La puerta de mi habitación se abrió sin aviso y quité el brazo de mis ojos para mirar a Sienna entrar con una sonrisa traviesa y cerrar apoyándose en la madera.
Rió por lo bajo y alcé una ceja, eso no traía nada bueno.
—¿Qué me dirías si te dijera que Tajo mandó a llamarme? —preguntó sonriendo y entre susurros demasiados altos.
—¿Cuándo?
—Hace un momento —se cubrió la boca para reír—, quería hablar.
—¿Debo parecer interesado? —pregunté y volví a cubrirme el rostro creyendo que se iría, pero a Sienna no le interesaban esos gestos cargados de indiferencia y al instante oí como caminaba hacia la cama y se arrodillaba a mi lado con otra risa baja.
—Vamos, sé que quieres saber —insistí—, no te hagas el necio.
—Bien —suspiré—, ¿De qué quería hablar contigo?
—De ti.
Quité la mano de mi rostro.
—¿De mí?
Asintió enérgica, divertida, sus ojos brillaban cada vez que tenía información de otras personas y en ese momento parecían faroles en la noche.
—Me preguntó cómo andas, si te encuentras bien, cómo está la herida y… —hizo una pausa fingida, sonriendo con las mejillas rojas, y luego apoyó la mano sobre mi brazo—. Y me preguntó cuál era la razón de que hace dos días no salgas de aquí ni hables con nadie que no sea yo.
—¿Eso pregunto?
—Eso quiso preguntar, pero no sé atrevió —dijo y le quitó importancia con la mano.
—¿Y qué le dijiste?
—Le dije que estás bien —respondió y su sonrisa se tiñó de maldad y travesura cuando apoyó la mano sobre el pecho—, que yo trato tus heridas y que no debería preocuparse porque te estoy cuidando perfectamente. —Rió y yo rodé los ojos volviendo a cubrirme el rostro—. ¿Crees que se haya puesto celoso?
—No.
—¿Por qué no? —preguntó con tono agudo y me encontré recordando la invitación que le hizo al marino, la manera en que hicieron silencio cuando me acerqué, las conversaciones que tenían en privado.
—Porqué ya no le intereso de esa forma —respondí con tono neutro. Tenía un vacío extraño en el pecho, un malestar que no pasaba y me hacía perder el apetito, y a pesar de que me esforzaba por borrar lo que sucedió no podía evitar sentirme un niño tonto e iluso. Es decir, no esperaba nada, lo odiaba, pero lo que sentí… maldita sea, lo que sentí contaba otra historia.
—¿Cómo lo sabes? —insistió Sienna y yo suspiré.
—Solo lo sé.
—Bien, no importa. —Su tono cambió y el ánimo disminuyó al acomodarse inquieta—. Además le dije que no sales de la habitación porque solo te sientes cómodo con las personas en quien confías. Es decir, con él no. —Rió—. Fue un golpe bajo, lo sé, pero es cierto, ¿no? Tú ya no confías en él, no como antes al menos.
Apreté los dientes.
—No —concordé y su sonrisa se ensanchó.
—Me pidió que hable contigo para explicarte qué tan importante es esta misión, tu colaboración, que debemos ser una tripulación unida y sólida y…—Hizo una pausa y la miré con una ceja alzada. Rió detrás de su mano, se ruborizó mirando hacia la puerta y luego bajó la voz—. Me dijo que te diga que quiere hablar contigo en privado.
—Bien, ¿es todo? —gruñí.
—Si.
Volví a cubrirme el rostro.
—Vete, quiero dormir.
La oí bajar de la cama con más ruido del requerido, sus quejidos, los suspirós mahumorados, y luego oí cómo caminaba por la madera en dirección a la puerta, pero no salió. Hizo silencio y volví a oírla hablar con un tono bajo, dulce.
—¿No te sientes mejor aquí? —preguntó—. Es como si estuviera en casa, al menos yo lo siento así, y es un poco tonto lo sé, nunca estuve en el barco, pero ellos… creo que ellos son lo más parecido a amigos que tuve.
Gruñí.
—Si estás intentando convencerme te irá mal.
Suspiró y soltó un bufido frustrado.
—Bien, al menos lo intente. Habla con Tajo, resuelvan sus problemas y consigue el maldito barco.
Y salió golpeando la puerta con fuerza.
. . .
Me quedé parado frente a la puerta por varios minutos, alcé la mano y golpeé. Sienna prácticamente me había obligado a ir porque de otra manera hubiera pasado otra noche sin moverme, fingiendo que el estómago no me dolía de hambre y que las piernas no me dolían por no caminar. Esperé otro poco mirando la madera, impaciente, y comencé a pensar en volver a la habitación con más emoción de la que pretendía. Es decir, era una habitación, algo triste además, pero estar allí era peor, no sabía cómo pero lo era porque tenía algo amargo y asqueroso en la garganta que no lograba quitarme, un malestar en el estómago, la sensación de que algo ocurriría.
Di un paso atrás y lo oí, un rechinido del otro lado de la puerta. La madera que crujió. Estaba allí, y cuando comprendió que oí la madera la puerta se abrió y él apareció detrás, inquieto, dudoso.
Parpadeé.
Me recordaba a la primera vez que lo besé, luego de alejarme con el corazón tan acelerado que nunca creí estar más vivo, y al mirar su rostro enrojecido, sus ojos grandes y claros, el desconcierto teñido de algo más que se reflejaba en una sonrisa boba, solo pude mirarlo. Mirarlo y parpadear para encontrar lo que unía mi boca con mi habilidad de hablar. Mirarlo y querer detener el momento a pesar del dolor, de la soledad, de los recuerdos tan frescos que todavía oía los cañones, los gritos.
—¿Me mandaste a llamar? —pregunté al salir del desconcierto, y asintió dando un paso al lado para que entrara. No me moví y sus mejillas se tiñeron.
—¿Sienna habló contigo…?
—¿Qué quieres? —gruñí apartando la mirada hacia la pared, y lo oí suspirar.
—¿No crees que quedaron cosas pendientes por hablar?
—No.
Algo en su postura cambió.
—¿Entonces ya está? —preguntó—, ¿Termina la tregua y sigues odiándome?
Tragué duro.
—Si.
—Baker, estoy cansándome de esto.
Encogí los hombros.
—No sé de qué hablas.
—Estas siendo un idiota —gruñó y algo en mi interior ardió con furia. Lo miré y apreté los dientes apuntando el dedo hacia su pecho.