El agua retrocedió tan rápido que tiró de nosotros hacia afuera. Grité intentando sujetar a Sienna, apreté sus dedos con fuerza, la llamé ahogado por el agua salada, pero sus dedos se deshicieron entre los míos y por un momento el terror de haberla herido me paralizó. Giré escaleras arriba, golpeando los escalones, las paredes, y de repente caí sobre la cubierta sin mucha gracia.
Me levanté con la garganta ardiendo y las extremidades cansadas. Tosía, no podía dejar de toser, pero eso no era importante. Lo importante era que los gritos se detuvieron, los disparos ya no sonaban y el silencio más escalofriante cayó sobre la cubierta.
Me senté sobre los talones respirando con dificultad, sintiendo el cuerpo caliente, cansado, y apreté los ojos para quitar las nubes de mi visión. Parpadeé y luego busqué alrededor.
—¡Mi niño! —Exclamó una voz emocionada y al alzar el rostro vi a una mujer de cabello largo y grueso. No, no era grueso, eran trenzas, trenzas oscuras y pequeñas que llegaban a su cintura, con un pañuelo blanco en la cabeza y los ojos brillantes mientras caminaba en mi dirección con los brazos abiertos. Era una mujer joven y bonita. La conocía. Sentía que la conocía, y cuando se arrodilló frente a mí para sujetarme tuve un escalofrío—. Ha pasado tanto tiempo…
Me aparté.
—Tú. Te conozco, ¿no es así? —Sacudí la cabeza—. ¿Quién eres?
Sonrió con dulzura y sus dientes blancos quedaron al descubierto. Era bonita, muy bonita, solo que no cómo ninguna mujer que haya conocido antes, sino como algo extraño e irreal.
—Mi niño —repitió volviendo a acercarse e intentó acunar mi rostro—, soy tu madre.
—¿Mi madre? —pregunté sin comprender y me volví a apartar, buscando en el barco a mis compañeros. Y allí estaban, sujetos cabeza abajo con las cuerdas que sujetaban las velas, a varios metros del suelo, gruñendo, mojados y amordazados. Raven parecía herido, había sangre en la mitad de su rostro, pero eso no evitaba que mirara a la mujer irritado. Tenía el arma en la mano, podía verla junto a su cuerpo, pero otro nudo lo paralizaba. Layla estaba cubierta desde los hombros hasta los tobillos, se sacudía, parecía querer hablar, pero al entrecerrar los ojos vi una soga en su garganta. Sus ojos brillaban y algo en su mirada desesperada me inquieto. Me volteé para buscar al resto, Sienna debería estar por allí, al menos eso esperaba, y Tajo… Tajo estaba detrás mío, a unos metros, con las manos a cada lado y las piernas juntas.
—Baker —llamó entre las mordazas y el corazón se me apretó con fuerza cuando sus ojos se abrieron más de lo normal. Y al instante volví al presente, a la mujer que se colocó frente a mí, a sus manos a cada lado de mi rostro, a su sonrisa incómodamente amable, y solo pude pensar en su mirada.
—No —solté tomando las muñecas de la mujer y empujándola lejos—, tú no puedes ser mi madre.
La dulzura cubrió sus facciones y el sentimiento de inquietud se volvió punzante. La chispa, mi chispa, actuaba extraño, calma y a la vez en espera de algo. En otro momento hubiera enloquecido, pero frente a ella no reaccionó.
—Te ocultaron tanto tiempo —dijo ella con tono condescendiente—, niño mío, permite que te expliqué…
—¿Me ocultaron? —pregunté mirando alrededor, buscando cómo ayudarlos, cómo ganar. Ella se acercó y me tomó del hombro.
—Baker… —volví a oír el llamado de Tajo lo miré por encima del hombro de la mujer. Se sacudía, luchaba por liberarse. La mujer alzó la mano sin inmutarse y la sacudió con desdén. Él ahogó un gruñido, sus ojos se apretaron y luego volvió a gruñir porque las sogas a su alrededor comenzaron a apretarse. Lo asfixiaban. Podía ver como se enroscaban como serpientes en torno a su cuerpo, como subían hacia su rostro, a su garganta, y corrí hacia él para tomarla en un puño y quemarla.
La arranque de su cuerpo, negra y casi deshecha, y lo miré para comprobar que estuviera bien.
Me volteé hacia la mujer.
—¡Liberalos! —espeté—, ¡Liberalos ahora!
La mujer me miró, sonrió con los labios apretados, parecía complacida , alzó las manos con falsa inocencia y al dejarlas caer las sogas también se deslizaron. Los cuerpos de mis compañeros cayeron sobre la madera con golpes fuertes y todos gruñeron de dolor. Pero estaban bien, al menos eso comprobé al mirarlos. Raven se quejó por lo bajo y se arrastró hacia Layla, quien tosía y bufaba, tenía algo de sangre en el vestido pero podría ser de él. Estaba bien, era un corte en su oreja y frente, nada grave, él también estaba bien.
Me volteé para observar a Tajo en el suelo, respirando con dificultad e intentando levantarse sin fuerzas y tuve el impulso de arrodillarme a su lado. Pero no lo hice, no podía distraerme, esa mujer no era normal, era como yo. Debía tener cuidado, y en cuanto él alzó la mirada preocupada hacia mí solamente incliné el mentón, apreté los dientes y enfrente a la mujer.
—¿Quién eres?
—Mi niño, ya te lo dije, soy tu madre, vine por tí —dijo y dio un paso hacia mí con los brazos abiertos. Una oleada de aire marino me golpeó de frente y tuve que sacudir la cabeza. La chispa parecía pequeña en comparación con lo que sentía de aquella mujer. Era poderosa, podía percibirlo con solo mirarla.
—Mi madre murió —gruñí y ella soltó una risa baja—. ¿Qué te provoca gracia?
Sacudió la cabeza.
—Te ocultaron por tanto tiempo que no sabes quién eres, ese es mi motivo de reir.
—¿Me ocultaron? ¿Quién me oculto?
—Tu padre —gruñó y por primera vez su rostro se tornó frío y escalofriante. Sus ojos cambiaron, se volvieron negros, y al hablar su voz sono grave, profunda, como si saliera de una cueva y no de la mujer frente a mí—. Esa noche, la noche de tu nacimiento, tú habías muerto. Tu padre vino a mí, lloró, suplicó por tu vida, me pidió un milagro y aquí estás —sonrió y su rostro se tornó macabro—, eres mío. Eres mi hijo porque te di vida. Mi vida…a cambio de la suya. Veinte años. Ese era el trato… ¡solo eran veinte años! Solo que nunca cumplió. Su gente—señaló a Tajo y la chispa por fin cobró vida, encendiendo mis brazos cuando sentí su atención en él y me moví para ocultarlo. Ella me miró furiosa—. Los humanos y sus tontas disputas, guerras sin sentido, peleas por nada más que un trozo de este mundo. Ellos rompieron el trato. —Hizo una pausa, cerró los ojos y al abrirlos eran normales, verdes como el mar, brillantes. Y al mirarme juntó las manos al frente, alzó los hombros y sonrió—. Pero yo no me quedaré sin pago, tú vida aún me pertenece. Tú eres mío.