¡Disparen!
Y esta vez el hombre calvo perdió los nervios. Giró el brazo con fuerza y me golpeó la culata del arma. Me doble en dos sujetándome el rostro y solté una mueca al sentir el sabor a sangre. Mierda, creo que me había roto un diente. Pasé la lengua por toda mi boca y sí, ahí, estaba, un hueco. Escupí en la tierra.
—Mierda —solté al ver una pequeña piedra blanca en el suelo—. Me rompiste un diente —señalé y luego me enderecé con una sonrisa de oreja a oreja, buscando la chispa, bajando la mano a la espada en mi cintura, pero de repente oí pasos y ramas alrededor. Cliffort apareció con un arma en manos, apuntando al suelo, y miró a los dos hombres con una mueca molesta.
—¿Qué sucede aquí? —preguntó y ambos hombres lo miraron sorprendidos por su presencia.
—Estos dos estaban merodeando —dijo el calvo apoyando el cañón en mi pecho y yo sonreí.
—¿Y por qué no les dispararon? —preguntó Cliffort alzando el arma hacia mí e intentando disimular que temblaba.
—No tenemos órdenes de la casa grande —dijo el delgado bajando el arma y mi amigo asintió con los labios apartados.
—Oí que hubo un problema con la marina —dijo con un suspiro, fingiendo que estaba frustrado, molesto e inquieto—. Al parecer Dave dio la orden de ocultarse hasta que esos marinos hayan cerrado el trato.
El calvo lo miró con los ojos entrecerrados.
—¿Y tú cómo sabes eso?
—Vengo de allí —respondió Cliffort—, al parecer el pirata que buscaban es el hijo de Tiberius Laian y dio más problemas de lo esperaban.
—Yo oí que llegó con una tripulación de veinte hombres —dijo el delgado moviendo los ojos hacia ambos lados como si alguien pudiera oírlo, y el calvó lo miró con los ojos entrecerrados.
—¿Dónde lo oíste? Estuviste conmigo todo este tiempo.
—Cuando Lodie vino por el barco me dijo que te vio a tí siguiéndolo —dijo y señaló a Cliffort encogiendo los hombros. Soltó una mueca y miró al calvo—. Supongo que ibas por la recompensa…
Cliffort asintió.
—¿Cómo fue eso? —preguntó el calvo y mi amigo suspiró.
—La vieja Darcelle se adelantó…
—¿Darcelle? —preguntó el calvo y Cliffort asintió encogiendo los hombros.